El sábado más extraño. Tom:

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Me levaté temprano para estirarme, tomar un café e irme a hacer deporte en el jardín tan gigantesco que tenía. Después fuí al jacuzzi, y me di un delicioso baño para desestresarme. Me tiré allí quien sabe cuanto tiempo y derrepente la sirvienta me llamó. -Debes ir a comer y prepararte, esta tarde  despegáis a Canadá.- Dijo seriamente y se fue. Me quedé pensando, ¿un viaje a Canadá? ¿Para qué? Hasta que una idea recorrió mi mente. ¡La familia Felton! Sieguían viviendo en ese pueblucho viejo de Canadá, y como ellos no se pueden permitir venir a New York, tenemos que viajar a verlos. Que repugnante, no se por que sus padres y los míos eran tan amigos. Fui hacía mi cuarto, me duché y me arreglé. Comí una deliciosa ensalada que los sirivientes hacían en la inmensa cocina que tenía y me volví a arrgelar. Apesar de que no aguantaba que mis padres se llevaran con esa familia, había algo que me encantaba de ella. Sophie. Apesar de que no eran exageradamente agraciados ecónomicamente, pero ella igualmente iba elegante, trabajaba para serlo. Era atractiva desde bien pequeña y tenía esa personalidad pícarona que tanto me gustaba. Pero, había un problema. Ella es rencorosa, y aún me odia. Ella me odia y yo estoy enamorado ¿lo pillas? Amor imposible.

Mientras me peinaba el pelo hacía los lados en mi lujoso tocador, me percaté de que alguien había entrado en la habitación. No había tocado la puerta, así que pensé que seguramente había sido mi padre. -Hola hijo, ¿qué tal?- Dijo simpáticamente. -Bien, hasta que me enteré que vamos a Canadá.- Dije furiosamente. Mi padre me miró rabiosamente. -Quiero que me digas la verdad. ¿A quién le comprasteis la casa de al lado tan lujosa como la nuestra?- Dije fijándo mis ojos grises en los suyos. -H...hijo, ¿cómo lo sabes?- Dijo con miedo.- En esta vida se sabe todo. Papá, no quiero que metas a los Felton en tus sucios negocios, y menos que metas a...- Me percáte de lo que estaba confesando. -A Sophie ¿no? Hijo, me pidieron ayuda, yo les ayudé. Y no voy a meter a Sophie, se que te rompería el corazón.- Eso me desconcertó. ¿Sabía que llevaba enamorado de ella desde pequeño? Eso me congeló al momento. -A- a mi me da igual que metas a Sophie o no eh-eh, yo quería decir en general que...- Dije para intentar ocultar mis sentimientos. Pero el ya lo sabía. ¿Cómo? ¿Por como la miro? ¿Por como hablo de ella? No sé. -Hijo, es normal  que estes enamorado de ella. Es decir, llega a estar en mi epóca y me gustaría hasta a mi. No porque te hayas enamorado de alguien que tenga una clase más baja que nosotros es vergonzoso. Jamás digas eso, por que nuestros ante  pasados  y yo probenímos de esa clase. Y además, les queda poco para que estén en nuestra clase alta. Verás como todo va a salir bien hijo.- Me guiñó un ojo y se fue. Me quedé en shock, no quería que esa familia corriera peligro. Mientras pasaba la tarde, llegaron las 6:30 p.m y estabamos frente al aereopuerto, en una hora despegabamos. Al llegar a Canadá fue como un flechazo. Recordé todos esos momentos allí. Lo mal que lo pasaba. Por eso odiaba tanto Canadá, no lo soportaba. Al bajar del avión, cogímos nuestras cosas, paramos a comer algo y al salir estaban allí. Los pades de Sophie. Ella no estaba, eso me dolió algo, para que mentir. Pero sabía que probablemente estaría con sus amigas por ahí. Sé que prefería no verme. Pero cuándo viniera a vivir aquí, me vería sí o sí. Seguramente ella ni lo sepa. -Hola lindo, bienvenido.- Dijo la señora Felton, o mejor dicho, Lily Felton. -Hola, mala madre.- Dije en tono de burla, siempre le llamaba así desde que le hizo una broma muy graciosa a Sophie con 6 años y ella se enfadó. ¡Fue muy gracioso! -Siempre la llamarás así, ¿no campeón?- Dijo James Felton. -Lo intentaré, y ahora más que nunca, ya que venís a vivir al lado nuestra...- Dije soltándolo en el aire, como todas las pullitas que me gustaba sacar. -Sí. ¡Que ganas! Seguro que a Sophie le encanta la idea de vivir en New York.- ¡¿Qué?! No se lo creía ni ella, parecía que la conocía mejor yo que ella. O eso, o lo dijo para quedar bien. -No estoy tan seguro, y tú no lo deberías de estar.- Ella me miró seriamente con esa respuesta, le cortó por completo la alegría. -Vamos Tom, dejálo. ¿Por qué no le va agustar? ¡¿A quién no le gustaría vivir en New York?!- Dijo mi padre intentando cortar la tensión que a mi me encantaba formar. Dejamos la conversación en un silencio algo incómodo y nos acompañaron a nuestro hotel, luego se fueron.

La maldición Koatch.Where stories live. Discover now