43. Como un algodón de azúcar

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Ni por un segundo pienso en las palabras de Luna como en una petición real, y no puedo evitar reír incluso ya pasado un rato

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Ni por un segundo pienso en las palabras de Luna como en una petición real, y no puedo evitar reír incluso ya pasado un rato. Ella bromea hasta dormida, y yo perdí la cuenta de cuántas veces hemos hablado sobre un matrimonio entre nosotros. Ahora, menos que menos, considero la posibilidad de enlazarme de esa manera. Ni siquiera sé si quiero casarme algún día.

—Recuerdo que había un cartel indicando la entrada por aquí —señala ella, inclinándose un poco hacia adelante para ver a través del parabrisas en caso de haberse saltado la señalización.

Desde mi lugar en el asiento del copiloto le aclaro que no hemos pasado por alto ninguno, pues he estado atento a cada señal como si la conducción aún estuviera a mi cargo, y ella lo confirma contenta al ver más adelante lo que busca desde hace minutos.

Me muevo con fastidio en el asiento, ansioso por descubrir adónde quiere llevarme. Hace rato, cuando pronunció su befa en la heladería, me arrebató las llaves del auto para ser ella quien se encargara de llevarnos a su sorpresivo destino propuesto, sin que yo pudiera resistirme, y por lo mismo me ha tocado permanecer en una posición en la que hace mucho no me encontraba como acompañante. Y no me molesta, pero no quiero ser paciente otra vez. He tenido más paciencia de la prudente en lo que llevo de vida.

Por suerte el misterio deja de serlo cuando desde algunos kilómetros de distancia vislumbro las enrevesadas y distinguidas estructuras de hierro y metal destacando por sus imponentes alturas, las luces resplandeciendo desde la distancia y un bullicio alegre que se percibe cada vez más cercano a medida que nos acercamos al lugar: un parque de diversiones.

Sonrío simplemente, viendo que el gesto estático en sus labios se ensancha afianzado al ver mi reacción, y la dejo encontrar un lugar en el abarrotado estacionamiento hasta que juntos descendemos del vehículo en busca de la entrada al festival. Luna paga una entrada para cada uno junto a la adquisición de varios boletos y como en casi todo el día toma mi mano que entrelaza con sutileza a la suya. Me hala, porque opongo un poco de resistencia involuntaria, y me empuja también sin dejarme ir en medio de la algarabía propia de estas fechas que envuelve a la multitud.

Una suave melodía carente de voces se extiende por varios kilómetros del predio desde una región desconocida que va hacia ningún lugar en específico, y desde cada tenderete o puestos de entretenimiento se atisban carcajadas y gritos envueltos en lo que parece la más grande festividad del año. Lo cual es falso, porque según Luna, no hay día del año en el que la feria no preste sus servicios al pueblo durante todo el mes de noviembre.

—¿Qué quieres hacer para empezar? —pregunta emocionada una vez nos alejamos un poco del estruendo de voces. Eso en vano, porque su entusiasmo la lleva a chillar lo suficientemente alto como para que siga sintiéndome asediado por una multitud de grillos.

Luna se detiene entre saltitos frente a mí y sin soltar mi mano derecha decide tomar también la izquierda, a las cuales balancea en un bailecito lento y alegre sin desatender a mis ojos.

Tametzona ©Where stories live. Discover now