Sobre el coraje, sobre el futuro

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El vapor Alicante de la Compañía Transatlántica nos desembarcó en Barcelona y esta vez el viaje se hizo cortísimo. Siguieron los banquetes y las fiestas durante algunas semanas. He de decirte que en realidad nos sentíamos fuera de nuestro ambiente. Aún después de lavarnos bien lavados notábamos la mugre en la piel, esa catinga que ya no olvida jamás. Creo que en ese momento nuestra cabeza todavía estaba en aquel triste lugar perdido entre los bosques y vagando sobre las tumbas de nuestros compañeros.

Alguien nos dijo, un periodista del Correo creo recordar, que mientras nos pudríamos en aquella iglesia, se había oído que los generales del Ministerio de Guerra; una nadería de fajines, entorchados y panzas satisfechas, sospechaban que resistíamos porque habíamos asesinado a un oficial pagador y robado los 3.000 duros que custodiaba. Lo que oyes Estrella, si me llego a echar a la cara a uno de estos sinvergüenzas le arranco los pulmones. Por eso, por compensar ésta y otras muchas infamias, creo que fueron tan desproporcionados los agasajos. Además, había que olvidar el desastre y sacar alguna victoria de tanta derrota.

A los pocos meses estábamos en barbecho, algunos en el pueblo y con calle dedicada. A Gregorio, mi paisano de Osa de la Vega, le pusieron un monumento y eso que él, a su regreso, solo acertó a decir cuando le preguntaban.

-"Yo no digo nada de lo que fue aquello, algún día se sabrá de cuanto allí se hizo"-

Pero no se supo, no al menos como se merecía. España seguía siendo la de siempre, analfabeta, pacata y muy, muy pobre. El traje de la boda, el único de tu vida, acabaría siendo tu mortaja.

Yo tardé en volver a casa me quedaba con vida allí. En realidad fueron demasiadas palmadas en la espalda y al poco me cansé de tanta monserga. Cuando llegué a Madrid lo hice con la Cruz de plata al mérito militar en la solapa, mi viejo cuero con los dineros y las dos primeras mensualidades de mi nueva pensión vitalicia. En total 7,50 pesetas que he estado cobrando hasta ayer mismo. Años más tarde, gracias a una ley que salió en 1908, nos sumaron 60 pesetas mensuales. Toda una fortuna que he tratado de administrar sabiamente y que me ha permitido ejercer de maestro, casar y criar a tres ingratos. Y no casé, como bien sabes, con aquella Carmen hermosa, aquella hechicera de mis noches filipinas. No encontré esa Xana de ojos negros y embrujadores. Desgraciadamente y como dijo Bécquer "el amor es un rayo de luna". Yo lo había estado persiguiendo y me ayudó a sobrevivir, pero eso es todo.

Ahora bien, a la vuelta encontré una mujer maravillosa, mucho más auténtica que aquella Carmen e infinitamente más extraordinaria; un ser al que quise con toda mi alma, una compañera que siempre me resultó hermosa por dentro y por fuera. Nos hicimos felices durante muchos, muchísimos años. Me quiso tullido, como ahora me ves, habiéndome dejado mucha sangre y un brazo, el izquierdo, en dos guerras más. Son los dos paréntesis que tuve como maestro. En verdad, lo único malo que hizo mi amada en su vida fue morirse antes que yo. Aun me quedaban y me quedan lágrimas para llorarla. Ya sabes que ella fue mi amor y yo hice todo lo posible por ser el suyo.

Y querrás saber que hacíamos hace unas semanas en aquel pueblo extremeño, ¿verdad Estrella? Pues verás, buscaba el recuerdo del caballero de Baler. Aquel lugar se llamaba Miajadas y la casa que visitamos fue la del único caballero que he conocido en la vida, la única persona que he admirado, el que compendia principios y valores esenciales. En una placa ponía: "En esta casa nació el 11 de febrero de 1866 el Capitán D. Saturnino Martín Cerezo. Héroe de Baler". No hacían falta más palabras ni más celofanes; están los justos. En 1901 le concedieron la cruz de San Fernando, la mayor condecoración de nuestro ejército.

Un día leí que Cerezo, el caballero de Baler, paseando por Madrid vio en el escaparate de una tienda una foto donde posábamos harapientos los supervivientes del Sitio de Baler recién llegados a Manila. Pues bien, el caballero pidió su retirada cortésmente y cuando los dependientes le preguntaron asombrados el motivo les dijo que aquella estampa heriría y humillaría a los soldados que no hicieron lo mismo, porque si lo hubieran hecho Cuba y Filipinas seguiría siendo españolas. Así era él, genio y figura. Cuando leí la anécdota la di por cierta.

En 1903 regresaron los cuerpos de nuestros compañeros muertos en Baler, sus restos descansan en tierra española, en el panteón de Nuestra Señora de Atocha. Siempre me faltó valor para hacerles una visita, aunque no hay día que nos los recuerde. Como bien sabes Estrella ya soy el último de Baler, soy el que entrega la bandera.

Sé que el relato ha sido largo Estrella, y he de terminar. Son batallitas de viejo y cuando empiezas, cuando te enredas en detalles, ya no sabes cómo poner el punto y final. Y para eso precisamente estas tú aquí Estrella. Ya te imaginarás que no he escrito todo esto para mis familiares. Bien poco me importan a estas alturas y bien poco les importa a ellos lo que haya hecho el abuelo cuando anduvo armado y furioso por el mundo. Y tampoco lo hago para que nadie pueda conmoverse, ya te dije que pertenezco a una época en la que los hombres se vestían con principios. Todo lo que he escrito es un testamento, un último esfuerzo y tú, querida amiga, debes poner un final... o al menos esa era la idea.

Empecé el relato de Baler sintiéndome indigno, pero resulta que entre tantos recuerdos he encontrado bríos donde no los había. Mis rencores se han evaporado y esos viejos recuerdos han obrado un prodigio. Ahora me siento fuerte en mi debilidad. Ahora todo encaja, todo está en calma y el ruido marchó.

Ya sé lo que he de hacer Estrella. Lo primeroserá llamarte por tu verdadero nombre, querida Star 1920 de nueve milímetros,mi compañera de tantos años. Reconozco que he acabado muy conmovido con estosrecuerdos y sé que terminar con un balazo en la cabeza no es digno de laepopeya. No es digno de mis compañeros, ni lo es de mis oficiales y desde luegotampoco de mis enemigos. Todos me esperan en el cielo de los valientes yalgunos ya llevan mucho tiempo allí. Creo que no bajaré la cabeza, no lo haré.Me encenderé un último cigarro, buscaré el bosque más tupido que exista yecharé a andar hasta desaparecer en sus honduras. Nadie sabrá cómo, ni dondeencontró su final el último soldado de Baler. Nuestra leyenda no terminarájamás.


El Caballero de BalerWhere stories live. Discover now