| FOBIA

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-Tienes una colección muy grande, Matty, ¿No es así?

-Está incompleta. –dijo mientras miraba las tumbas que sobresalían de la tierra, su mente inundándose con viejos recuerdos bizarros.

- ¡Cierto! Tus primeras presas no están aquí, tampoco tus queridos muñecos, ¿Verdad?

-No... ninguno fue encontrado, no pudieron enterrarlos.

-Es una lástima, los primeros crímenes siempre son los mejores.

Matt sonrió con orgullo, recordando la primera vez que sus manos quedaron manchadas de sangre, los primeros gritos de ayuda que silenció, sí, era cierto, las primeras veces siempre eran las mejores, él podía confirmarlo.

-No te contengas Matty, lo he notado, sé que estás empezando a recordar, así que habla, quiero saberlo todo, dime cuándo comenzaste, qué sentías, qué te motivaba, a qué le temías, dímelo todo.

Los ojos de Matt se quedaron fijos en la nada, gritos llenado su interior, recuerdos de su infancia dando vueltas en su cabeza, su piel erizándose en automático, sus labios picando ansiosos por hablar de más, el control dejando su ser. – Temer. –dijo finalmente, sonando más como un ladrido que como una palabra coherente.

-Sí, debiste de temerle a algo, una cosa que te aterrorizara, algo que te hiciera ponerte mal por el miedo que te producía, algo que...

-No lo hay. –interrumpió mordaz, esos ojos brillando con locura.

- ¿Seguro que no hay nada que te aterre?

-Lo había, pero lo arreglé.

- ¿Arreglaste tus miedos?

-Me arreglé a mí mismo y ahora no tengo miedo, no le temo a todas esas cosas que solían aterrarme, a ninguna de ellas.

-Entonces cuéntame sobre eso, recuerda que no podemos detener el tiempo y que tienes un cuerpo al cual volver, así que los retrasos no serán admitidos esta noche.

Matt asintió, su cabeza ordenando sus miedos de uno en uno, los demonios en su interior llorando con esa inminente sensación de perversidad pura que lo invadía, con esa emoción de que había algo peor que los rebasaba. Y entonces suspiró. –Cuando era pequeño tenía miedo de quedarme solo, me aterraba no tener a nadie, pero mamá tenía cosas que hacer y papá tenía negocios que atender, así que me quedaba con mi nana, era muy linda, se quedaba a dormir, siempre estaba conmigo, pero un día dijo que tenía que irse temprano y ese miedo volvió, yo sabía que ella regresaría al día siguiente, pero simplemente no podía con la idea de pasar toda una noche solo en mi enorme casa.

-Así que la mataste.

-Hice lo que tenía que hacer y mis padres lo descubrieron hasta la tarde, así que además de dormir junto a ella, pudimos jugar todo el día, fue lo mejor.

- ¿Qué paso cuando ellos te encontraron?

-Pensaron que mi nana se había suicidado, y me enviaron con un psicólogo para olvidar el "trauma", pero era tan aburrido, me fastidiaba tanto... así que tuve que deshacerme de él también y luego del siguiente y del siguiente y del siguiente, siempre fui bueno copiando, así que fue fácil para mi hacer cartas excusando a los doctores, un viaje de negocios, una cita, algún compromiso familiar, escribía algo sencillo, creíble, con la misma letra y listo, me libraba de aquellas citas durante uno o dos meses, cuatro, si tenía suerte.

- ¿Y los cuerpos?

-Al principio no sabía qué hacer con ellos, -río- pensé que bastaba con esconderlos, pero el cuerpo simplemente seguía viéndose y yo no quería que me castigaran, así que lo tiré por la ventana al contenedor de basura, tuve suerte ¿Sabes? Su consultorio quedaba en un edificio al lado de un callejón, así que no tenía testigos y los chicos de la basura, venían en un camión enorme, que ocupaba estas pinzas de metal para vaciar los contenedores y luego aplastar la basura que caía en el camión, nadie revisaría nada, y tampoco había sospechas.

P a g a n oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora