deux

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doce semanas antes

—Seungmin, has hecho lo correcto —dijo Jeongin mientras sujetaba una bolsa de hielo contra mi mejilla—. Ese hijo de puta merece la muerte. Nunca, nunca te arrepentirás de haberlo dejado.

—Lo sé —respondí, sintiéndome muy desgraciado. Tenía razón. ¿Por qué no había dejado antes a Wooyoung? Habíamos sido novios en el instituto, nos habíamos casado con diecinueve años y, al cumplir los veinte, ya me había dado cuenta del terrible error que había cometido. Sin embargo, solo ahora, cinco años después, comprendía de verdad hasta qué punto había sido terrible.

Aquel día mi marido me había volteado la cara de una bofetada. Acto seguido, me había llevado solo diez minutos poner en práctica aquello de lo que había sido incapaz durante todo el tiempo que llevábamos juntos: hacer rápidamente la maleta y mandar a la mierda al lameculos maltratador e infiel.

—Por un lado, me alegro de que lo hiciera —comenté, con la mirada clavada en la mesa circular llena de rayas que amueblaba el remolque de mi madre. En aquella época ella estaba pasando una temporada de vacaciones «a la sombra». La vida de mamá es algo complicada.

—¿Qué mierda estás diciendo, Seungmin? —repuso Jeongin mientras sacudía la cabeza

—Hablas como un jodido idiota.

Mi hermano me quería, pero no era precisamente un poeta. Le dirigí una débil sonrisa.

—Me he quedado a su lado demasiado tiempo, limitándome a recibir —dije—. Podría haber seguido ahí para siempre, pero cuando me pegó fue como si despertara. Pasé de estar aterrado ante la idea de irme a que ya no me importara en absoluto. Es la verdad, no me importa, Jeongin. Que se quede con todo, los muebles, el estéreo, toda esa mierda. Me doy por bien servido con haberme largado.

—Bueno, puedes quedarte aquí tanto tiempo como necesites —dijo Jeongin mientras mostraba el espacio a su alrededor. Era pequeño, húmedo y olía a una mezcla de marihuana y ropa sucia, pero allí me sentía seguro. Aquel había sido mi hogar durante la mayor parte de mi vida y, aunque no puede decirse que haya tenido una infancia increíble, tampoco había estado tan mal para dos hijos de familia marginal cuyo padre se había marchado antes de que terminaran la escuela primaria.

Bueno, no había estado mal hasta que mamá se jodió la espalda y comenzó a beber. Las cosas habían ido de mal en peor a partir de entonces. Miré a mi alrededor, intentando aclararme las ideas. ¿Cómo iba a arreglármelas allí?

—No tengo dinero —dije—. No puedo pagarte un alquiler, al menos no hasta que encuentre un trabajo. Wooyoung nunca permitió que la cuenta estuviera a nombre de los dos.

—¿Qué mierda estás diciendo, Seungmin? ¿Un alquiler? —replicó Jeongin, mientras sacudía la cabeza—. Esta es también tu casa. Quiero decir, es un agujero, pero es «nuestro» agujero. No tienes que pagar ningún alquiler aquí.

Le sonreí, esta vez con una sonrisa de verdad. Jeongin podía ser un drogadicto que pasaba el noventa por ciento de su tiempo jugando a videojuegos, pero tenía corazón. De pronto sentí hacia él una corriente de amor tan fuerte que no pude contenerme, dejé caer la bolsa de hielo, me abalancé sobre él y lo abracé con todas mis fuerzas. En respuesta, él me rodeó con los brazos tímidamente, aunque me di cuenta de que aquello le provocaba confusión y en cierto modo hasta le asustaba.

Nunca hemos sido de esas familias que siempre se están abrazando y tocando.

—Te quiero, Jeongin —dije.

—Mmm, ya —murmuró él mientras se apartaba de mí, nervioso, aunque sus labios esbozaban una sonrisa. Se acercó a la mesa, abrió un cajón y sacó una pequeña pipa de cristal y una bolsita llena de hierba.

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