🔸19. Pedir ayuda cuesta

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Debió darse cuenta antes.

Eijiro debió notar las señales de lo que le estaba pasando a su esposo.

Pero cómo podría hacerlo si no estaba en casa.

Frunció el ceño.

Vaya excusa tonta.

Cuando Katsuki aún esperaba a Akane, habían hecho un trato. Bueno, Eijiro se había encargado de dejárselo en claro a su esposo: Katsuki no haría ningún quehacer más que darle de lactar a Akane mientras que Eijiro se encargaría de la casa y de los pañales sucios de su hija. Era lo mínimo que podía hacer por Katsuki: darle un descanso después de haber pasado por tanto en las últimas treinta y ocho semanas y por las largas horas de parto.

Lo había estado cumpliendo las primeras dos semanas, casi tres. Ya se estaban adaptando a su bebita y a levantarse cada pocas horas para alimentarla, limpiarla y mimarla. Hasta que la alarma de emergencia sonó y Eijiro se vio obligado a quedarse en su agencia por más de doce horas al día.

No quería excusarse. Era lo que menos quería. Pero llegaba a casa con las ganas suficientes para tomar un baño, acercarse a la cama de una bien arropada Akane, y caer rendido en su cama, justo al lado de su esposo. Le daba un beso en la mejilla y otro en la frente y luego sus ojos cedían de inmediato. Solo se despertaba por el sonido de su alarma a las siete de la mañana del día siguiente.

Eijiro era consciente de que Katsuki debía levantarse por múltiples veces durante la noche y madrugada. Su pobre Katsuki. Su esposo tenía que soportar todo esto por su cuenta porque Eijiro no era capaz de capturar a un asesino que corría por las calles en plena noche lastimando gente.

Al final, no había podido cumplir con lo que le había dicho a su esposo desde que empezaron a planear convertirse en padres.

«No dudes que voy a ayudarte en casa paso, Katsuki», le había dicho.

Ahora parecía que sus palabras se las había llevado el viento.

Por eso decidió tomarse un pequeño descanso ese día; al menos podía llegar a casa a una hora decente en la que podría ayudar a Katsuki y ver a su bebita despierta. Tenía que compensar su ausencia de alguna forma, así que dejó a su asistente a cargo; si había alguien lo suficientemente competente para hacer eso era ella. Katsuki la había elegido por eso cuando empezaron a establecer su agencia.

Pero el entusiasmo inicial se convirtió en preocupación y enojo por la insensatez de Katsuki. ¿Por qué estaba entrenando? Él sabía perfectamente que no debía hacer esfuerzos por los primeros cuarenta días postparto. ¿Por qué se estaba poniendo en tal riesgo de lastimarse?

Y luego Katsuki gritó y le reclamó por qué estaba ahí. Por qué no atrapaba a ese idiota. Y le dolió. Le dolió porque Katsuki tenía la mirada apagada mientras le gritaba. Le dolió porque su esposo tenía ojeras que antes no tenía. Le dolió porque Katsuki parecía querer estar en cualquier lugar menos ahí. Le dolió porque pudo notar su ceño fruncido en la inequívoca expresión de agotamiento, con la paciencia a punto de estallar.

Para empeorar la situación, Eijiro había soltado el comentario más estúpido posible en esta situación. ¿Insinuar que Katsuki tenía tiempo para entrenar mientras él no estaba en lugar de cuidar a su hijita?

Y ahí fue cuando Eijiro se dio cuenta que lo había jodido todo.

*

Caminó hacia el segundo piso, rumbo a la habitación de Akane.

Apenas cruzó la puerta, lo primero que vio fue a su suegra. Mitsuki estaba sentada en la mecedora con un libro abierto en manos, lo suficientemente cerca como para ir hacia Akane cuando lo necesitara.

Una llegada [in]esperada [Kiribaku mpreg]Where stories live. Discover now