Capitulo 5

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"Un posible escape"

—Ahí vamos —le contestó Sirius a mi hermano.

Le hicimos caso a Jerry los tres caminamos hacia la mansión Deloughrey; nuestros padres estaban en la sala de estar y no sabía por qué. Rose también estaba sentada con ellos, y parecía que dirían algo importante.

—Sentados. Ambos —pidió la señora Deloughrey.

Ambos nos sentamos en el sofá y miramos a nuestros padres sin saber qué sucedía en ese instante.

—John y yo estuvimos hablando acerca de que ambos iríamos a Londres en un par de días, y pensamos que sería una gran idea que fuéramos juntos —comentó la madre de Sirius.

—¿Lo dicen en serio? —cuestionó Jerry.

—De verdad —respondió mi padre.

Todos nos emocionamos y nos miramos el uno al otro; era la primera vez que íbamos a un viaje juntos, ambas familias.

—Nos iremos en cuatro días —anunció la señora Deloughrey.

En un abrir y cerrar de ojos noté que Sirius había desaparecido, y de la nada sentí un papelito debajo de mi mano, una nota que había aparecido como arte de magia, y decía lo siguiente:

Encuéntrame cercas de la
casa del árbol.

Sirius.

Apenas leí la nota salí de la sala de estar de la mansión y me dirigí hacia donde indicaba la nota. Cuando llegué no se veía a nadie; alguien me habló entre la oscuridad provocando que me asustara y le golpeara en la cara, luego supe que era Sirius.

—Lo lamento —dije, un poco alterada todavía por el susto.

—No te preocupes. No debí haberte asustado —contestó Sirius.

—Vi tu nota —mencioné—. ¿Para qué me llamaste?

—Solo quería pasar el rato contigo. —Hizo una pequeña mueca.

Antes de que cualquiera de nosotros lo pudiera notar desde la casa del árbol, el sol comenzaba a ocultarse. Chequé mi reloj de bolsillo y me di cuenta de que eran las siete de la tarde con treinta y seis minutos.

—¿Tienes una lámpara? —preguntó Sirius. —Asentí y la tomé, junto con un paquete de fósforos—. Gracias. —Recibió los artículos, encendió la lámpara y luego la colgó en una de las ramas perdidas pero estables.

La cálida llama iluminaba no solo la casa del árbol, sino también una pequeña parte del prado que la rodeaba.

Miraba el cielo y el paisaje. Tonos rosas, naranjas, azules y morados iluminaban el cielo y teñían todo ligeramente de un rosa suave. El amarillo de la lámpara formaba un círculo tenue y parpadeante que envolvía la casa del árbol y el prado debajo. Había una mancha en la hierba, la que estaba iluminada tanto por la lámpara como por el cielo, pues se encontraba bajo un claro entre las ramas.

—Ese sería un lugar perfecto para observar las estrellas, ¿eh, Berkshire? —Sirius sonrió.

—No está lo suficientemente oscuro como para observar las estrellas, Sirius.

—Lo estará. Pronto —dijo, ofreciéndome su mano.

—¿Qué vas a hacer? ¿Ayudarme a bajar la cuerda? —pregunté, y levanté una ceja.

—No —respondió—. Solo tómala.

Tomé su mano. Me acerqué.

—Te tiraré a la hierba —bromeó el castaño.

Lo dejé ir y bajé por la cuerda.

Ya estaba oscuro. Las estrellas mostraban un lindo anochecer. Aterricé en la hierba. En cuestión de minutos ya estábamos tumbados sobre el pasto, mirando las estrellas que aparecían. Sirius colocó su cabeza sobre mi regazo y con las piernas estiradas, mientras que yo me senté de piernas cruzadas. Pasé mis manos por su suave y esponjoso cabello, viéndolo cerrar sus ojos lentamente.

Esto era algo que siempre hacíamos. No de una manera romántica, sino que era más de amistad.

—No conozco esa constelación —admitió Sirius.

Señalé tres estrellas que estaban formadas en una línea.

—Bueno, ese es el Cinturón de Orión, que está conectado a la constelación de Orión. —Me detuve—. Creo que es la única constelación que conozco.

—Bueno. —Se volteó para mirarme—. Al menos la sabes.

Bajé la mirada y me acomodé junto a él.

Una vez más, la luz natural favoreció su rostro golpeándolo en todos los lugares correctos, haciendo que sus ojos fueran más brillantes que las estrellas. Sus brazos estaban sobre su estómago. Sus dedos, entrelazados. Sonreí.

Se enfrentó a las estrellas de nuevo, pero no pude darme la vuelta. No pude evitarlo. Tomé su mano y la puse en la mía; pareció asustado por ese gesto, y enrojecido. Se enfrentó a mí, sorprendido.

Sonreí y le besé la mano. Su cara se volvió aún más roja.

—Eres especial para mí, Chico de las flores —le dije.

Sonrió y se apartó.

—El sentimiento ha vuelto —murmuró discretamente—. Quédate aquí —pidió en un tono de voz más alto. Se puso de pie y subió a la casa del árbol.

Miré hacia arriba, deleitándome con el cielo, la luna y las estrellas. Regresó con los libros que habíamos utilizado para presionar nuestras flores.

—¿Cuál era el tuyo? —preguntó. Había un libro rojo y uno marrón.

—Diré que el marrón —respondí, tomando el libro grueso.

Sirius se sentó a mi lado con las piernas cruzadas.

Me moví y puse mi cabeza en su regazo. Ahora que estaba mirando hacia arriba, podía distinguir el cielo detrás de él. No había otra vista que prefiriera tener.

—Gracias por todo —le dije.

Me miró con una expresión confundida.

—Apenas si he hecho algo.

—Estar aquí ya es mucho —respondí.

Sonrió y me apartó un poco de cabello de la cara. Estuvimos un rato en silencio.

Se enfrentaba a las estrellas. Me encantaría enmarcar esta vista.

Habló. No me lo esperaba, pero él lo dijo:

—Escapemos juntos.

Espero que esta historia les esté gustando, les pido el favor de que me apoyen con votar, comentar, recomendar la historia y con el simple hecho de leerla. Los amo 💗

Astrid Peverell <3

El Recuerdo De Elizabeth BerkshireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora