4장

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Conviértete en nada: se una roca, se toda. Había recordado Emerson cuando caminaba hacia su casa con un topper en sus manos que contenía un pay de fresa que la madre de Violet había hecho con tanta dedicación. "Fue mi primer intento" había dicho la mujer cuando le entregaba el recipiente de plástico amarillo. Dio una risa ahogada y soltó un suspiro. Minutos después de haberse retirado de la casa de la fémina, lo habían llamado por teléfono para que regresase por un postre que la madre de Violet Ramona había intentado hacer. El regresó con gusto.

Adán, el padre de la castaña, había dicho aquella frase célebre hacia su hija cuando se dedicaban a comer. Lo había impactado muchísimo puesto que no sabía exactamente qué era la nada y qué era todo. Tenía entendido que una roca es un material sólido formado por cristales, de granos o de minerales que se crean en la Tierra o en otros planetas, pero no tenía del todo comprendido la definición de "nada" y de "todo". Su mente divagó entre toda la información que contenía, pero, de repente, la Biblia resonó con toda su fuerza en sus pensamientos. Según el Génesis, el primer hombre que existió fue Adán, que, al revés, sería Nada. Entonces, teniendo esto en cuenta, ¿nada fue lo que existió desde un principio?

Se rio pues estaba sonando como un completo idiota.

Y de repente, tosió.

Su pecho le había provocado un dolor que jamás en su vida había experimentado. Había sentido como si se le hubieran roto varias costillas o como si lo estuviera aplastando un hombre de más de 100 kilos. Se preocupó.

Cuando llegó a casa sintió la ola de soledad que lo rodeaba, recordó el gran peso que ésta tenía en su vida y se desplomó en el sofá mientras que miraba hacia el techo blanco de su casa. No quería pensar, tan sólo quería descansar y sin embargo, dejar de hacerlo le era una tarea muy difícil porque constantemente lo hacía. Estaba deprimido porque pensaba mucho. Comenzó a sentirse inútil y tonto y se había preguntado si realmente tenía amigos, pero su único amigo era el techo de su habitación que lo escuchaba constantemente sobre sus charlas escolares y filosóficas. Él quería que, por primera vez en su vida, alguien le escuchase sin que aquella persona le dijese nada ni que sintiera nada, así como una IA que te escucha y que te comprende, pero, ¿realmente comprendían? Cuando se ponía en discusión este tema en su aula de clases, él afirmaba que no lo hacían, pero tampoco negaba que en un futuro no muy lejano lo llegarían a hacer sin ningún problema. Se acostó más en el sofá y cerró los ojos, como que si tratara de olvidar su soledad y fingir como si nada hubiese pasado. Pero no pudo. El pecho le ardía por dentro como si hubiera olido algún gas lacrimógeno. Entonces recordó el Cloruro de Bencilo. Abrió los ojos como bala y se sentó rápidamente. Lo había olido en la máscara de William y le había causado un ardor en la garganta y pecho. ¡Eso era! Por eso tosía demasiado. Se rio y celebró en silencio. Sabía que tenía que tomar las llaves del coche que estaba en la cochera de su casa para ir a urgencias y que le limpiasen los pulmones con oxígeno, pero olvidó en dónde estaban las llaves y, también, olvidó que no tenía dinero para pagar el servicio. Ya se lo había gastado en material para la escuela, comida y transporte público y desconocía si su madre ya le había mandado algo de efectivo. Los problemas con William lo traían perdido por completo.

Volteó a ver la puerta de su morada para asegurarse de que estaba cerrada con llave. Y sí que lo estaba. Todos los seguros estaban puestos. Desde el primero que estaba en la parte superior de la puerta hasta el décimo que se encontraba al final de la puerta de metal. Subió a su azotea a espiar a la gente con su maravilloso telescopio sin olvidar llevarse unas papitas fritas para merendar. Había oscurecido y las luces de la ciudad no dejaban que la oscuridad se reinase de todo.

