Día trece.

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Durante estas últimas horas bajo la parpadeante luz de su habitación, Jason había logrado comprender algo que lo atormentaba. El sinfín de lágrimas derramadas había enjuagado su mente, deshaciéndose así de las ideas negativas casi en su totalidad. La vida, sin importar cada golpe bajo o palabra hiriente que hayas recibido, se mueve como una vieja ruleta donde tu única posibilidad de ser feliz es una dentro de un millón. Dicho aquello, cabe destacar que Hilary parecía amar con locura aquel juego. Pero no era así. A nadie le gusta sufrir, simplemente nos vemos obligados a hacerlo.

Un golpe en el cráneo, yeso alrededor de su brazo izquierdo y un tobillo sufriendo las mismas circunstancias. Raspones, cortadas y manchas de sangre seca. Y seguía siendo arte. Sin embargo, el haberse librado de un accidente como el que experimentó luego de que él hubiese leído la nota, no significaba una completa libertad. Seguía encadenada, pero aquello era algo mucho mayor. Una enfermedad que la arrojaría al abismo cavado por sus propias manos.

Y la comparó con una presa indefensa a punto de ser devorada.

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