Capítulo 28 Un ataque de pánico

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Últimamente no paraba de sufrir emociones fuertes y de verdad que me sentía cansada. Aquella noche hubiera querido ir a casa, tomar un baño de agua tibia y dormir. Pero no, no me podía permitir eso y menos cuando por fin Alex me contaría todos sus secretos.

Aquel chico de cabello castaño y piel pálida tenía muchas dudas por aclararme. Para empezar cuál era su verdadero nombre y qué hacía en un edificio tan cutre como el mío si era rico. A mi mente no paraban de llegar teorías y más después de haber escuchado aquella llamada telefónica. Debía saber todo para conocerlo de verdad, sin filtros, sin mentiras.

Mi corazón latía con fuerza a medida que subía las escaleras. No dejaba de pensar en cada beso que nos dimos. En lo bien que lo pasaba junto a él. En lo feliz que me hacía verlo cada mañana en el instituto o cuando nos cruzábamos en el elevador y me regalaba una sonrisa. Alex era Edu, Edu era Alex y juntos eran maravillosos, uno romántico, el otro decidido, uno seductor, el otro misterioso. A ambos los amaba aunque supiera que eran la misma persona. Amaba a Alex y no supe en qué momento me sucedió eso, solo pasó.

Al llegar a la azotea el aire nocturno me recibió. Todo estaba a oscuras con excepción de un bombillo en la esquina de un tanque de agua. Ahí estaba él, traía unos vaqueros desgastados y un suéter negro con capucha.

—Ya estoy aquí —Susurré y me acerqué a él.

De inmediato se dio la vuelta y sus ojos se encontraron con los míos. Lo rodeé con los brazos por encima de su cuello y me apresuré a besarlo. Deseaba hacerlo, pero de la peor forma evitó mi beso. Se apartó de mí de una forma fría.

—¿Pasa algo? —Pregunté y me aparté de él.

—Miseria, no podemos seguir con esto... —Se limitó a decir con la voz apagada.

—¿Por qué? ¿Hice algo que te molestó?

—Tú no eres la que destruye todo en esta historia, tú no eres esa granada a punto de estallar y arrasar con todo.

—¿Qué quieres decir con eso? Por favor deja tus metáforas para otro día y dime de una vez por todas qué está sucediendo.

Unos pasos sonaron en la oscuridad, una figura apareció frente a nosotros. —Sucede que nada es lo que parece, a veces la realidad se fusiona con la ficción y una persona puede ser un simple personaje...

Me quedé helada, las piernas se me aflojaron, no entendía nada. Mis ojos pasaron de uno a otro sin saber qué decir o qué hacer.

—Todo...todo fue una farsa para ocultar nuestra identidad... —El chico a mi lado habló.

No creía lo que estaba viendo, frente a mí había dos Alex, dos chicos iguales, como dos gotas de agua, como dos granos de arena. Y yo, estaba mareada, «todo fue una farsa» Mi cerebro empezó a atar cabos, a procesar cada palabra, a emitir pitidos de alerta.

Di dos pasos hacia atrás y trastabillé hasta caer sentada en el muro del límite del edificio. Me empezó a faltar el aire, no podía respirar, todo me daba vueltas, pero no los dejaba de ver, dos Alex, dos Edus, ¿quiénes eran ellos y por qué me habían mentido?

Las lágrimas empezaron a brotar y caí al suelo.

—¿Estás bien? —Uno de ellos me preguntó, era el del suéter negro e intentó ayudarme a levantar. Aparté su mano con un manotazo.

—¿Jugaron conmigo todo este tiempo...? —Una punzada en el pecho me impidió seguir hablando. —No lo puedo creer. ¡Ah! —Hice una mueca —no pue...do respirar...

Me levanté como pude. Di varios pasos para buscar aire, y que mis pulmones se tranquilizaran, pero no lo lograba. Hacía mucho tiempo que no me sucedía algo así. La última vez fue cuando mi padre se marchó de casa. Sentí una falta de aire tan grande que fui a dar a urgencias. Allí un médico me dijo que había tenido un ataque de pánico. Y era eso lo que me estaba sucediendo en esos momentos.

—Mierda esto no debió pasar así. —Los dos estaban discutiendo.

—¿Es asmática? —Preguntó uno y corrió hacia mí —¿Eres asmática? —Asentí y logré ver sus ojos asustados. —¡Ahora vuelvo! —Le gritó al otro y salió corriendo.

Unos interminables minutos después apareció con un inhalador y aspiré el oxígeno de inmediato. Mis pulmones volvieron a estabilizarse. —¡Son unos malditos imbéciles! —Les grité llorando en cuanto pude hablar —Me engañaron. ¿Por qué me hicieron esto? ¿Qué querían? ¿Acostarse los dos conmigo para pasar a ser su anécdota de cuando sean viejos?

Ninguno dijo nada por un largo minuto. Uno de ellos miraba el horizonte, su rostro no reflejaba ningún atisbo de sentimiento alguno. El otro me observaba a mí. Sus ojos buscaban los míos y parecía querer decir algo, pero no lo hacía.

Les di una última mirada de decepción y di media vuelta.

—¡Miseria espera!

—¡¿Qué quieres ahora?!

—Te mereces una explicación y te la voy a dar.

—No quiero que me expliques nada, ni tú ni él. Los quiero lo más lejos posible de mi vida.

Entré de una vez al edificio. Cuando mis pasos llegaron a las escaleras ya estaba llorando. No podía creer lo que me habían hecho. Yo solo había sido un juego en sus vidas. Un pasatiempo, nada había sido verdad, ni el baile, ni la fiesta de Halloween, ni los mensajes de texto. Rita tenía razón y no la había escuchado.

Al entrar a mi casa corrí a mi habitación, solo quería encerrarme y llorar, llorar mucho. Dicen que las lágrimas ayudan a limpiar las almas en pena, yo quería eso, quería que mis lágrimas se volvieran un diluvio capas de arrasar con todo el dolor que estaba sintiendo. Quería que todo pasara, que Alex nunca hubiera llegado a mi vida. Quería muchas cosas, pero nada era posible, aquella era mi realidad y debía afrontarla.

Mi madre no tardó en aparecer por la puerta

—¿Qué te pasa? ¿Es por tu papá? ¿Peleaste con él? —No respondí, no estaba en condiciones de hablar de ningún tema. —¡Maldito seas Gabriel, él me va a escuchar a mí!

—¡No!, no fue él. —Gimoteé —No preguntes nada por favor, no hoy. Necesito estar sola. —No se movió, en su rostro se veía preocupación, y mucha, era ese instinto de madre protectora, sabía que no lo dejaría así. —Por favor, mañana hablamos ¿si? —Rogué y pareció ceder.

Se acercó a mí y me apretó en un abrazo —Sea lo que sea que te sucedió va a pasar, el dolor va a aliviar y cuando menos te lo esperes vas a estar bien. Sabes que yo siempre estaré para ti, ¿verdad?

Asentí y me dio un beso en la frente.

Tras esa escena de madre afectiva salió y cerro la puerta dejándome con mi angustia.

Con mi mano derecha palpé mi colgante. Aquel que Alex me regaló el día de mi cumpleaños. Me lo quité de un tirón.

Me sequé las lágrimas con el antebrazo y salí a mi balcón. Lo arrojé con todas mis fuerzas y fue a dar al balcón del segundo B.

Entré de nuevo y me acosté en la cama. Tenía tantas cosas en la cabeza que parecía que me iba a estallar en cualquier momento. Y lo peor llegó después, cuando apagué la luz, cuando la oscuridad dio paso a la aparición de las estrellas. El corazón se me hizo pedazos. Al parecer, después de todo la luna y el sol no estaban destinados a encontrarse...

Esa noche descubrí dos cosas. Que la felicidad no dura mucho y que las lágrimas no logran aliviar el alma...











El chico del segundo B © ✔जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें