―𝐄𝐩𝐢𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞

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La luz del sol golpeó en sus ojos haciendo que subiera una de sus manos a su frente para lograr ver todo el panorama en dónde estaba

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La luz del sol golpeó en sus ojos haciendo que subiera una de sus manos a su frente para lograr ver todo el panorama en dónde estaba.

Juntó sus cejas con confusión al encontrarse en un campo exactamente igual al que visitaba con Wanda en años anteriores.

El viento iba directo hacia ella, pero ningún vello de su cuerpo se movía con él, en cambio, el corto y hermoso vestido blanco de encaje era lo único que se alzaba en hondas.

No recordaba como había llegado allí, o en que momento, pero se sentía en paz, él mismo sentimiento que tenía cuando estaba con Wanda.

Wanda.

¿Dónde estaría ella?

Giró a ver a sus alrededores en busca de su novia, pero parecía que ella era la única en aquel bello campo. Comenzó a caminar sin saber a dónde iba siendo guiada por el viento y su propia intuición.

Una figura baja y encorvada se alzaba al final de una de las colinas, sus manos estaban a sus espaldas y veía el atardecer con atención. Leila no dudo y como si se tratase de un imán y ella un metal, camino hasta la silueta del hombre.

Cuando llegó a su lado no lo podía creer.

Sus brazos se enrollaron al rededor de su cuerpo y su cara quedó hundida en el hueco de su cuello sonriendo de oreja a oreja.

Se trataba de su abuelo, Matthew quien la recibió con aquella gran sonrisa característica de él y un beso en la frente de esos que tanto extrañaba.

⎯  Mira que grande estás, Lei. ⎯  le dijo con cariño acariciando un lado de su cara.

⎯  Es que te perdiste de muchas cosas. ⎯  lo acusó sonriendole de manera cariñosa.

⎯  Ya veo que sí, debes ponerme al corriente de todo. ⎯ 

Leila y Matthew se sentaron en el pasto, viendo aún el atardecer. La menor relató con lujo y detalle todo lo que había pasado durante los años en los que el no había estado, ignorando por completo el último minuto de la batalla final.

⎯  ...pero, ¿Dónde estabas tú durante todo este tiempo? ⎯  preguntó confusa juntando sus cejas.

El hombre tomó una bocanada de aire fingiendo estar tranquilo ocultando su temblor con una sonrisa.

⎯  Esperándote. ⎯  dijo sin entrar en detalles.

⎯  Es muy hermoso este lugar, ¿Dónde estamos? No recuerdo como llegué aquí ⎯  El peso de tener un rompecabezas al que le faltaban piezas comenzaba a activar la curiosidad en Leila, algo parecía no estar en su lugar.

El hombre solo logró tragar saliva y ponerse de pie. No podía decirle, debía dejar que ella misma se diera cuenta.

⎯  Vamos, los otros te están esperando.

Leila frunció aún más su entrecejo. ¿Otros? ¿Qué otros?

Tomó la mano de su abuelo mientras el la conducía por los campos hasta llegar a una pequeña aldea pintoresca y grande, alejada del campo en dónde estaban minutos antes.

En cuanto entró lo primero que vió fue un cabellera platinada corriendo de un lado a otro a toda velocidad, pero antes de que pudiera preguntar por ello, el abrazo de una delgada figura la sorprendió.

Al alejarse, pudo ver la sonrisa plasmada en la pelirroja frente a ella. Natasha estaba frente a ella y no lo podía creer.

Una pieza más fue colocada en el rompecabezas.

La cabellera platinada se detuvo, mostrando una sonrisa traviesa y facciones familiares para Leila. El joven le tendió la mano en forma de saludo y al ella tomarla besó sus nudillos con extremada delicadeza.

⎯  Al fin nos conocemos. ⎯  dijo sin borrar aquella sonrisa pícara. ⎯  Pietro Maximoff. ⎯  se presentó remarcando aquel acento sokoviano que amaba. ⎯  Gracias por cuidar a mi hermana por mí.

Leila se detuvo un segundo alejándose del abrazo de su abuelo y de las sonrisas cálidas de los demás dejando sus manos extendidas como señal de que se detuvieran.

Cerro sus ojos dejando ver sus expresión confusa, volvió a abrirlos y restregó sus ojos asegurandose de que no era producto de su imaginación. Sus brazos cayeron a los lados de su cuerpo cuando el rompecabezas estaba resuelto frente a sus ojos.

Pietro, el hermano muerto de Wanda.

Natasha, por quién hace unas horas había llorado por su perdida.

Matthew, al que ella había matado hace unos años atrás.

Su respiración se entrecorto ante toda la verdad, y los recuerdos de su último minuto en el mundo terrenal volvieron a su mente golpeándola como balde de agua fría. Agachó la mirada negando sin querer creer que en verdad había muerto, pero una mano detuvo sus bruscos movimientos.

La suave piel tocó su mejilla quitando sus lágrimas y brindándole la tranquilidad que necesitaba.

⎯  Hija, no llores más. ⎯  dijo la delicada voz de su madre.

Y allí estaba ella, tan delicada y hermosa como la recordaba, con los brazos preparados para un abrazo y el perfume cálido emanando de su piel.

La abrazo con fuerza, volviendo a ser niña por un momento, recordando sus felicidad y lo buenos momentos junto a ella.

Estaba feliz, todos estaban allí de nuevo. Su abuelo, Nat, su madre, y Pietro, que aunque no lo conocía, Wanda le hablaba tanto de él que era como si ya supiera quién era, y sospechaba que a la larga se harían bueno amigos. Entonces fue cuando entendió que estar muerta no era tan malo, estaba en paz y tranquila, era Wanda quien le preocupaba.

⎯  Ella no estará sola. La acompañaremos, como lo hemos estado haciendo nosotros desde aquí contigo. ⎯  le relajó Pietro adivinando sus pensamientos.

Y entonces su pecho se relajó, aceptando la muerte y el cambio por el que ahora había pasado. Ella estaba abandonando el mundo terrenal, pero eso no quería decir que abandonaba a Wanda. Ella la cuidaría en cada paso que diera guiandola en el camino de la vida para que pudieran volver a estar juntas, otra vez.

FIN




O TAL VEZ NO.

𝐋𝐎𝐕𝐄𝐑¹ ― W. MaximoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora