3. Cosas que jamás cambian

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—¿Crees que se me vería mejor con mis zapatos rojos o con los tuyos negros?

—Mis converse blancas te irían bien con esa falda, pero calzas un número más que yo y no te los voy a dejar —le repico a Julieth.

Han pasado tres días desde que le entregué aquella prenda de vestir y aún no lo asume ni lo supera, y yo le sigo el juego para molestarla, disfrutando de mi merienda y las expresiones de burla de nuestros amigos, que se divierten por la faz pasmada de la pelinegra.

—Lulú, por favor... —impetra mi amiga, arrastrándose como lagarto en busca de su presa que ahora soy yo, para abrazarme de lado e impedir que capture la mía: mis galletas de chispas de chocolate—. No los usarás ese día.

—Pero no van con el tamaño de tu pie. Vas a querer bailar toda la noche, saltar sin control y corretear detrás del vodka, y podrías lastimarte —expongo en un intento hacerla razonar, pero su respuesta es soltar un bufido al tiempo que me libera—. Yo no me haré responsable de tus callosidades, Bellemere Julieth.

—¡Ay!, tú ni te preocupes por eso. —Le resta importancia, realizando aspavientos con su mano derecha antes de acercarla un poco a mi lugar, para tomar una de mis galletas de la bolsa hermética donde las dejó mamá y llevarla seguido a su boca.

Adam también toma dos sin permiso y le pasa una a Haniel, que está a un lado de él y frente a Julieth y yo, al costado izquierdo de la mesa.

Entrecierro los ojos como amenaza, pero es infructuoso. Luego de tantos años de amistad ya me han perdido el miedo.

Todos los domingos en la mañana mi mamá y yo hacemos de estas galletas y es lo que traigo casi a diario como merienda al instituto. Son mis favoritas desde siempre, pero desgraciadamente no puedo disfrutarlas sola; no cuando tengo a tres buitres carroñeros por amigos que disfrutan del mal ajeno: el mío.

Examino la bolsa, notando que restan seis, y corto dos a la mitad para darle una y media a cada uno, quedar equitativos y que de este modo ya no me roben. Podría simplemente comerlas a escondidas, pero no puedo ser egoísta con ellos que tampoco lo son conmigo. Es nuestra rutina, y además, me encanta que les encanten mis dulces y compartir como siempre.

—Gracias, Lunita —dice Adam, guiñándome, antes de que la pasta desaparezca de mi vista al introducirse en su boca.

Le devuelvo una sonrisa, y recibo la cuarta parte de una manzana que Haniel me extiende desde su tupper. El resto es para ellos tres.

Termino mi galleta y procedo con la fruta, mientras ellos discuten posibilidades y teorías de aquello que podría ocurrir en la fulana fiesta. Siempre hacen apuestas de las que decido pasar, porque descubrí un día que se hacían trampas para quedarse con el dinero del otro. No soy tan tonta para seguir en eso, y ahora solo me divierto de sus fechorías desde la distancia.

Haniel también se mantiene alejada de las idioteces de aquellos dos y disfruta junto a mí, quizá pensado que ya deberían confesarse su amor, cuando en realidad Adam está enamorado de ella. Jamás me lo ha dicho, pero es lo que noto, y es tan evidente como el hecho de que ella está loca por Lucas. 

Adam y Haniel son opuestos. Él se asemeja más a un gemelo del mal de Julieth, pues es tan alegre, vivaz, tierno, espontáneo e inmaduro como ella. Es gentil y un osito cariñoso rubio, que tal vez puso sus ojos en la persona equivocada.

No está mal que se haya fijado en ella, que es preciosa y una valiosa persona, pero dudo que pronto nuestra amiga le ponga la atención que él quiere y no deja de merecer, aunque se ven lindos juntos y podrían resultar bien.

Adam ha tenido, dentro de lo que cabe, una vida promedio y sin muchas complicaciones tal como Julieth y yo. Lo conocimos desde que ingresamos al instituto en el jardín, pero somos amigos desde el segundo grado de la primaria, cuando nos vio jugar en el patio con una pelota de Bellemere y se auto invitó sin vergüenza.

Tametzona ©Onde histórias criam vida. Descubra agora