14장

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Violet Ramona salió de su salón de clases a toda marcha una vez que se dio cuenta de que estaba completa sola. Sentía que alguien la observaba y constantemente volteaba a su alrededor para percatarse de que su hipótesis estaba errónea. El pasillo, las escaleras y el patio, los pasó corriendo como si de una carrera se tratase. De repente, el pelinegro la detuvo cuando iba a cruzar la calle.

— ¿Sí le dieron permiso?

— ¿De qué? —preguntó asustada.

— De ir al parque conmigo ahorita.

— Oh, eso. Primero tengo que llegar a casa.

— La acompaño —y la castaña voleó de golpe—. Bueno, si no es una molestia para usted, claro está.

— Me gustaría que me acompañara.

Por un momento, la fémina se sintió tranquila al estar al lado del hombre que le había confiado tantas cosas que ella decidió no asimilar desde un principio. Le surgieron varias maneras de disculparse con él, pero, ¿ya para qué? El daño ya estaba hecho y no había nada que ella pudiese hacer. Ella lo invitó a pasar a su casa y a probar bocado. "La comida de mi madre puede llegar a ser rara pero es muy buena", había afirmado la comensal número uno de Rosa Alejandra, es decir, la madre de Violet. Todo lo que esa mujer preparaba, terminaba siendo probada, por primera vez, por su hija y no había excepción alguna. Su estómago se había hecho tan resistente como un hule que era capaz de comer casi de todo sin experimentar un dolor, acidez o reflujo. Incluso, lo más picante, lo podía tolerar como si fuera de esas salsas baratas de la tienda de la esquina disque enchilosas. Un día, su madre se había equivocado de chile y terminó poniéndole habanero al arroz rojo. "Pensé que era serrano", había confesado la mujer llorando por lo picante que le había salido su arroz rojo. "¡¿Cómo, Rosa?! ¡¿Cómo?!", gritaba su esposo con la lengua de fuera. Era imposible confundir esos chiles pues uno era pequeño y amarillo —o anaranjado— y el otro era largo y verde. Dos cosas bastantes diferentes.

— Oh, mi madre hizo lasaña —dijo la fémina una vez que abrió el refrigerador—- Y al parecer hizo judo de moras —dijo extrañada mientras que observaba la jarra de vidrio con líquido azul y una nota del mismo color pegada en su exterior.

— Oh, vaya. Toda una chef su madre, ¿le ayudo en algo? —decía el joven pelinegro mientras que dejaba su mochila en el sillón de la sala.

— Lo pondré en el horno para que se caliente muy bien.

— ¿Puedo pasar a su baño?

— Claro, está al fondo a la izquierda —le contestó mientras que metía la lasaña al horno.

El joven pelinegro dejó la libreta gruesa y negra que llevaba en la mano en el comedor y se dedicó a caminar hacia el baño. Mientras tanto, la joven castaña sacaba la jarra con el líquido azul para beber un poco. Notó que ésta última, burbujeaba en el fondo. "Vaya, mi madre me mintió para no decirme que compró refresco". Quitó la nota y la puso a un lado de la otra que había tenido la lasaña y se dedicó a servirse en un vaso de vidrio. Mientras que lo hacía, miró por la ventana y observó el árbol al que tanto quería.

— Si te derrumban me mato —dijo en voz baja. S llevó el vaso a la boca y miró su contenido. Inmediatamente se lo retiró. El vaso había tenido hormigas y no se dio cuenta. Violet arrojó el líquido azul a la maceta que estaba en el comedor, después de todo, era agua de moras y le haría bien a la planta.

Miró la libreta que estaba en la mesa y, como si fuera un niño curioso, se acercó a ella y la abrió pero, de golpe, la cerró. Iba en contra de su educación, ¡no debería de andar husmeando las cosas de alguien más! Recordó cuando estaba pequeña y las tantas veces que su padre la regañaba por meterse en pláticas ajenas.

— ¿Le hablé a usted? ¿Entonces por qué se mete en la conversación, niña metiche? Vaya mejor a ver si la marrana ya puso, ¡ándele, cabrona! —le gritaba su padre con una Cerveza Corona en su mano mientras que le zapateaba con sus botas de ranchero.

Una cosa sí era cierta: le gustaba escuchar conversaciones ajenas porque así eran más interesantes. La segunda cosa es que era bastante curiosa que le era irresistible no ir a saciar su hambre por información; así que abrió de nuevo la libreta y husmeo como la profesional que era por largos minutos. Era una libreta de bocetos: había todo un cuerpo humano dibujado con tantos detalles que la castaña pensó que estaba observando una imagen impresa de los propios bocetos de Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci. Pasó las hojas lentamente y se detuvo de golpe en una en específico: era ella. Sintió un golpe en el estómago y un frío extremo que le recorrió por toda la espina dorsal. Admiró a la mujer que estaba plasmada en el papel por unos largos minutos mientras que pasaba sus dedos por los trazos; la fémina siguió con su aventura por la libreta y siguió pasando las hojas. Le era sorprendente la manera en la que Emerson expresaba las emociones por medio de simples trazos que lo hacían todo en el boceto. Violet Ramona se dio cuenta de que, el resto de las hojas, estaba ella plasmada como si fuera la musa del artista.

Se dio cuenta de que Emerson ya llevaba largo tiempo en el baño y se preocupó. Salió de la cocina, dejando la libreta de bocetos en donde estaba, y fue a buscarlo.

— ¿Emerson? —preguntó afuera de la puerta del baño—. ¿Estás ahí?

Al no obtener respuesta, abrió la puerta. No había rastro de él en ese pequeño lugar. El pánico se apoderó de ella. Buscó por todas las habitaciones de la casa, pero no había nadie ahí. Finalmente, salió al jardín trasero. Ahí fue en donde se encontró a pelinegro. Estaba sentado observando las tantas flores que tenían y también, observaba el cielo.

— ¡He estado buscándole por toda la casa!

— Perdón, su jardín es bellísimo y me llamó la atención desde que me asomé a verlo.

Hubo un silencio largo después de la confesión del pelinegro. La castaña, desde lejos, le preguntó:

— ¿Por qué me dibujas? —pero no hubo una respuesta—. ¿No me piensas decir?

— ¿Por qué husmea mis cosas?

— Usted me lo dejó de modo.

Silencio.

— Cuando la vi por primera vez, se me hizo hermosa y me fue inevitable no dibujarla. Perdón si la incomodé. Los eliminaré si usted gusta.

— ¡No, no! Son bellísimos.

Y hubo otro silencio, esta vez, un poco más largo. La fémina notó que el pelinegro tenía un lápiz y una pequeña libreta negra en sus manos. Se dio cuenta de que el joven surcoreano se dedicaba a dibujar las flores del jardín. La mujer caminó en frente de él y posó sus pies desnudos sobre el pasto verde; miró al hombre que estaba sentado y se acostó en el suelo mientras que se descubría el pecho, dejando a la luz su sostén negro.

— Yo también soy una flor, ¿me podría dibujar? 


El Chico Naranja | JinWhere stories live. Discover now