Capítulo 7 - Reencuentros

25 9 7
                                    

A fin de cuentas las cosas no se ajustaron nada. Las semanas pasaron, rutinarias y sin sobresaltos, y las cosas con Pedro siguieron igual que siempre: a escondidas. Con noches de pasión en mi departamento hasta altas horas de la madrugada y saludos fríos como el hielo en el restaurante. Cada vez me resultaba más incómodo seguir así, y eso provocaba muchas discusiones entre nosotros.

Mi padre estaba mucho más aprensivo después del incidente del auto, e insistía todo el tiempo en saber dónde estaba, o con quién. «Si tú supieras con quién estoy la mayor parte del tiempo», pensaba cuando me escribía o me llamaba, y daba la casualidad que estaba en mi casa haciendo el amor con su hombre de confianza. No solo me sentaba mal ocultar lo nuestro a todos, si no que detestaba tener que mentirle a papá.

Una calurosa tarde, cuando quedaban unos pocos días para quitarme la férula, estaba trabajando en el despacho de mi padre y Ailén entró corriendo. Levanté mis ojos cansados y la miré por encima del monitor de la computadora.

-Ay, amiga, algún día vas a tener que explicarme cómo haces para que te busquen siempre los hombres más guapos y buenorros del planeta...

-¿De qué hablas? -pregunté con curiosidad, mientras sonreía a mi amiga.

-Ahí afuera hay un bombón que preguntó por ti.

-Pues yo no estoy esperando a nadie...-dije, mientras me ponía de pie y seguía a Ailén por el pasillo que daba al salón donde funcionaba el restaurante.

Cuando lo vi, se me paró el corazón. Había olvidado cómo esos ojos grises parecían escrutar cada parte de mi alma. ¿Muy romántico? Pues es lo que sentí. En el momento que sus ojos se encontraron con los míos, sonrió, y entonces recordé lo que era ruborizarse como una niña.

Me acerqué a él, sin saber muy bien cómo saludarlo. Todo lo segura que solía ser habitualmente, se esfumaba en momentos así. Alguien debería dar cursos de cómo desenvolverse en este tipo de situaciones, porque evidentemente soy experta en meter la pata. La cuestión es que me puse tan nerviosa que estiré la mano para darle un formal apretón, pero él se estaba inclinando hacia mí a su vez para darme un beso en la mejilla. ¿Resultado? Toda mi mano fue a parar a su entrepierna. ¡Qué vergüenza! Saqué la mano como si la hubiera puesto sobre brasas calientes (mmm, interesante analogía), y cerré los ojos, abochornada. Solo los volví a abrir cuando escuché su risa fresca. Sus ojos achinados de tanto reír me dieron la pauta de que era una tonta por avergonzarme y que era mejor tomarlo con humor.

-¿Quieres un beso? Pues haberlo dicho, hombre - bromeé, y le planté dos besos al estilo español, aunque esta vez dejando las manos bien quietitas y pegadas al resto de mi cuerpo.

Salvador me sonrió nuevamente y me preguntó si había algún sitio donde pudiéramos hablar. Le ofrecí que fuéramos al despacho de mi padre. Ailén se me quedó viendo con la boca abierta y mientras lo hacía pasar al pasillo, la muy tonta me comenzó a hacer reverencias, como si fuera una diosa o una reina. No pude evitar echarme a reír con su ocurrencia y seguí mi camino meneando la cabeza.

Llegamos al despacho y lo invité a sentarse. Le ofrecí un café pero no quiso. Estaba nervioso, se notaba porque miraba hacia todos lados y respiraba de manera superficial. Cómo no habló, decidí romper el hielo.

-¿Cómo has sabido que estaría aquí, Salvador? ¿Me has seguido? - No quería sonar paranoica, pero de otro modo ¿cómo habría dado conmigo?

-No. ¿Cómo voy a hacer eso? Tu padre me dio su identificação la noche que nos conocimos, y me dijo que contara con él para cualquier cosa que necesitara... no quise venir antes porque no quiero que piensen que soy un oportunista o un interesado, pero... no tengo más trabajo, y si no tengo trabajo me revocarán los papeles y deberé volver a Brasil. Esperaba que tal vez ustedes puedan darme una oportunidad, aunque sea pelando batatas y cenouras.

Vale. Lo había pillado. Punto número uno: Era una paranoica de libro, había quedado en ridículo, y punto número dos: supongo que se refería a pelar papas y zanahorias. No era nada experta en portugués, pero algunas palabras conocía.

Lo cierto es que nos hacía falta un camarero. Hacía dos días había renunciado Manuel, un pobre chico, muy simpático y excelente persona, pero que había roto más copas de las que teníamos en todo el restaurante, y aún no había contratado a nadie. Tal vez Salvador me ahorraría el trabajo de seleccionar a alguien para el puesto.

-¿Cómo te ves como camarero?- pregunté con una sonrisa.

Su mirada se iluminó.

-Tudo legal. Mi primeiro trabajo cuando era un muchacho fue en un bar en la playa de Bahía.

-Pues listo. ¿Cuándo puedes comenzar? Eso si te sirve la propuesta, claro.

-Cuando tú lo digas. Estoy disponible cuando me necesites, y estoy seguro que me servirá la propuesta. Como dicen aquí: "Más vale pájaro en mano que cien volando" ¿Es así? -dijo sonriendo, y yo asentí. Tuvimos un "momento", mientras nos mirábamos a los ojos. Con "momento" me refiero a esos momentos en los que parece que se detiene el tiempo y si uno presta atención hasta parece que se escuchan violines en el ambiente...

Pero este se rompió cuando se abrió la puerta del despacho y mi padre y Pedro entraron. Mi padre miró a Salvador como por dos segundos hasta que lo reconoció y esbozó una gran sonrisa. Pedro también lo reconoció, y lo miró como si estuviera viendo una cucaracha en el medio de la mesa VIP del salón.

-¡Estimado! Bienvenido. ¿Qué te trae por aquí? -preguntó mi padre mientras le daba un efusivo abrazo.

Le resumí nuestra charla, explicándole la situación familiar de Salvador y la pérdida de su trabajo anterior, y antes de que pudiera terminar de explicarle la propuesta de que ocupara la vacante de Manuel, ya estaba a los gritos.

-¡No se diga más! Bienvenido a nuestra casa, Salvador. A partir de hoy serás un miembro más de nuestra familia. Te lo has ganado al ayudar a mi hija, que es lo más importante para mí. En este lugar somos una gran familia, nos cuidamos entre todos, y todos somos importantes para el otro. Una vez más, bienvenido.

Salvador me miró y me guiñó el ojo, y yo le devolví una sonrisa, que se me borró ligeramente al ver a Pedro. No le gustaba nada el nuevo empleado, y su mirada me lo demostró. Decidí ignorarlo e invité a Salvador a recorrer el lugar y presentarle a todo el personal.

Todos lo recibieron con una gran sonrisa, especialmente Ailén, y luego de hacer los papeles y explicarle todo acerca del salario, propinas y horarios, quedamos en vernos al día siguiente. Era oficial: Salvador era el nuevo camarero de Arguiñano.

Secretos en la AlhambraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora