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Julio, 2004. Miami, Florida

SeokJin no había oído su nombre real en casi seis meses. Dos semanas después del funeral de su esposa, había pedido un nuevo destino, parte de él con la esperanza de que un cambio de escenario pudiera hacer que tuvieran menos de matarse, y la otra parte con la esperanza de que con una misión peligrosa no tendría que hacerlo él mismo. Había estado encubierto en Miami desde entonces, nada más que pura suerte y un sentido excesivamente desarrollado de la justicia le mantenía vivo. Quería ver a estos hijos de puta encerrados y haría lo que fuera necesario.

Cuando llegó por primera vez a Miami, descubrió que era difícil dormir, una combinación de nerviosismo por el trabajo y echar tanto de menos a su esposa que se sentía como si su alma se estuviera muriendo. Había empezado a beber para combatir los sueños.

Unas pocas semanas después de eso, había empezado a tomar estimulantes para combatir las resacas, e incluso a veces en un intento de imitar la sobriedad. Encontró que funcionaba para su tapadera y al mismo tiempo embotaba y afilaba su mente hasta el punto de que en lo único que pensaba era en el caso que le ocupaba, como una linterna para su cerebro. Haría cualquier cosa para sacar de su mente a la mujer que había perdido, la vida que había perdido.

Su vida se había convertido en un acto en la cuerda floja, y cada respiración le llevaba más cerca de la muerte. Había empezado a hacer apuestas sobre lo que le mataría primero: el alcohol, las drogas o el cártel. Esta noche había una velada, era para celebrar el éxito de un trato en el que SeokJin había colaborado. También había mandado los detalles a su supervisor y vivía con el temor de ser descubierto.

El jardín de la azotea en el centro de Miami había sido requisado por el jefe de Miami, y no se había ahorrado en gastos para entretener a sus nuevos socios de Colombia. El alcohol y la heroína fluían libremente, mezclado con drogas de diseño multicolor y bebidas azules de neón que parecían anticongelante y sabían a eso también. Acompañantes caros, tanto masculinos como femeninos, vagaban por la multitud, ofreciendo sus servicios.

—Xander —dijo un hombre mientras se acercaba a SeokJin. SeokJin sonrió y se volvió hacia su jefe, acostumbrado al nombre falso. Su jefe tenía una mujer en cada brazo, ambas sonrientes y hermosas, sus ojos repasaron a SeokJin de arriba abajo—. Tengo tu bono anual —dijo el Jefe con una mueca de soslayo a una de las mujeres.

SeokJin la miró, y su estómago se revolvió ante la idea de llevar otra mujer a la cama.

—Gracias, Jefe. Pero no, gracias.

—¿Qué pasa? —Preguntó el Jefe—. ¡Sus tetas son perfectas y el culo es sublime! —Palmeó el culo de la acompañante y lo demostró.

SeokJin se rió y asintió con la cabeza, aunque su mente seguía girando desesperadamente.

—Jefe, creo que tal vez yo no soy su tipo —dijo la mujer con un puchero.

SeokJin estaba asintiendo antes de poder pensarlo dos veces, aferrándose a esa excusa como a un salvavidas.

El Jefe se puso a reír y golpeó el hombro de SeokJin. Se lo llevó con él hacia una esquina donde la gente estaba sentada bebiendo y riendo, algunos tirados en los sillones, otros posados en los muebles, mostrando sus productos para cualquier persona interesada.

—¡Elige tu propio premio, Xander! Diviértete esta noche, ¡te lo mereces! —dijo el Jefe al dejarlo allí y regresar con las dos mujeres que iba a tomar él mismo.

SeokJin le vio alejarse, con una ceja enarcada cuando se dio cuenta de que a nadie le importaba a quien llevara a la cama esta noche, siempre y cuando no aguara la fiesta de nadie. Miró hacia la barra libre, con toda la intención de beber hasta entrar en un estado de estupor y desmayarse en una de las tumbonas alrededor de la piscina.

Situación Crítica || #7Where stories live. Discover now