De juegos en la cama

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—Parto yo —dijo Alex—, ¿Verdad o desafío? —Bianca lo pensó apenas unos segundos, y dijo:

—Verdad.

Alex sabía que debía empezar ligero si quería obtener algo de información.

—¿Desde hace cuántos años eres caballera? —Bia no se esperaba esa clase de pregunta, pero era algo que podía responder con facilidad.

—Siete años. —Alex se quedó boquiabierto.

—Bianca ¿Cuántos años tienes? —preguntó, con más curiosidad.

—Eso cuenta como otra verdad, así que pierdes un turno. Y tengo veinte años —le dijo con soltura.

Alex no pudo menos que sorprenderse que una chica como Bianca se hubiese convertido en caballera con solo trece años y parecía que su primera pregunta solo abría más puertas llenas de otras preguntas.

—Ahora tú, elije —dijo Bia.

—Verdad —respondió el príncipe.

—¿Pensabas volver al palacio para tu coronación? —Alex sentía que el juego era todo menos ligero. Cruzó sus manos detrás de su cabeza y caviló sobre cómo responder.

—No lo sé —dijo tratando de ser sincero. Quería saber más sobre Bianca, pero para eso tendría que ganar su confianza primero y la chica era un hueso duro de roer—, supongo que habría terminado en el palacio de una u otra manera —finalizó, satisfecho de su respuesta.

—¿Quieres ser Rey? —La pregunta lo tomó desprevenido.

—Es para lo que nací.

—Ya, pero hablo de que es lo que quieres tú —insistió Bianca.

Alex no sabía qué más decir. Nunca se había planteado que quería, principalmente porque nunca se lo habían preguntado y parecía que esa simple pregunta lo había dejado por completo desarmado.

—Acepto castigo —dijo el príncipe, incapaz de continuar.

Después de un vergonzoso baile sobre una silla, el juego continuó de forma más ligera. Alex descubrió que el plato favorito de Bianca era el cerdo asado y que la chica podía cantar tirolesa, lo que le sacó un buen número de carcajadas y un golpe de la habitación contigua. Mientras, Bianca averiguaba que Alex tenía dos hermanos menores, Max y Phillip, que era alérgico a las ranas y que sabía hablar seis lenguas.

La noche transcurría entre risas y momentos de tensión y la habitación se llenaba de una calidez que no pasó desapercibida para ninguno de los dos.

—Verdad —dijo Bianca, aun riendo por la pobre imitación de sirena que Alex se esforzó por hacer mal.

El príncipe se acercó poco a poco hacía la cama hasta quedar sentado junto a la caballera, quien sintió su respiración acelerarse de súbito. Con el pulgar recorrió la mejilla de la chica y después de lo que pareció un siglo preguntó lo que lo carcomía por dentro.

—¿Cómo te hiciste esa cicatriz?

Alex miró a los ojos a Bianca, esperando un castigo como respuesta, pero la chica parecía no decidirse a hablar. Despacio y en voz baja, ella habló:

—Hace diez años...yo...bueno...no puedo hacer esto —dijo bajando la cabeza entre sus brazos.

Alex trató de acercar su mano a su hombro, pero en un inesperado arrebato la chica continuó.

—Supongo que, si no habló esto ahora, nunca lo haré —un suspiro pesado preparó a Alex, quien ansioso esperó que su acompañante continuase —. Hace diez años mi aldea fue atacada por una horda de guerreros...y nos hirieron de todas las formas en que a un pueblo se lo puede herir. Quemaron casas con familias enteras dentro,

» Hicieron cosas Alex...cosas que no puedo explicar. Uno de ellos, jamás podré olvidar su rostro —la nariz afilada y los ojos negros en un rostro anguloso aparecieron con claridad en la mente de Bianca—, traía la cabeza de mi padre empalada como trofeo de guerra. Cuando lo vi traté de huir —Alex había dejado de respirar, incapaz de dar otra bocanada de aire—, pero era muy pequeña, y no lo suficientemente rápida como para escapar de un caballo y su jinete. El hombre me miró, de la forma en que se mira a un pedazo de basura —la voz de Bianca sonaba quebrada, y aun peor, llena de amargura y tristeza, que se coló en el corazón de Alex como una ráfaga helada—, y me persiguió varios metros. Sacó un látigo vetado de espinas en las puntas y me dio con el directo en el rostro. Caí contra una roca en el camino, y ahí me quedé Alex. Tirada como una muñeca de trapo. Para cuando desperté, no quedaba nada para mí en ese lugar.

El príncipe dejó ir la respiración aguantada. Sabía que cosas así ocurrían de vez en cuando en los poblados y aunque rara vez se tomaban medidas, era diferente escucharlo así. En labios de la muchacha todo se volvía tan real, que le provocaba un vacío indescriptible.

Sabía que nada de lo que dijera sería bueno en una situación así, por lo que se miraron largo rato, dejando que la revelación de Bianca formara un lazo diferente entre ambos, algo que los dos sentían, podía ser una amistad.

Absortos en la mirada del otro, ninguno notó como el anillo brillaba casi de forma imperceptible en la mano de Bianca.


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De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora