7장

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Emerson no regresó a clase y William se enfureció e, inmediatamente, también salió de clase ya que su único propósito era hablar con el pelinegro sobre sus planes. Llamó a Locke, su mayordomo, y lo recogió en la puerta del instituto.

William se miró en el espejo que había en el coche y notó que su rostro estaba más demacrado que nada. Las ojeras rojas y los ojos vidriosos decían mucho de su situación actual mientras que su cabello desordenado y seco narraba el infierno por el que pasaba. Bajó la mirada y recorrió el suelo con ésta. Acto seguido, miró por la ventana. Las casas por las que pasaban eran coloridas, altas, pequeñas, grandes, hermosas y feas. William comenzó a sentir un frío en sus manos y una punzada en su corazón al ver que las casas comenzaron a derretirse mientras que el cielo se tornaba rojo como la sangre. Se retorció en el asiento sin quitar la vista del exterior mientras que escuchaba una fuerte y horrible risa en frente de él.

Era esa cosa de nuevo.

Varför följer du efter mig? (¿Por qué me sigues?) —preguntó el castaño oscuro mientras que se alejaba de él y jadeaba.

Jag följer dig inte. Du följer mig (Yo no te sigo. Tú me sigues) —contestó mientras que volteaba a verlo y le sonreía.

Vem är du? (¿Quién eres?)

Det är inte nödvändigt att fråga. Du vet väldigt bra vad är jag, William (No es necesario preguntar. Conoces muy bien qué soy, William).

Su mayordomo, al darse cuenta de que sus oídos no le engañaban en lo absoluto, miró por la cámara de vigilancia de la limosina. En efecto, William estaba hablando solo. Detuvo el auto en la siguiente esquina y esperó a que el castaño oscuro guardase silencio, sin embargo, nunca lo hizo.

— Señor, ¿se encuentra bien?

— ¡¿Qué no piensa avanzar o qué?! ¡Quiero irme a casa ya!

— Señor, ¿con quién estaba hablando? Juro que lo oí charlando.

— Con nadie. ¿A qué hora piensa avanzar?

— En estos momentos lo haré, pero me quiero asegurar de que se encuentra bien.

— Lo estoy, ¿qué acaso mi cara no le dice algo? —y pateó el asiento del conductor mientras que renegaba—. Avance ya.

Su mayordomo, incómodo, avanzó sin quitarle la mirada al joven sueco que estaba en los asientos. Locke se había dado cuenta de que el joven William ya llevaba varios días actuando raro y que no veía que mejorase después de un gran reposo. Se dio cuenta que había quedado mal desde el accidente de coche.

William, en cambio, se quedó quieto observando y escuchando a la cosa maloliente y desconocida que tenía en frente.

— Lo hice por justicia —soltó de repente William mientras que salían unas lágrimas de sus ojos—. Lo hice por mi madre. ¡Mi padre era un monstruo! —gritó en sueco al hombre negro de cabellos largos que tenía en frente de sus ojos. Eso tan sólo se burlaba de las desgracias del castaño oscuro.

William comenzó a llorar en silencio. Las ojeras rojas comenzaron a tornarse moradas en ciertos puntos de la cara. Entonces, recordó el cómo era vivir dentro de la casa de sus padres.

— Eres un inútil, William —decía su padre con un palo de golf en las manos. Sus hermanos estaban a su alrededor riéndose de él—. ¡Ni siquiera sabes correr como un hombre!

Los ojos claros del joven castaño siempre llegaban a terminar en los ojos oscuros de su madre que lo veía sufrir desde lejos. Ella nunca hizo nada por él. Las burlas de sus hermanos eran las mismas que escuchaba de aquél hombre. Y, como arte de magia, La Traviata llegó a los oídos de William; era la canción preferida de su padre y la mejor manera de expresar su victoria en cuanto a juegos de mesa y victorias ante sus camaradas. Se cubrió los oídos y comenzó a gritarle a su mayordomo que, por favor, quitara la música. Lo que William no sabía era que esa canción la estaba generando su mente. Se retorció en el asiento y comenzó a gritar tan fuerte que la garganta comenzó a dolerle. Ahora, esa cosa o ese hombre estaba por encima de él como si se lo quisiera tragar; gritó aún más.

El Chico Naranja | JinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora