PRÓLOGO

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El amanecer es un momento donde todas las verdades aún son puras y envidiables.

Carew Papritz.

La lluvia azotaba con fuerza los grandes ventanales de la hacienda, los trabajadores de la tan hermosa casa podrían asegurar que era la noche más lluviosa de toda la temporada, con fuertes vientos que rechinaban en las puertas de las casas, todas ellas aseguradas del frío, pero aún así nadie prestaba atención a la lluvia que aconteció esa fria noche en la hacienda, solamente se notaba el movimiento de las criadas que llevaban toallas y sábanas de un lado a otro, una nerviosa Eye ordenaba a todas las mujeres presentes más y más cosas que pudieran servir, un nuevo milagro estaba por suceder, y todos serían testigos de tan increíble proeza.

– Necesito más toallas y agua – habló el ama de llaves saliendo de la habitación en la que se encontraba, adentro se lograban escuchar gritos desgarradores, siete mujeres en total acompañaban a la mujer que agonizaba dentro.

– ¿Cómo van Eye? ¿Lo está llevando bien? – preguntó un hombre mayor nervioso afuera de la habitación de su hija.

– Descuide, la señora lo está haciendo bien –

Un nuevo gritó se hizo presente y Eye entró corriendo a la habitación donde se escuchaban tan desgarradores sonidos, las mujeres que ayudaban a Eye corrieron junto con ella para dejar las cosas que pidió en un principio, dentro de la habitación había una mujer con la cara bañada en sudor y a su lado dos más que no permitían que colapsara, una tercera frente a ella contribuyendo a traer al mundo a un nuevo miembro de su familia, la partera seguía gritando y pidiendo que se esforzará cada vez más, pero ella ya no tenía fuerza para seguir, aún así lo hizo por su hijo, por ese ser que dependía de ella para conocer el mundo, respiró profundo y siguió con su tarea entre gritos y esfuerzos, todos podían darse cuenta de la sobrecarga dolorosa que su señora estaba experimentando y de forma admirable se recomponía cada vez que parecía estar a punto de fallecer.

– Ya casi mi señora, puedo ver la cabecita asomándose – alentó la partera.

– Tu puedes mi niña, cada vez falta poco.

– No dejes que entre, no lo quiero aquí – dijo muy agitada haciendo fuerza.

– Ni siquiera está aquí, y eso que hace horas que se le avisó del nacimiento.

Por más que sabía que la presencia de su marido era indispensable para el día del nacimiento de su hijo, no lo quería cerca, ni tampoco pensaría entregarlo cuando naciera, ella misma se encargaría de su educación junto a su padre, podría ser lo suficientemente fuerte para criar a su hijo sola, fuera de la sociedad y con una infancia normal, le dejaría jugar y ser un niño, no como su primer hijo que con cuatro años ya tiene más de cinco clases al día, su hijo sería diferente, y sería alguien grande incluso más que su hermano.

El apellido Jongcheveevat ya tenia a su heredero, así que ya no la necesitaban, su matrimonio se arregló desde que ella tenía trece años, sus padres se conocían de toda la vida y un enlace matrimonial era perfecto para ambas familias, sobretodo si consideramos que la familia de ella no tenía ningún título del que presumir, lograr que su hija fuera Marquesa era la mayor proeza de la difunta esposa de su padre, que sin importar la opinión de su esposo la casó con él y la encadenó a una vida llena de tristeza disfrazada de lujos.

Tomó una fuerte respiración y gritó una última vez pujando lo más fuerte posible, un llanto se escuchó en la habitación y la mujer sonrió encantada por el dulce sonido, por fin después de horas pudo descansa, se dejó caer exhausta en la cama, la espera había acabado y finalmente luego de nueve meses lo tendría en sus brazos, las voces se escuchaban muy lejanas, habían pasado cuatro años desde la última vez que concibió a un hijo, pero los años daban experiencia y sabiduría, por ende con su segundo hijo haría las cosas mejor entregando todo aquello que nunca pudo entregar a su hijo mayor, aunque su esposo se enojó al saber que le había ocultado su estado hasta los cinco meses, no le interesó y se fue con su padre todo el embarazo, jamás había querido estar tan lejos de ese hombre como ahora, y es que en su matrimonio hace mucho que no había ni siquiera respeto, o alguna muestra de cariño que le diera seguridad, no se sentía protegida en su propio hogar, por eso escapó en cuanto supo que estaba embarazada, y su marido no la mató porque llevaba un niño en sus entrañas.

MI AMANECER Where stories live. Discover now