Capítulo 5

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9 días para navidad

A la noche siguiente, Mike escuchó el timbre de su casa y al abrir la puerta deseó no haberlo hecho.

Del otro lado estaba Aren, con los brazos cruzados y algo ligeramente cercano a una mueca de tristeza. Ni siquiera intentó cerrar la puerta, simplemente, tomó sus llaves, salió y cerró.

-¿Vamos o qué?

El mayor se veía impresionado de la actitud de Mike, pero rápidamente se puso a su lado y juntos salieron hacia el Suzuki Jimny y se subieron.

-¿Y ahora por qué te enviaron a secuestrarme?
-Es la fiesta de navidad de tus padres, Ángel.-murmuró.-Y supongo que quieren presentarte a los Gautier.

Una idea surgió en Mike, como un bombillo encendiéndose en su cabeza.

Le pidió al hombre que se detuviera para poder comprar lo que necesitaba-utilizando por primera vez en años su tarjeta de crédito-, y al terminar hicieron el camino hasta la casa de sus padres.

Mientras subía las escaleras con Aren siguiéndolo, diciéndole que si estaba seguro de usar aquello, que si era una buena idea y ese tipo de cosas hasta que finalmente llegó a la puerta de su antigua habitación, entró y le lanzó la puerta en las narices al otro, feliz de por fin de dejar de escucharlo.

La sensación de volver a estar en su vieja habitación era algo tan jodidamente incómodo que realmente quería salir huyendo del lugar.

Todo seguía exactamente igual.

Las paredes de color violeta llenas de pegatinas de unicornio, posters de sus grupos coreanos favoritos, la estantería llena de libros, y otra para toda la mercancía de grupos. También estaban los cuadernos de secundaria en el suelo, como saliendo de debajo de su cama.

Además, su cama tenía sábanas limpias como si su madre hubiera estado haciendo que las cambiaran cada cierto tiempo.

Como si supiera que de alguna forma su hijo iba a regresar.

La ira llenó cada rincón de su cuerpo, dejó caer las bolsas y entró a su baño para poder bañarse. Quizás pueda sonar irreal pero incluso los productos de cuidado personal que utilizaba desde siempre estaban en el baño. Y eran nuevos.

Definitivamente su madre no perdía la fe de que iba a tener bajo su techo de nuevo a Michelangelo, suspirando hizo todo lo que hacía para poder estar limpio y salió del baño.

Era un poco extraño que ninguno de sus padres hubiera subido para incordiarlo, pero seguramente se debía a que estaban haciendo el papel de anfitriones perfectos que tan bien les quedaba.

Se puso el enterizo de seda de color negro lleno de glitter, tenía mangas 3/4, con un cuello en “V” un tanto profundo-para ser una prenda de hombre, quiero decir-, le ajustaba en la cintura realzando su figura sin trabajar, pero agradable a la vista.

Tomó el cinturón de color rosa pastel con pedrería y luego un par de zapatos de vestir Versace de color fucsia.

Esperaba que su madre al menos se desmayara cuando lo viera. Después se sentó en su antiguo escritorio con el espejo para arreglarse. Se maquilló con lo básico, pero utilizó Gloss transparente en los labios, y mucho rímel en las pestañas además del difuminado de color negro, rosa y fucsia.

Su plan era verse tan delicado y femenino como pudiera-sin dejar de verse lo suficientemente masculino-, para poder avergonzar hasta al límite a sus padres.

Sí, él iba a estar en la fiesta, pero no en la manera que sus padres quisieran. Después de terminar con eso, tomó el rizador recién comprado y se hizo ondas en el cabello rosa, haciendo que cayera todo sobre un solo hombro en un peinado muy elegante.

Por último, tomó su perfume Antonio Banderas-que había dejado allí a la mitad cuando se fue de su casa-, y se roció un montón.

Ya estaba listo para la venganza.

O al menos para comenzarla. Armándose de valor, abrió la puerta solo para encontrarse con Aren, a quien casi se le rompe la mandíbula al verlo.

Mike dejó salir una risa coqueta-recordando a la perra que había sido mientras era un chico de clase alta-, y con su mano le cerró la boca al otro.

- Sexet! Smuk! Brændende! Jeg er liderlig!-gruñó Aren detrás de su ex mientras bajaban las escaleras.

Mike apenas reconoció “smuk” que era la palabra danesa para decir “precioso”, era algo que Aren siempre usaba para describirlo. Pero el resto, no tenía ni idea que significaba. Sonrió satisfecho de saber que se veía muy bien y de que podía hacer babear aun a cualquiera.

Al llegar al salón principal se dio cuenta de que ya estaba bastante lleno, sobre todo de socios de sus padres y los hijos de estos.

La primera persona en verlo fue Greta, cuando hicieron contacto visual se dio cuenta de que había una vena marcada en el cuello de su madre y parecía que tenía un tic en un ojo. Casi corrió hacia él y le clavó las uñas en el brazo-por debajo de la manga-, mientras lo hacía caminar hacia una esquina sola.

-¿Qué demonios traes puesto? ¿Cómo se te ocurre venir… así?-el asco en su voz era palpable.

Una punzada de dolor atacó el pecho de Mike, pero no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.

-Te aguantas mamá, este es quien soy.-le espetó.-¿Y no me querías aquí?

Parecía que ella quería ahorcarlo ahí mismo, pero se contenía seguramente por lo que podrían pensar los demás. Y eso su hijo lo sabía muy bien.

-Cuidado y pierdes el interés de los compradores, mami.-atacó.
-No puedo creer que digas algo como eso.
-¿Por qué?-se burló.-Esa es la realidad, soy solo una moneda de cambio para ustedes.

Mike se alejó de su progenitora, todas las miradas del lugar estaban en él. Pero poco le importaban. Se acercó a la barra y ordenó que le hicieran un cóctel de fresa y vodka.

Y se quedó allí de pie, esperando por el momento en que se les fueran presentados los Gautier.

Unos cuantos cócteles y un largo rato después, finalmente sucedió. Su padre y su madre-ambos matándolo con la mirada-, se acercaban a él rápidamente acompañados por cuatro personas.

-Hijo, ellos son Marshall y Chelsea Gautier.-dijo apuntándolos, y luego de que Mike estrechó manos con ambos, presentó a los otros.-Y ellos son Gabriel, e Izán, tu prometido.

El señor Gautier era un hombre alto de un metro y ochenta centímetros, con piel bronceada, ojos verdes, labios finos y a pesar de tener barriga aún se veía bastante conservado probablemente debido a su cabello negro. Su esposa medía uno setenta, y era despampanante.

Su cabello era largo, grueso y ondulado, de color castaño oscuro, tenía un maquillaje perfecto, y un vestido Alexander Mcqueen rojo. Lo que más destacaba en ella era su brillante sonrisa y sus amigables ojos marrones.

Y entonces sus hijos, su “prometido” debía medir uno setenta y cinco, tenía unos vibrantes ojos verde-amarillo, nariz perfilada y labios proporcionales, sus cejas estaban perfectamente arregladas, llevaba un Armani azul oscuro con una corbata color azul cian y por alguna razón Mike sentía que ya lo había visto antes.

Pero quien verdaderamente atrapó su atención fue su hermano.

Su belleza no era como la de Izán, en fieros colores y fuego contenido, pero tenía una singular perfección callada, Gabriel era el encanto de la nieve cayendo.

Él medía un metro y setenta y ocho centímetros, tenía unos expresivos ojos color marrón oscuro y profundo, sus cejas estaban sin depilar-pero se le veían bastante bien-, su nariz era grande pero recta, y sus labios eran de color rosa pálido y tenía dos pequeñas cicatrices cerca de las comisuras como si hubiera tenido algún tipo de perforación. 

Seguramente era grosero quedarse viendo fijamente al chico, pero a Mike no le importó.

Siguió detallándolo, y notó que su cabello era rebelde, grueso y por mucho más ondulado que el de sus familiares.

También se percató de que tenía un poco de pintura seca en las uñas, como si se la pasara todo el tiempo lleno de ese material.

Un cuento navideñoWhere stories live. Discover now