Capítulo 5 - Inesperado

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***Lola, perdóname de verdad. No quise ser violento contigo, ni hace un rato, ni esta mañana. No sé qué me pasó. Necesito que hablemos, por favor. Esta noche me paso por tu casa, por favor, no me rechaces.***

«Pues vas listo si crees que con una disculpa vas a lograr que te perdone», pensé mientras leía su mensaje y recorría a pie las calles de la Alhambra. Adoraba perderme en ella cada vez que necesitaba silencio y paz. Si bien se encontraba siempre atestada de turistas, cada uno estaba en lo suyo, y yo también podía perderme en un lugar en el que podía ser yo, sin nadie que me controle ni me observe.

Mientras caminaba me pregunté qué estaba pasando conmigo: ¿Cómo había terminado enredada en una relación con un hombre mucho más grande que yo, que además era el perro fiel de mi padre, al punto de cagarse encima cuando él estaba cerca, y que encima era un puto cobarde? Ah, me olvidaba del hecho de que además era un egoísta en la cama y con alarmantes gestos violentos. No, es que yo para hacerla, la hacía bien. Nada de medias tintas.

Seguí caminando por una de las callejuelas que conducían al patio de Arrayanes de la Alhambra. Me gustaba sentarme junto al enorme estanque y contemplar la gran torre de Comares, que tenía tanto significado para mí..

Tuve una época bastante oscura en mi adolescencia. Ya mencioné que no tenía muchos amigos, y pasé por momentos en los que creo que viví una depresión, aunque sin diagnosticar profesionalmente, claro está. Para mi padre las enfermedades mentales eran una chorrada, entonces oculté como pude lo que estaba viviendo y me apoyé en mis amigas y en Ángela, que para ese entonces ya no era mi niñera sino la gobernanta de nuestra casa.

Sin duda la muerte de mamá me pasaba factura en esa edad en la que es tan importante tener una madre. Bueno, qué iba yo a saber de la importancia de una madre si no la tenía, pero lo veía en mis amigas. Llevándose bien, regular o muy mal, mis compañeras de instituto tenían una figura materna, alguien en quien confiar, alguien a quien pedir permiso para salir con amigos, a quien contarle que te gustaba el chico más popular del cole. Yo no lo tuve, y me pesó mucho; y papá, por mucho que hizo, no podía ocupar el lugar de una madre.

Los problemas de autoestima y los conflictos con mi imagen contribuyeron en ese panorama, y lamentablemente me vi encerrada en algo de lo que no pude salir con facilidad. Al día de hoy doy gracias a Dios que no se me dio por probar drogas, y ahí es donde agradezco también las amigas que tuve, porque ninguna de ellas anduvo por ese camino. Estoy segura que eso habría sido mi ruina.

La cuestión es que lo único que calmaba mi alma atormentada era irme a la Alhambra y sentarme en el Patio de Arrayanes. Solía fantasear con que mi madre estaba mirándome desde la torre y me cuidaba desde allí. Lo he dicho: siempre fui muy fantasiosa. Pero a veces hasta creía verla por las ventanas. En mi imaginación ella estaba allí, observándome, y pasaba las horas en una conversación interna en la que desnudaba mi alma dolorida y le pedía consejos. En retrospectiva, y mirando todo como una persona adulta, creo que seguramente me encerraba tanto en las películas de terror para olvidar un poco el horror que me provocaba mi realidad.

Hasta el día de hoy no sé qué fue lo que me curó, si es que había algo "clínico" que curar. Ya mencioné a mis amigas, pero quiero creer que también mi madre tuvo que ver en el asunto, ya que nada me hacía experimentar tanta paz como estar allí y fingir que me veía desde lo alto. También me ayudó mucho Nelly, la psicóloga del instituto. Vio que necesitaba una orientación y estuvo allí, siempre atenta y dándome una mano, aunque sin decir una palabra a mi padre, porque no lo aceptaría. Así que mis visitas a la Alhambra se habían convertido en mi refugio.

