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Sam

Sam se dejó caer de espaldas sobre la cama y contempló el trasero de Dahyun, que cabalgaba sobre él como una auténtica reina del rodeo.

Mejor que ver su cara. No es que no fuera guapa, pero ni en sueños podía compararse con Seungmin.

Seungmin...

Podría estar mirando su cara todo el día sin cansarse.

La mayoría de sus hermanos querían que olvidara a aquel chico. Los chicos como el no valen la pena, le decían, búscate algún culito dulce para que te espere casa y te cuide, si es que no te basta con las de una sola noche.

¿Cuál es el problema? Bueno, siempre hay alguna otra persona esperando a ocupar su lugar...

Dahyun se detuvo y se volteó para mirarlo.

—¿Me estás haciendo caso? —preguntó. Sam rió y sacudió la cabeza.

—Perdona, nena, estaba en mis cosas —dijo—. Sigue.

El motero acompañó sus palabras con una palmada alentadora en el trasero de la muchacha, que le correspondió sonriendo con sus labios cuidadosamente pintados. La chica era buena, eso había que reconocerlo. Entre las piernas tenía la fuerza de un torno y en la boca, la de una bomba de vacío. Estaría mal de la cabeza si considerara la posibilidad de cambiar a un todoterreno sexual como aquel por una propiedad con muchas posibilidades de convertirse en un perro guardián y que no deja de follarte.

Ya, pero menudo perro...

Nunca se aburría con Seungmin, esa era la jodida verdad. Con el montando su miembro sería imposible que se distrajera. Tal vez no era una máquina del sexo, como Dahyun, pero tenía el líquido más dulce que había probado en su vida. Mierda, quería saborearlo otra vez. Aquel pensamiento le endureció todavía más.

Una hora después, Sam seguía en la cama, aunque hacía ya rato que Dahyun se había marchado. Era hora de ir al club, pero no podía apartar a Seungmin de su cabeza. Durante la misa de aquel día tenían que discutir acerca de las cagadas de Jeongin.

Doble mierda, el hermano de Seungmin era un jodido imbécil. Y no es que no hubieran tenido paciencia.

Hacía un mes aproximadamente que Sam había empezado a detectar «errores» en las transferencias de dinero. Al principio eran pequeños, mil aquí, quinientos allá, pero después las cantidades aumentaron. Jeongin ponía todo tipo de excusas, desde errores al escribir un número hasta retrasos en los informes, pero al final todo apuntaba en la misma dirección: les estaba robando el dinero. Desde luego debía de habérsele derretido el puto cerebro si pensaba que podía robar a los Streetwolves y vivir para disfrutarlo.

Pensar en aquella mierda hizo que Sam se sintiera molesto de repente.

¿Acaso no sabía en lo que se metía? Era él quien había acudido a ellos. Le habían dejado claro desde el principio que no tolerarían ningún juego y que el precio sería muy alto. Lo peor de todo serían los daños colaterales. Seungmin.

Él quería al desgraciado de su hermano, lo quería de verdad. No había final feliz a la vista.

Si Seungmin fuera suyo, Sam podría proteger a Jeongin, darle al menos una oportunidad de salvar el culo. Tal y como estaban las cosas, estaba muerto, lo mismo que cualquier oportunidad que pudiera tener con Seungmin. En el mejor de los casos, nunca imaginaría lo que le había ocurrido a su hermano y se pasaría el resto de su vida preguntándose si los Streetwolves lo habían matado.

En el mejor de los casos.

¿Y en el peor?

La policía llamaría a su puerta para informarle de que el cuerpo de Jeongin había sido encontrado en una fosa, sin sus partes y con una W grabada a cuchillo en el puto pecho. Y pensar que Seungmin no quería que «se enemistaran» por lo que había ocurrido en la fuente termal... Dios, aquella era la menor de sus preocupaciones.

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