Apuntó a la izquierda, a 90° de su centro y se encontró a un hombre obeso con lentes de sol en una azotea. Comía un plato de fruta y se reía solo. Entonces, Emerson comenzó a ser un prejuicioso de cuarta: "seguramente ha de ser un maestro jubilado sin nada que hacer o seguramente ha de estar descansando después de una jornada de trabajo que lo derribó como un soldado en plena segunda guerra mundial", balbuceaba el pelinegro, y prosiguió sin parar, "sí, definitivamente sí. Estoy segurísimo que es ese tipo de señores", y se sonrió. A la derecha del hombre obseso, había un niño en silla de ruedas que era alimentado por este mismo señor, ¿era su hijo acaso? El pequeño que parecía tener siete años, se reía a carcajadas por lo que hacía el tipo que estaba a su derecha. Era una bonita escena que incomodó al pelinegro. La había cagado y pensó que era una muy mala persona. Tragó saliva y apuntó a la derecha, a 15° de su posición anterior. Y ahí estaba lo que más hermoso en el mundo se le hacía: Violet. La fémina había dejado las ventanas abiertas de su habitación. Ella, en cambio, yacía en su cama con un libro en frente de sus ojos. Se encontraba boca arriba, con un short de algodón azul y una blusa de resaque blanca. A su lado había una bolsa de papitas fritas iguales que la del pelinegro. De repente, la joven castaña de acostó de lado, dejando la portada del libro a la vista del pelinegro. "La Odisea" de Homero. Apartó su mirada del telescopio y chasqueó mientras que ladeaba la cabeza como un perro confundido. Bajó a paso rápido a su habitación y buscó entre su mini biblioteca si se encontraba aquella publicación. Pero no encontró nada. Se le había olvidado que tenía muy pocos libros en español. Buscó en las cajas llenas de libros que estaban debajo de su cama y saqueó como una bestia. Pero tampoco encontró nada. Los únicos libros en español que tenía eran Las Mil y Unas Noches, El Príncipe, 1984 y Un Mundo Feliz, junto con algunas publicaciones de Alan Turing. Tomó su móvil y volvió a la azotea. Cuando iba a hacer negocios con la castaña, un número desconocido comenzó a llamarlo. Miró hacia los lados mientras que se sentaba silenciosamente en la azotea y, cuando se dedicaba a esconderse detrás de los pequeños muros, colgaron de repente. Y, entonces, le lanzaron una traca encendida a la azotea. Emerson se cubrió los oídos mientras que trataba de arrastrarse hacia la 'puerta, pero no lo logró. Las luces que iluminaron el territorio fueron tan fuertes que el pelinegro vio puntos blancos por unos segundos. Se asomó hacia la calle y se encontró a dos hombres con máscaras de animales que lo miraban, estaban vestidos de negro y traían armas en las manos. Por un momento pensó que lo matarían en cualquier momento pero no lo hicieron, tan sólo lo observaron por unos segundos hasta darse la vuelta e irse en una camioneta de color negro.

El miedo que había experimentado fue tal que comenzó a sudar por las axilas como si se hubiera echado agua o como si estuviera en pleno verano haciendo algún deporte. Aquellas situaciones eran difíciles de borrar pues el miedo había jugado un papel importantísimo en el cerebro que era imposible olvidarlo. Se dio cuenta que estaba en muy graves problemas y que tenía que resolverlos inmediatamente. Se puso de pie y bajó corriendo hasta la sala en donde se encontró la puerta abierta y la Biblia que había tirado a la basura hacía unos meses. Ésta última estaba abierta y tenía marcada una frase.

"Encomienda al Señor tu camino, confía en él y él actuará" Salmos 37:5

Corrió hacia el libro, arrancó la hoja y lo cerró de golpe mientras que lo azotaba hacia al suelo.

— ¿En dónde estás? ¡¿En dónde estás?! —exclamaba mientras que iba a la cocina y tomaba un cuchillo.

La puerta seguía abierta y él seguía sudando demasiado. A lo lejos, en el pasillo que llevaba hacia el baño, notó que había un bulto bastante grande escondido y que lo miraba sin quitarle los ojos de encima. El pelinegro se tomó el pecho e hizo nudo la camiseta pues el miedo se lo estaba tragando sin piedad alguna.

— Sea quién seas, vete de mi casa —y se escuchó una fuerte risa a sus espaldas. El joven se dio la vuelta rápidamente y vio a otro hombre vestido de negro con una máscara de un animal. Después, sintió la ráfaga de aire cuando le pasaron a un lado. Había sido un hombre desnudo con una máscara de conejo; salieron de la casa y cerraron la puerta de golpe.

Emerson, llorando y sudando como nunca, salió corriendo hacia su habitación y se encerró. El cuchillo que tenía en las manos había desaparecido de un abrir y cerrar de ojos mientras que su teléfono lo había dejado en la azotea. 


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