Cuando iba saliendo, ya de camino a casa, envié un mensaje a papá para decirle que había salido del restaurante desde más temprano porque me sentía un poco mal, pero que ya estaba camino a casa. Quizá fue porque iba distraída con el teléfono, o porque no presté atención al cruzar, pero puedo jurar que de la nada apareció un coche negro, que aceleró a todo dar justo cuando apoyé un pie en la calle. Luego, todo sucedió muy rápido. Cuando vi que el coche se me venía encima quedé paralizada y solo atiné a cubrirme la cara con las manos, como si sirviera de mucho... Ya estaba prácticamente bajo las ruedas, o eso me pareció, y entonces pasó algo inesperado. Una figura ágil y rápida apareció de la nada, me tomó del brazo y me atrajo con fuerza nuevamente hacia la acera, haciéndome caer sobre él. Me golpeé muy fuerte el codo izquierdo porque caí con todo el cuerpo sobre él, pero no me importó el golpe, teniendo en cuenta que si no hubiera sido por ese desconocido estaría muerta.

Vi cómo el auto asesino desaparecía entre las callejuelas sin detenerse ni medio segundo, y en unos instantes se amontonó gente alrededor de nosotros dos. Pocos segundos después empezaron a aplaudir a mi misterioso salvador, y entonces fue cuando reaccioné y me detuve a observarlo. La verdad es que tenía una panorámica perfecta porque ambos estábamos tirados en el suelo, él de espaldas y yo encima de él, mirándonos frente a frente.

 La verdad es que tenía una panorámica perfecta porque ambos estábamos tirados en el suelo, él de espaldas y yo encima de él, mirándonos frente a frente

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Era muy guapo. Y al decir "muy guapo" me quedo corta. Tenía el cabello castaño oscuro y ondulado, y lo llevaba un poco largo, por debajo de la nuca, unos ojos casi grises y una perfecta nariz, que hacía juego con su boca prominente y atractiva. Llevaba una barba de días y vestía un par de jeans y una camiseta azul. Cuando sus ojos se cruzaron con los míos emitió lo que creí que era una sonrisa, y quizá al comienzo lo fue, pero luego fue cambiando a un gesto de dolor indescifrable. Lo miré sin entender qué quería decirme, hasta que finalmente señaló con su mirada hacia abajo. ¡Mi rodilla estaba apoyada en sus pelotas!

Me incorporé de inmediato pidiéndole disculpas de todas las formas posibles. Cuando dejó de retorcerse en el suelo se puso de pie y me sonrió, estiró su mano y me ayudó a levantarme. Luego, me preguntó cómo me sentía. Inmediatamente me di cuenta de que no era español, pero tenía un acento que no pude descifrar. ¿Portugués, tal vez? ¿Polaco? Italiano seguro no era, y tampoco británico. Decidí seguir haciéndolo hablar a ver si lo identificaba.

—Estoy bien, gracias. No puedo creer cómo ese imbécil casi me atropella. Por cierto... gracias por salvarme la vida. Si no fuera por ti, bueno, no estaría contando el cuento.

Él sonrió nuevamente, y la hilera de dientes blancos que mostró me dejaron embobada.

—No es nada. Cualquier persona habría hecho lo mismo. ¿Te duele el brazo? — preguntó, preocupado, porque yo lo estaba masajeando.

—Un poco. Cuando caí lo hice sobre el codo, tal vez se inflame luego. No es nada, ya se me pasará.

—De eso nada. Deberías ir a ver un médico, tal vez necesites una... ¿cómo es?... no me sale en español...una cintilografia óssea... no sé cómo le dicen aquí...

Ok, definitivamente no era de España, y ahora me estaba hablando de algo que no tenía idea. Los siguientes tres minutos los pasamos en una especie de "Dígalo con mímica", porque intentaba mostrarme a qué se refería con esas palabrejas. Finalmente lo entendí.

—¡Ah! ¡Te refieres a una radiografía! ¡Rayos X! —exclamé al darme cuenta.

—¡Eso! Sí —aplaudió tres veces y su sonrisa volvió a ocupar toda su cara. —Puedo acompañarte, si quieres. Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Soy Dolores, pero me dicen Lola. —me presenté. Si me había salvado la vida, se merecía saber mi nombre.

—Eu soy Salvador. —dijo con lentitud y cierta dificultad, como había pronunciado todas las palabras anteriores.

«¿En serio? ¿Acababa de salvarme y su nombre era, literalmente, Salvador? ¿Cuáles eran las chances?»

No pude evitar sonreír, y tuve que comentárselo.

—Pues qué nombre tan atinado, Salvador. Gracias por salvarme. ¿Me acompañas al hospital?

Secretos en la AlhambraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora