CAPITULO 2

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Para Brenda el primer día de universidad fue espectacular. Irradiaba felicidad. Se sentía como una luz fosforescente, brillante, intensa y eso atraía varias miradas, porque cuando uno está bien, la gente de tu alrededor lo nota.

Se mareaba con tantos chicos que le pasaban por al lado. Sus pupilas trabajaban a máxima velocidad funcionando como una especie de escáner masculino, hombre que veía, hombre que admiraba de pies a cabeza, de cabeza a pies, sin olvidarse de girar para apreciar los glúteos, lo que le daba una pauta de su nivel de ejercitación. 

Si iba a avanzar en el terreno sexual, pretendía que fuera con alguien con buen físico, preferentemente deportista. Tan difícil no podía ser. A su edad, la mayoría de los chicos tenían los músculos bastante definidos, la piel tersa y el vigor arrollador típico de la juventud.

¿Desesperada? ¿Brenda? Para nada...

Caminaba por los pasillos de la facultad como si estuviera en un supermercado repleto de góndolas con golosinas, chocolates, bombones, caramelos. Diversos envoltorios, múltiples colores. Estaba fascinada con la variedad de chicos a su alcance.

Si antes tenía una etiqueta pegada en la frente que decía "¡Cuidado! Chica enferma" ahora la podrían catalogar como "Chica necesitada". No le avergonzaba admitir que estaba desesperada, su rostro expresaba la revolución de hormonas al visualizar a un chico algo atractivo, aunque de ahí a acostarse con cualquiera existía un abismo.

Quería hacerlo con amor, estar enamorada y tener una relación como en los libros. Quería el chico malo, misterioso, que quedaría encandilado por ella y aprendería a ser una mejor persona, todo gracias al amor más puro. Bien de novela. Por lo tanto, utilizaría su nueva libertad para divertirse, para salir, conocer gente, y rezaba por encontrar a su alma gemela para besar mucho y descubrir el placer del contacto físico con el sexo opuesto.

-¿En qué piensas Sirenita traviesa? –preguntó Tobías mirándola a través del espejo retrovisor.

Brenda alzó la vista para chocar con la curiosidad en sus ojos. 

Le tocó ir en la parte trasera, ya que en la carrera por ver quién llegaba primero al coche, Rosario la venció apropiándose con todo el derecho del asiento de adelante. Se conformó con ir atrás, no le molestaba en lo absoluto, es más, se divertían compitiendo por esa tontería.

-En nada –respondió saliendo de su ensimismamiento.

-Conozco esa mirada Brenda. No me puedes engañar –insistió.

Rochi se giró ligeramente para observarla por encima del hombro provocando que sus mejillas automáticamente se tiñeran de un rojo carmesí.

-Mmm –frunció los labios al mismo tiempo que entornó los ojos examinando cada detalle de sus gestos faciales– Si te conoceremos pillina...

La muchacha, sintiéndose acosada por sus amigos, comenzó a reír avergonzada. ¡Nunca la dejaban en paz! Ni si quiera podía hundirse en sus ilusiones románticas y mantenerlo en el secreto de su intimidad. Ellos siempre sabían lo que ocurría en su interior y por eso eran sus mejores amigos.

-¿Cuál de todos los que vimos hoy Bren? –inquirió Rosario.

-¡Eres insoportable!

-¿Cuál? ¿Aún no lo descubriste? -Toby la golpeó suavemente con el codo de su brazo derecho sin quitar la vista de la carretera– Es obvio que quedó prendada del ayudante del profesor Stovich, ese chico presumido al que le gritó que lo amaba.

-¡No grité que lo amaba!

-¡Claro que sí! Tengo que admitir que tuve un poco de miedo.

-¿De qué? –preguntó Brenda rodando los ojos al cielo, porque sabía que encontraría cualquier cosa para burlarse de ella.

DIECIOCHO PUNTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora