48. No es suficiente

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Ceñirse a un minuto de silencio como muestra de respeto, apoyo o empatía siempre lo he considerado respetable, sostener veinte minutos de mutismo en un momento de tensión me parecen aceptables y hasta sesenta de ellos sin intercambiar palabras aun cuando se imponen por obligación todavía lo tolero, pero compartir once horas de viaje silente con Luna es una situación insoportable y agobiante.

La parlanchina enérgica de siempre hoy se mantiene exangüe, y aunque no luce molesta esta tarde que regresamos a casa y tampoco atisbo rastros de lágrimas en sus ojos, sí la siento decepcionada y sumamente triste. Lo expone en su semblante, en sus reiterados suspiros pesarosos y en su mirada perdida, y me duele como nada más que se encuentre de esa manera por mi culpa. Sufro con ella inevitablemente; su silencio me martiriza más que cualquier acusación o reclamo, más que el desprecio y el odio que siento por mí mismo desde las pasadas horas, ese que me encantaría que ella me grite a la cara. Por lo mismo compartir un mismo espacio con ella en esta situación, desprovistos de su vitalidad, se siente vacío, impropio, inquietante, pesado y lúgubre, pero más que eso, culposo. Porque sé que es por mí, que yo soy el único responsable de su atonía, aunque no intente remediarlo.

Desde la noche anterior decidí que le daría tiempo, todo el que necesite para asimilar mi respuesta y mi decisión, para afrontar que es lo correcto por ella, por mí y por los dos, y por eso no procuré hablarle. Sobre todo porque, aunque creía estar seguro de que hice lo que debía, todavía no tenía idea de qué esperar de esta situación con la que no estaba conforme.

Porque yo odié rechazarla.

Yo no quería rechazarla.

Me arrepentí apenas la vi marcharse a su habitación, incluso estuve recostado a su puerta por mucho tiempo debatiéndome entre si debía o no retroceder con mi decisión, disculparme por ser un imbécil y pedirle que me permitiera besarla una vez más, para que de esta manera se olvidara de la insensatez envuelta en mis palabras y otras nuevas cobraran sentido, otras que contendrían mi declaración, pero por suerte acabé arrepintiéndome. El solo pensar en verla a los ojos después de la ridiculez que le dije cuando ella tomó valor para declararse me provocaba enterrarme bajo doce metros de concreto decorados con un momento a la estupidez.

Me reía con desgana en mi interior. Me avergüenza aún recordar mis palabras.

'Tal vez deberías enamorarte de alguien más'.

Yo más que nadie sé que eso es imposible. Solo el cielo sabe cuánto lo intenté, de qué maneras desesperadas procuré sacarla de mi cabeza, y ningún esfuerzo fue fructífero. Cada vez que fraguaba un nuevo propósito romántico con alguien más, mi mente ludibria se encargaba de recordarme que a quien realmente quería y no cesaría de buscar era a ella, y acababa más enamorado. Pero entonces, cuando por fin conseguí lo que había ansiado con desespero por años, lo arruiné en un instante.

'Jamás debiste enamorarte de mí'.

Pero en realidad sí quería que se enamorara de mí. Siempre, la mitad de mi vida, había estado esperando escuchar esas palabras, que de alguna manera me indicara que sentía lo mismo que yo por ella. Pero como nunca pensé que llegaría el momento, porque además de en sueños jamás imaginé un escenario similar en el que me correspondiera, no sabía cómo procesarlo ni de qué modo actuar si sucedía, sobre todo porque a ese sentimiento lo acompañó en todo momento el miedo; siempre tuve pánico, y de los dos fue a quien permití resultar vencedor.

No me permití permanecer por mucho tiempo flotando en esa nube que elevaron sus palabras.

Por eso no dejo de sentirme culpable, de elucubrar sobre si hice o no lo correcto. En el fondo algo me grita que por más que intente convencerme de que sí lo es, en realidad no es así, y ya no sé qué quiero o qué me conviene creer.

Tametzona ©Where stories live. Discover now