〔:🍓:〕「 3 」 ༄˚⁎⁺˳✧༚

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Realmente era algo triste que fuera así, pero Kazuha conocía el hospital de Ritou como la palma de su mano, quizá incluso mejor.

En cuanto terminó de almorzar, fue hasta la estación y allí esperó al tren de las cuatro y cuarenta y siete. Como cada día, tomaba ese tren desde la ciudad de Inazuma hasta Ritou, una localidad en la costa noroeste de la Isla Narukami y el principal puerto de exportaciones e importaciones por vía marítima de Inazuma.

No había demasiada gente en el andén, pero eso era normal un lunes. Normalmente la estación no estaba muy abarrotada a esa hora, pero lo cierto era que los fines de semana la cosa cambiaba. Esos días sí que había tanta gente que no cabía ni un alfiler. Esos días eran los peores para Kazuha, cuando el aire de la estación estaba impregnado de un desagradable olor que le recordaba al de la gasolina.

A pesar de que lo tomaba todos los días, el tren no terminaba de ser de su completo agrado. Iba demasiado rápido y no le daba tiempo a admirar los majestuosos paisajes que dejaban atrás, por no mencionar el horrible olor a metal que inundaba el aire dentro de los vagones y que le terminaba por dar un dolor de cabeza pasajero a Kazuha.

Pero esos contratiempos no eran más que minucias en realidad. Al final del viaje, todo tenía su merecida recompensa: poder pasar la tarde con su amigo Tomo, tener la oportunidad de hacerlo reír un día más y conseguir distraerlo de lo delicada que era la situación respecto a su salud.

El tren tardó lo mismo de siempre en llegar a Ritou. Era un trayecto de unos cuarenta minutos en el que a Kazuha se le ocurrían ideas geniales para canciones y poemas, ideas fugaces que anotaba en la aplicación de Notas de su móvil por miedo a que se le pudieran olvidar. Tenía que admitir que, aunque no disfrutara por completo del viaje en tren, sus mejores obras habían surgido a partir de la repentina inspiración que lo invadía estando sentado en el vagón.

Abandonó la estación con paso tranquilo. Ritou no era tan grande como la ciudad de Inazuma, pero aun así había muchísima gente en sus calles, sobre todo turistas y comerciantes. Hasta hacía poco, el gobierno de la nación había prohibido la entrada de extranjeros, así que solía ser raro ver a alguien de fuera. Sin embargo, ahora ya estaba todo en orden y las fronteras de Inazuma volvían a estar abiertas para el resto de Teyvat.

Justamente a dos amigos suyos les afectó el cierre temporal de fronteras. Se llamaban Lumine y Aether y eran hermanos gemelos, rubios los dos y con una sonrisa iluminadora casi idéntica. Según le habían contado, tuvieron que esperar a que el gobierno aceptara extranjeros de nuevo antes de mudarse a las islas, así que pasaron casi un año en Liyue esperando antes de tomar el avión.

Después de un ameno paseo por las calles de Ritou, Kazuha llegó al hospital. Las puertas de cristal se abrieron automáticamente al detectar su presencia, dándole la bienvenida a aquel edificio que era todo blanco por dentro. No era un lugar desalentador, pero los hospitales nunca eran del todo agradables.

Saludó a la enfermera que atendía en recepción ese momento. Ya se conocían, así que la mujer, que rondaba los cuarenta y pocos años, ni siquiera le preguntó a quién venía a visitar.

El peliblanco fue directo al ascensor, donde coincidió con un enfermero que no había visto nunca antes —dedujo entonces que era nuevo allí— y con una mujer no muy mayor que tenía la pierna envuelta en yeso casi hasta la cintura. Los tres permanecieron en silencio, oyéndose de fondo el ruido que hacía el ascensor al moverse.

Unos segundos después, Kazuha fue el primero en bajarse.

—Con permiso —le dijo educadamente al enfermero para que lo dejara salir.

Por fin estaba en el pasillo donde se encontraba la habitación de Tomo. Era la número ciento treinta y cuatro, lo tenía memorizado. Avanzó y avanzó sobre las losas blancas y bajo las tristes luces del techo hasta encontrar la puerta con el número que andaba buscando. Llamó un par de veces y esperó a que la puerta se abriera.

