Miedos.

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Benedict se vio inmerso en una profunda conversación con Norah acerca de artistas contemporáneos, y sorprendido de no saber que ella había estudiado historia del arte. La conversación se extendió tanto que Norah no se dio cuenta de que habían dejado su casa unas cuas cuantas cuadras atrás.

—Lo siento me he distraído mucho.

Se disculpó con él mientras caminaban de regreso, Benedict no podía dejar de sonreír, una sonrisa de aquellas que uno prefiere ocultar por miedo a revelar demasiado.

Cuando llegaron a la pequeña casa de Norah a Benedict comenzaron a sudarle las manos. La puerta color blanco frente a ellos se abrió, Norah entró primero y Benedict la siguió.

Era mucho más pequeña que su casa pero por alguna extraña razón la de Norah se sentía más acogedora. El piso de madera crujía con cada paso que había sobre él. En todo rincón de la casa podía encontrarse alguna planta ya fuera pequeña o que prácticamente tocaba el techo.

—¿De qué tienes antojo?

Preguntó Norah quitándose la chaqueta y lo único que se antojaba en la mente de Benedict era volver a verla desnuda y sentirla suya de nuevo.

—Lo que sea que tengas se me antoja.

Logró pronunciar.

Norah asintió, caminó hasta su pequeña cocina, abrió el refrigerador y después de unos cuantos segundos regreso a ver a Benedict completamente sonrojada.

—Me temo que sólo tengo huevos y verduras.

—Eso es perfecto.

Respondió el con una sonrisa, quitándose la chaqueta para poder ayudar a Norah a cocinar.

Media hora después estaban comiendo un delicioso omelette con verduras acompañado con una botella de vino blanco. Se escuchaba el líquido caer sobre la copa de vidrio mientras Benedict servía el vino. Se sentaron uno frente al otro.

—¿Cómo va tu trabajo?

Preguntó él llevándose el tenedor con comida a la boca.

—Va muy bien, han comenzado a pedir mis obras para exposiciones en América.

—Con que rompiendo fronteras eh.

Ella rio un poco y asintió.

—Tú sí que sabes sobre eso.

—No tanto como tú crees.

Y dejando atrás cualquier rastro de incomodidad o vergüenza, siguieron hablando y riendo durante toda su cena como su fueran una verdadera pareja.

En cuanto terminaron de comer, Benedict le pidió a Norah que le mostrara sus nuevas obras, Norah le dio un pequeño recorrido por el que era su nuevo estudio, Benedict no podía dejar de sentirse impresionado. Terminaron el recorrido y Norah lo llevó hasta la sala en donde abrieron otra botella de vino.

Norah ya comenzaba a sentirse acalorada y se le notaba en las mejillas sonrosadas y en los ojos un tanto dormilones. Benedict le dio un sorbo a su copa, no podía creer que estaba ahí con Norah y que fuese ella quien lo hubiese invitado. ¿Cómo era que con unas simples apalabras ella lograba poner todo su mundo de cabeza?

Se sintió nervioso y se llevó la mano hasta el bolsillo del pantalón para buscar sus cigarrillos cuando recordó el asma de Norah.

—Si quieres hacerlo, hazlo.

Dijo Norah, Benedict levantó las cejas confundido.

—Me refería a que si quieres fumar puedes hacerlo.

La novia de mi mejor amigo. Where stories live. Discover now