| LLEGADA

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Empezó una noche lluviosa, un día más de insomnio y tan acostumbrado estaba a no dormir, que incluso ya tenía una rutina, fue a la cocina y se puso a preparar su post cena, tan quirúrgicamente cual cirujano, empezando a limpiar sus manos, entre sus dedos y bajo sus uñas, secándolas lento, tomándose su tiempo en cada pequeño paso.

Se puso sus guantes, rojos cual manzana y se puso sus audífonos a todo volumen, silenciado las voces, los gritos obscenos que llenaban su cabeza, que le decían qué hacer y cómo hacerlo, que le recordaban la inmensa lista de personas que fácilmente podrían pasar a ser sus víctimas, no, no podía hacerles caso, aún no podía dejarse llevar por aquella locura, no estaba listo para caer en aquella lúgubre decadencia.



El sonido de los utensilios llenaba la cocina, la lluvia se escuchaba de fondo, con aquel violento aire empujando bruscamente las ramas de los árboles, golpeando las ventanas con descaro, alimentando el miedo de la noche, asustando almas.

Matt lidiaba con la pesadez tan conocida en su espalda, la frialdad expandiéndose por cada vertebra, las garras trazando mensajes de ayuda sobre su piel, dejando enrojecidas marcas fúnebres como si de un lienzo se tratara, llamando al chico, susurrando tras su cuello, rogando que los escuchara, que cediera a sus pecados, que los dejara habitar su cuerpo, que fuera lo que estaba destinado a ser, eso que satán grabó en su frente al nacer, lo que quedó escrito en sangre, sentenciado.


El chico suspiró, acostumbrado a su usual martirio nocturno y sin prisas, ecuánime, terminó de preparar un escueto platillo para pasar la noche. Dejó sus guantes a un lado y tomó la porcelana fría del plato entre sus dedos, apretándolo con odio mientras caminaba a la sala; se sentó entre las sombras, en medio de los cuerpos translucidos y moribundos que lo recibían cual mecías.




El ruido de las carcajadas enloquecidas del chico despertó a su esposo a las tres de la mañana como de costumbre y como usualmente pasaba, cerró sus ojos, esperando los pesados pasos de Matt entrando al cuarto, listo para dormirse, pero los minutos pasaron y no escuchó nada más que carcajadas y carcajadas, risas que llenaban la casa, que lo hacían incomodarse, que llenaban el aire de ese angustiante sentimiento de que algo no estaba bien. Así que bajo, hundiéndose en el ambiente pesado, en el aire frio que llenaba la casa, en la horrorosa e inquietante visión que tenía en frente.


Matt riendo sin control frente a la estática del televisor, las manchas de sangre resaltando incluso en la oscuridad de la noche... Suspiró, era sólo una crisis, sí, Matt estaba teniendo una crisis de ansiedad, una crisis violenta, sólo eso.

- ¿Amor? – Susurró mientras se acercaba a él, preocupado. - ¿Estás bien?

Las risas de Matt se callaron de repente, mirando a Saturno, perdido. –Estoy bien, estoy comiendo, ¿quieres?

Saturno sintió morirse al ver a Matt cubierto de sangre, la cara, las manos, aquel plato de carne cruda que chorreaba. ¿Qué había hecho?

-Vamos a lavarte, amor, ven. –Dijo sin saber aún qué estaba pasando, tomando delicado los hombros de Matt para guiarlo a la cocina y limpiarlo.


Pero, oh Satán, aquello era un mar de sangre, manchas de carmín pintando el piso, el lavabo, los utensilios...


-Estoy bien, ¿lo ves?

El tono calmado de Matt heló su piel, más cuando aquellas palabras estaban pintadas en la pared, goteando rojo, preocupándolo tanto, tanto.

- ¿Qué hiciste Matthew?

-Comida, sólo un pequeño pastel, ¿quieres?

Saturno lo ignoró, buscando algo en medio de aquel desastre que le indicara qué había pasado, pero sólo encontró aquel cuchillo lleno de sangre, la piel tirada, la...piel...

Salió de prisa, con el miedo invadiéndolo, buscando aquel plato que chorreaba, deseando no ver lo que pensaba, pero ahí estaba, ese reluciente pedazo de Matt cortado tan finamente sobre el plato. Saturno no dudó en llamar a emergencias, aterrado y entrando en pánico mientras a gritos intentaba despertar a Matt de aquel estado psicótico, de hacerlo entender, de hacerlo reaccionar, volver en sí, pero no paso.



En ningún momento, ni cuando la ambulancia llegó, ni cuando las semanas de recuperación llegaron, no, Matt nunca despertó y entonces algo en la cabeza de Saturno hizo clic y todas esas noches de insomnio lo golpearon, las risas sin sentido de Matt cada madrugada, noche tras noche, aquellos golpes, las heridas repentinas que veía en él, su manía rutinaria de limpiar enloquecido cada mañana...

Nunca fue una crisis, nunca hubo insomnio, sólo una locura inmensa que se alimentaba de su esposo, así que, con pesar, lo llevó a aquel lugar, a ese prestigioso manicomio que prometía regresarle a su Matt, Oh Saturno, lo entregaste a sus demonios ¿no lo ves?

P a g a n oWhere stories live. Discover now