Mariposas de Papel

Día dieciocho.

"Solemos ver el futuro cual una línea recta y perfectamente trazada, yendo siempre hacia arriba, cuando la realidad es que posee un mayor parecido con los cabellos enredados e imperfectos que observo cada vez que me miro tras el espejo de la recámara, aquellos que han estado abandonando mi cabeza día con día. Y me deprimo, no porque el mío no parezca una línea sin error, sino porque al lápiz que la trazaba pareciese habérsele acabado el grafito. Ya no raya, ya no sirve, se ha estancado en un punto próximo al que pronto llegaré. Pero existe algo aún peor.

Durante éste tiempo o, bueno, al menos antes de que conociese a aquel chico, me había estado empeñando en acabar con esto completamente sola. Soy como un volcán a punto de hacer erupción, y no quiero dejar a nadie herido tras el incidente. Sin embargo, con él, hacer aquello resultaría imposible. Es como si estuviese dispuesto a quemarse bajo las cenizas de mi desastre y, yo sólo...", soltó el bolígrafo en el momento en que escuchó sus firmes pisadas a poca distancia. No quería que le sucediese lo mismo que el día anterior y Jason la sorprendiese escribiendo en las páginas de aquel gastado cuadernillo, el cual se había convertido en, más que un simple amigo, su confidente. Aquel que escuchaba acerca de sus desdichas, amores, locuras e ilusiones, y no dejaría a nadie más leer... aún. Quizá porque no tenía a nadie más.

El muchacho sonrió con ternura, y ella correspondió sin apartar de su mente la idea de que pronto destruiría todo a su paso. Pero era demasiado tarde, el mismo chico se había encadenado a la tierra que la rodeaba, y Hilary ni siquiera lo sabía. Le entregó una rosa roja, con su corazón oculto tras los pétalos.

Cuando vio el miedo pintado en sus pupilas, por alguna razón, cruzó por su cabeza el que se parecía a una hermosa e indefensa niña... ya que eso era. Y, aunque la esperanza se perdiese al último, secretamente, ambos se encontraban al borde de desecharla.