Capítulo 10 - Ruptura

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No volvimos a hablar del asunto de la discoteca. Salvador no lo mencionó, y yo tampoco. Pero la realidad me mostraba que ahora parecía esquivarme cada vez que nos veíamos en el restaurante, y siempre trataba de irse antes que yo, cuando todavía quedaba gente en el turno. Mis cierres de caja volvieron de pronto a ser solitarios y aburridos, y eso me llenó de una inexplicable angustia. El ajetreo que había por esas fechas ayudó a no tener momentos juntos, y prácticamente no teníamos un minuto libre.

Tal vez estaba avergonzado por lo que casi había pasado en el baile, aunque evidentemente por motivos diferentes que yo. Yo sí estaba avergonzada, pero él no sabía que tenía una relación con Pedro o con alguien. Seguramente estaba apenado porque era la hija del dueño. Fuera por el motivo que fuera, me había comportado de forma inapropiada, dejándome llevar por la atracción que sentía por él. Quizá su estrategia era la mejor, poner distancia.

Ailén y Manuel no se habían despegado desde aquella noche en la disco, y ya habían formalizado, aunque habían pasado solo dos semanas desde que comenzaron a salir. Era el "potencial amor de su vida" número veinte que le conocía a mi amiga, pero la veía realmente feliz, y Manuel era un excelente chico, así que "olé" por ellos.

Lo que me molestaba un poco es que echaba de menos a mi amiga, y aunque me invitaban constantemente a salir con ellos, me sentía algo desubicada. "Dos es compañía, tres son multitud", les decía cada vez. Y es que por supuesto no podía contar con Pedro. Primero y principal porque se suponía que nadie sabía lo nuestro, ni siquiera Ailén; y además porque no quería revelarle nuestra relación al mundo bajo ningún concepto.

La verdad es que la conversación que había tenido con Ailén aquella vez antes de irnos a bailar seguía rondando en mi cabeza, pero había intentado aparcarla, sencillamente porque tenía muchas cosas en la cabeza y... ¿a quién quiero engañar? La verdad es que mi corazón albergaba la esperanza de que Pedro recapacitara.

Pero no sucedió. Y un buen día dije "basta".

Esa noche llegué tarde a casa después de cerrar y, como siempre, Pedro me estaba esperando. Apenas entré comenzó a besarme y a querer quitarme la ropa. Lo detuve antes de que siguiera adelante.

—Espera, Pedro. —dije, desembarazándome de él. —Tenemos que hablar.

—Pero yo no quiero hablar... Te necesito, te deseé todo el día y no pude apartarte ni un minuto para besarte a escondidas...

—Detente, Pedro. Necesitamos hablar, ¿puedes salirte de encima?

Pedro puso los ojos en blanco y resopló con fastidio. Eso me sentó como una patada.

—Vale, ¿de qué quieres hablar? —me miró con condescendencia, y eso aumentó mi cabreo.

Respiré profundamente y decidí averiguar sus intenciones antes de tomar una decisión.

—Pedro: ¿Qué es lo que quieres de esto que tenemos?

—Pues creo que ya sabes qué es lo que quiero, preciosa... quiero meterme en tus bragas ya mismo.

—¿Ves? A eso me refiero. —dije, cerrando los ojos. —Dime Pedro: ¿Cuál es mi gusto de helado favorito?

Pedro me miró sin entender.

—¿Y qué tiene que ver tu hel...?

Lo corté porque supe que no tenía idea.

—¿Cuál es mi película favorita?

—Y yo qué cojones sé cuál es tu película favorita, Lola. ¿Qué te está pasando? ¿Estás en tus días sensibles? ¿Es eso?

Respiré profundo y me obligué a quedarme sentada y no romperle algo en la cabeza. El argumento "estás en tus días" era lo que más me irritaba en el planeta Tierra. Si me ponía a gritar sería como darle la razón. No podía hacerlo. Necesitaba estar calmada para hablar con él. Cerré mis ojos, pedí iluminación al Altísimo, y comencé a hablar.

—Creo que esta relación no nos está llevando a ningún lado, Pedro. Tú no me conoces realmente, y tampoco me dejas que te conozca. Hace ya un buen tiempo que estamos juntos, y no pareces escucharme. Solo me esperas a la noche, lo hacemos y cada uno a lo suyo. No tenemos intimidad.

—¿Cómo que no tenemos intimidad? Yo creo que sí la tenemos. Dormimos juntos casi cada noche.

—Dormir juntos no es suficiente para tener intimidad. Tener intimidad es tener una relación, saber lo que le gusta al otro, dedicarle tiempo y espacio. Y nosotros no tenemos eso. Tenemos pasión, tenemos química, pero eso no basta. O al menos a mí no me basta, Pedro.

—¿No te sientes bien conmigo?

—Me siento muy bien contigo, pero déjame preguntarte algo: ¿Cómo nos ves de aquí a un año? ¿O de aquí a cinco años?

—Lola, a ver, fíjate lo que me estás preguntando, yo qué sé cómo estaremos dentro de equis años... yo sé que te quiero hoy, y quiero estar contigo hoy.

—Pues a mí no me basta. —Inhalé profundamente para evitar echarme a llorar. —Hasta aquí llegué, Pedro. No puedo seguir así, ya pasé una etapa en la que no me quería ni un poquito, y yo sé que me merezco más, la verdad es que esto que estoy permitiendo que pase solo me echa por el piso, y no más, no lo voy a permitir.

—Lola, no me digas esto, por favor. Tiene que haber alguna manera de arreglarlo, de seguir con esto. No quiero perderte.

—Entonces vamos donde mi padre y contémosle que estamos juntos.

No hubo necesidad de palabras. Su cara lo dijo todo. Soltó mi mano, que tenía agarrada, y bajó la vista. Se frotó los ojos y me miró, apesadumbrado.

—Lo siento, Lola. Sabes que no puedo hacerlo. Hay mucho más de lo que tú crees, no puedo decirle a tu padre. Lo lamento. ¿Estás segura de querer terminar esto?

—¿Y tú estás seguro de que no quieres decirle nada a mi papá?

Asintió en silencio. Se levantó del sofá, se acercó a mí y me besó la frente, para luego caminar hacia la puerta y salir de mi departamento dando un portazo.

Me quedé parada, sola, con unas inmensas ganas de llorar, pero contenta conmigo misma. Me había elegido a mí, me había querido a mí.

Decidí que no quería quedarme llorando por los rincones, entonces opté por llamar a Ailén para que viniera a tomar unos tragos, y si estaba con Manu, ¡pues que viniera! Hoy tenía permitido ser multitud. Pero cuando fui a buscar el teléfono para escribirle, me di cuenta de que no lo tenía conmigo. Empecé a hacer memoria y recordé que lo había dejado en el restaurante. ¡Torpe de mí, hija mía! Me estaba quedando sin batería y lo puse a cargar en la sala de empleados. Al salir y cerrar, me olvidé de traerlo conmigo.

¡Pues nada! Haberlo olvidado no me iba a impedir cumplir mi objetivo. Estaba desvelada, y la noche era joven, así que me puse mi chaqueta, tomé las llaves del local y salí al restaurante a buscar el dichoso trasto.

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