Capítulo 2 - Friki

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Salí del restaurante a las ocho de la noche, algo más temprano de lo habitual, ya que generalmente me quedaba hasta el cierre, y caminé hasta mi departamento. Apenas entré me metí en la ducha, salí, me sequé el cabello, me puse un maquillaje suave y me vestí para esperar a Pedro.

Elegí la comodidad antes que la alta costura, como solía hacer cada día. Me puse un vestido negro corto sin mangas, estampado con pequeñas florcitas de color rosado. Por encima me abrigué con una fina chaqueta de jean, ya que las noches granadinas suelen ser un poco frescas. Para terminar el conjunto, me calcé mis inseparables Converse blancas. Me dejé el cabello suelto y guardé el móvil y mis documentos en una pequeña cartera cruzada.

Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, cuando abrí la puerta me encontré con Pedro vestido con una camisa celeste, de color muy parecido a mi chaqueta. Llevaba unos pantalones en tono beige y unos zapatos marrones. Estábamos, digamos, en composé.

Quedé boquiabierta solo con verle. Estaba acostumbrada a verlo vestido de negro. El uso de otros colores le sentaba maravilloso. Él también se me quedó mirando fijamente de arriba a abajo y solo atinó a silbar, tomar mi mano y hacerme girar sobre mi misma mientras me contemplaba. Me reí de su ocurrencia, cerré la puerta y salimos a la calle.

Cuando llegamos a la calzada me sorprendió nuevamente tomándome de la mano. Me gustaba este nuevo Pedro, libre de mi papá. Me sonrió nuevamente y enfilamos nuestro camino hacia la calle Elvira. Esta calle era una de las más céntricas de Granada, donde se concentraban gran cantidad de bares de tapas que durante las noches se llenaban de gente que pasaba el rato. Llegamos a uno de ellos, nos sentamos en una pequeña mesita para dos que estaba ubicada sobre la estrecha acera y pedimos unas cervezas y unas tapas.

Pedro estaba muy alegre, me hacía preguntas, contaba chistes, parecía otro. Nada que ver con el gorila serio que siempre estaba pegado a mi padre. Le pregunté por qué no había ido con él en esta oportunidad y me contestó con evasivas. Supuse que el motivo verdadero era que quería que se quede cuidándome. ¿Por qué tanto control? A veces se volvía muy molesto. Se lo hice saber, aún consciente de que tal vez la conversación se volviera extraña.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Pedro?

—Claro, dime —entrelazó sus dedos sobre la mesa y me miró atentamente.

—A veces no entiendo por qué mi padre me protege tanto. Digo, ¿es que no se da cuenta de que tengo veintiocho años? Y lo que es peor, ¿no se da cuenta de que vivimos en Granada? ¿Qué cosa tan grave puede pasar aquí?

Pedro se incorporó en la silla y me miró, comprensivo.

—Entiendo lo de que eres mayor, pero no se te olvide que tu padre trabaja hace mucho tiempo en la ciudad, y conoce los pormenores de la noche. Debe haberse topado con personas desagradables a lo largo del tiempo y quiere protegerte, nada más. Además, ten en cuenta que es el dueño de uno de los negocios más prósperos de toda Granada, y eso despierta admiración y envidia a partes iguales. Eres lo más importante que tiene Don José, es normal que quiera protegerte. Yo haría lo mismo en su lugar. —tras decir eso, estiró su mano y acarició con suavidad mi mejilla. Yo cerré los ojos instintivamente y disfruté de su tacto.

—Comprendo lo que dices, pero a veces se pasa... No entiende que tengo que vivir mi propia vida. No me puede tener en una cajita de cristal toda la vida, porque...

—Discúlpame, Lola. No quiero interrumpirte, y no lo tomes a mal, pero me gustaría que hablemos de algo más que de tu padre, ¿puede ser?

—Lo siento. Tienes razón. Hablemos de otro tema. ¿De qué quieres hablar? —dije, algo avergonzada.

Secretos en la AlhambraWhere stories live. Discover now