Capítulo 29 Una verdad oculta.

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Meses atrás:

Alex:

Era una tarde como cualquier otra en el instituto Cruzó Smith. De hecho, se avizoraba una de esas calmas que se producen cuando está a punto de caer un vendaval de agua. En mi caso sería algo mucho peor. Por el pasillo venían dos policías caminando junto a la directora. Ella se veía preocupada, su frente estaba arrugada y tenía un dejo de amargura, pero eso no era lo relevante sino aquellos policías.

Todos miramos en la misma dirección, incluso el profesor de biología hizo una pausa en su clase para atender aquella extraña visita.

—¿En qué puedo ayudarlos? —Preguntó nuestro profesor y el que respondió fue el policía más joven. Un hombre de unos 30 y tantos años calvo, de ojos saltones.

—Necesito hacerle unas preguntas al estudiante Alexandro.

Mi profesor unió las cejas y volteó la vista hacia mí, y con ella la de todos. Solo logré pensar una cosa «lo saben»

Me levanté y caminé en su dirección. Mis pasos eran cansados. Llevaba muchas noches sin dormir y el cansancio era inevitable.

Estando en la dirección la directora abandonó el lugar. Los policías y yo nos quedamos solos.

—¿Para qué me necesitan? —Pregunté frustrado mientras pasaba la mano por mi cabello. Abandoné el gesto al darme cuenta de que ambos me estaban observando de una manera extraña.

—¿Dónde estaba usted el martes a eso de la media noche?

Tragué en seco aunque no quise hacerlo. No quería demostrarme nervioso, pero lo estaba y lo peor era que ambos se dieron una mirada cómplice como diciendo «ahí está nuestro culpable»

—Este señor —El mayor me extendió una foto —está desaparecido. Lo último que sabemos es que a esa hora se dirigió a su casa.

—No conozco a ese hombre. —Mi tono de voz sonó frío y calmado. Había ensayado tanto esa escena en mi mente que era casi imposible que saliera mal.

—No mienta, sabemos y tenemos pruebas de que tenía una relación con su madre la cual está desaparecida también junto con su hermano.

—No se de que me habla. El martes por la noche me quedé en la casa de mi novia.

—¿Tiene cómo probar eso? —Esta vez fue el policía menor el que habló.

—Sí, si quiere preguntarle a ella, está en todo su derecho. —Tomé un lápiz y una hoja de papel en mi mochila y le di el número de Cristal.

—¿Sabe usted que si miente está incurriendo en un posible delito? —Preguntó el mayor. El que tenía un bigote canoso y muy amarillo, seguro por la nicotina. Su voz era ronca y salió como una espada lanzada por un samurái.

«Delito», esa palabra recorrió todo mi cuerpo y asentí fingiendo una seguridad que en realidad no tenía.

Diciendo esto último recogieron sus cosas y se marcharon sin decir nada más.

Al cerrar la puerta di un golpe en la mesa y lancé una maldición por lo bajo.

—¿Pasa algo? —Preguntó el policía más joven. No me había dado cuenta de que estaba ahí observándome y el corazón me dio un vuelco.

—No, no pasa nada.

Dio dos pasos hacia mí y tomó la foto que tenía en frente. La que me había mostrado. Al parecer la habían olvidado. Me observó con una mirada penetrante por algunos segundos y de su bolsillo sacó una tarjeta. Me la dio en la mano.

—Este es mi número. Si te están obligando a guardar silencio. Si recuerdas algo que me quieras contar o si te sucede cualquier cosa a ti o a alguien de tu familia me puedes localizar por este número.

Tomé el papel en mis manos y asentí levemente dudando de su palabra. Últimamente tenía que dudar de todo y de todos.

Cuando dio medía vuelta lancé aquella tarjeta a la basura. Me puse de pie y me marché del lugar hacia mi clase. ¿Cómo había llegado a ese punto? ¿En qué momento el castillo de naipes comenzó a derrumbarse? Últimamente todo era así, lleno de preguntas que rondaban mi mente atormentándome día tras día.

Antes de ir a clases entré en el baño. Miré a todos lados y al ver que no había nadie por fin me sentí libre. Por unos segundos me quedé viendo mi reflejo en el espejo.

¿Por qué tenían que suceder estas casas y más ahora que todo iba tan bien?

Tomé un poco de agua en mis manos y mojé mi rostro. Luego, me desabotoné la camisa de uniforme. A mis ojos llegó una herida no muy profunda con una venda alrededor de mi estómago. No podía decir la verdad, nadie tenía la culpa de que esas cosas sucedieran y menos de esa forma...

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Presente:

Alex:

El aire batía contra mi cuerpo, una lágrima cayó por mi mejilla, pero la aparté antes de que él la viera y luego le di una última calada al cigarro antes de arrojarlo al borde del edificio.

La ciudad se veía majestuosa ante mis pies. Por un momento olvidé que no estaba solo e imaginé que no moriría nunca, que mi alma sería tan eterna como la tierra misma, pero ni ella en realidad lo era, nada lo es. Todo de algún modo u otro desaparecerá, dejará de existir. Nada es eterno y ese era mi consuelo.

—¿Crees que fuimos muy duros con ella? —La voz de mi hermano me recordó el lugar en el que estaba.

Bajé del muro y me senté junto a él. —Es lo correcto, no quiero que sufra.

—¿Y crees que con esto no está sufriendo ya?

—No es lo mismo, tú sabes que no es lo mismo. Pronto se le pasará y regresará a su vida normal.

—¿Por qué hiciste todo esto? Dime la verdad.

—Ya te lo dije, no quiero que sufra.

—No, eso lo se ¿Pero por qué le escribías mensajes haciéndote pasar por ese tal "Edu"? ¿Por qué la ilusionaste de esa forma?

—No lo se, al comienzo fue por diversión, cuando me di cuenta ya estaba metido en su mundo y no hubo marcha atrás. Miseria es como una droga, una vez que la pruebas no la puedes dejar.

—Te enamoraste, eso fue lo que sucedió. No te juzgo, pero recuerda por qué estás aquí.

—Eso es lo peor de todo, que ya ni se qué hago en este lugar.

—Sabes que no podemos regresar. Si vinimos a este lugar fue para que nadie nos reconociera y por ti revelé nuestro secreto. Tienes que convencer a Miseria antes de que abra la boca y todo nuestro sacrificio haya sido en vano.

—Descuida, mañana a primera hora hablaré con ella.

El silencio retomó el ambiente y mi hermano entró al edificio. Entonces saqué mi celular del bolsillo y fui al Facebook. Estando dentro abrí la cuenta de Edu y la vi. Miseria Elizabeth Aslan, la chica que acabó con mi plan de pasar desapercibido. La que me hizo olvidar todo, incluso lo dañado que estaba. A su lado era aquel chico de antes, el que reía con sus amigos, el amable, el romántico. Con ella salía la mejor versión de mí. Cuando llegué a Cielo Estrellado solo quería esconderme y apagar mi voz, ahora quería gritar y luchar contra viento y marea, pero sabía que sería en vano. El destino me sentenció como un juez. Las hojas de mi libro se agotaban y no quería que la chica que amaba estuviera junto a mí cuando ya no quedaran alternativas para mi inminente realidad.

La suerte estaba echada, aunque me doliera era lo correcto. Todo fuera por la felicidad de mi estrella fugaz...





El chico del segundo B © ✔Where stories live. Discover now