Al otro lado, la sonrisa de Tomo lo recibió. Sus ojos violetas también sonrieron al verlo. Terminó de abrirle la puerta a su amigo, permitiéndole ver el porta sueros que lo acompañaba a todas partes. Tenía, un día más, varias vías conectadas al brazo y a Kazuha le dio la impresión de que estaba más pálido que otras veces.

—¿Qué tal? —sonrió Tomo, mostrándole el puño al peliblanco con gesto divertido, esperando a que lo chocara con el suyo.

Alrededor de su muñeca se ceñía una pulsera de cuentas de color azul. Kazuha llevaba una igual de color rojo. Eran pulseras que Tomo había hecho estando en el hospital en uno de esos talleres que a veces se organizaban para distraer y entretener a los pacientes. Ahí el rubio había hecho esas «pulseras de la amistad» para él y su mejor amigo.

—Aquí estamos, otro día más —sonrió Kazuha, golpeando suavemente el puño de Tomo con el suyo—. ¿Cómo estás? —preguntó, sin poder evitar fijar los ojos en las vías que tenía en el brazo.

El rubio bajó la vista a ellas también, pero al momento volvió a dirigírsela a Kazuha. Se encogió de hombros, risueño.

—Bien, bien. Bien y fuerte —rio—. Es lo que me dicen los enfermeros.

Entraron a la habitación por fin. Tomo iba a cerrar la puerta, pero Kazuha fue más rápido y se le adelantó. No quería hacer que su amigo se esforzara demasiado. Decía que estaba bien, pero él sabía que no era del todo así y que lo decía para que él no se preocupara.

Tomo andaba despacio, como si le pesaran los pies, como si cada paso fuera un esfuerzo colosal para su cuerpo. Llegaba a un punto en el que prácticamente arrastraba los pies sin despegarlos del suelo. Y mientras tanto, arrastraba con él su porta sueros, su compañero más fiel allí dentro aunque no el más deseado.

—Me vas a perdonar —musitó Tomo—, pero me voy a tumbar. Me duelen muchísimo las rodillas y tengo un dolor de espalda horrible.

—No tienes que disculparte por eso —apuntó Kazuha—. Ni siquiera tendrías que haberte levantado. Con que digas «¡Puedes pasar, Kazuha!» es suficiente.

Tomo se tumbó por fin.

—Es que me hace ilusión recibirte. Prefiero mil veces verte a ti que ver a una enfermera que me trae una bolsa nueva de suero —rio.

Kazuha soltó un par de carcajadas también mientras se sentaba en la silla que había junto a la camilla de su amigo.

—¿Qué tal ha estado tu día? —le preguntó Tomo.

—No ha estado mal. —Hizo memoria, para ver si había algo que mereciera la pena compartir con él—. Oh, eh... Ahora la taquilla que hay junto a la mía tiene dueño.

—¿Sí? Qué guay, ¿no?

—Sí. Es un chico bastante simpático. Me ha caído bien; creo que yo a él también. Puede ser que haya hecho un nuevo amigo —sonrió.

—¡Qué genial! —exclamó Tomo—. A mí me dejaron subir esta mañana a la planta de oncología y estuve un rato con los niños que están ingresados. —En sus labios se dibujó una sonrisa, una sonrisa que denotaba lástima—. Les leí cuentos e intenté entretenerlos y distraerlos un poco de todo esto... De toda esta mierda...

En su voz había impotencia. Kazuha entendía cómo se sentía, entendía la frustración que sentía. Era tan injusto que personas de corazones tan buenos como Tomo y que almas tan inocentes como las de los niños de la planta de oncología tuvieran que pasar sus días en el hospital, conectados a máquinas y vías, con tratamientos que no siempre funcionaban, aferrándose con fuerzas a cualquier mínima esperanza de salir de allí...

Era tan injusto que no pudieran tener vidas normales, que estar vivos un día más fuera toda una hazaña para ellos...

Serendipia [Heikazu] (High School AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora