12. Temporal despedida

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Vuelvo a encender la pantalla del celular una dozava ocasión, viendo que solo dos minutos han transcurrido desde la última vez que lo revisé; y luego reveo a través del ventanal que me muestra el escenario exterior, no encontrando por más que me gustaría a quien espero y ansío ver.

Escribo un nuevo mensaje a Keanu, preguntándole si se encuentra bien o si le ha ocurrido algo que además de ser el objeto de su retraso, sea una eventualidad en la que pueda ofrecerle ayuda. No obstante, ni siquiera parece recibirlo. Incluso mis intentos de llamarlo resultan infructíferos, porque desde hace rato su celular suena apagado.

Resoplo, dejo el aparato sobre la superficie y tomo una cucharada del helado parcialmente derretido que llevo sin ganas a mi boca, incapaz de sentir el sabor porque la sapidez de la angustia es mucho más ímproba. Una hora, diecinueve minutos y veintiséis segundos han transcurrido desde que lo espero en esta heladería donde quedamos de reunirnos en la mañana como él mismo me solicitó. Sin embargo, todavía es momento que no llega. Ya ni siquiera sé si vendrá, mucho menos si quiero que venga con su cariz desencajada y su sonrisa y mirada vacía, disonante del resto de su existencia, a darme malas noticias que su escasa vida no soportaría; porque siento que todo esto es demasiado injusto para alguien como él. Solo soy capaz de percibir que el tiempo avanzando toma de la mano mis preocupaciones para que con su recorrido hacia la cúspide estas se vuelvan prominentes.

No es la primera vez en esta última semana que me encuentro así, y todo es por él; pero sé que es nada en comparación con lo que le ha tocado vivir. Hace cinco días volvió su mamá, aquella mujer sinónimo de peripecia, para esfumarse como una hojarasca impulsada por el viento luego de desencadenar la deleznable catástrofe que yo presencié en aquella familia.

Después de que ella hizo acto de presencia en el hogar, no pude irme. No fui capaz de dejar solo a Keanu y su familia luego de que al regresar los adultos de casa de la vecina iniciara una discusión que con el paso de los segundos dejó de ser pacífica. Había gritos, improperios y lamentos que salían de una boca y otra entre las mujeres, y el auspicio que pintaba aquella escena no se apreciaban bien. Lamentablemente este se cumplió.

Todo había iniciado tranquilo entre preguntas y confusiones que pedían ser esclarecidas, pero no pasó mucho tiempo hasta que la señora Violet perdió la paciencia, desencadenando reacciones extrañas a su cuerpo que se unieron hasta formar un cuadro clínico desfavorable; un accidente cerebral consecuente de una inconmensurable inundación de ira en su órgano principal propiciado por la presencia de su hija, transformado en una elevación de estrés que, sumado al escaso control de medicación que ella había tenido los últimos días de esa semana por falta de medicamentos, se desencadenó.

Keanu estaba desesperado, angustiado al no saber qué hacer con aquel evento escabroso para el que no tenía ningún control y, por primera vez, furioso. Se encontraba tan enojado que no era capaz de reaccionar ante lo que para entonces era importante: su abuela; y agradecí estar en aquel momento para solicitar la imperiosa ayuda de mis padres.

No sé cómo lo hice, aunque supongo que mis recurrentes visitas a la fundación me han aleccionado de algún modo para responder ante situaciones similares, pero reaccioné como pude y llamé a la ambulancia que no demoró en llegar para llevarse a la señora en compañía de Keanu, y luego esperé junto al señor Thomas hasta que mis padres aparecieron para llevarnos al hospital. Había logrado manejar gran parte de la situación, pero cuando Izan se marchó no fui capaz mantener por mucho más tiempo mis emociones bajo el control al que las sometí por él. Me encontraba en exceso nerviosa para coger siquiera las llaves de mi auto y ni haciendo acopio de mis energías conseguí apaciguar la inquietud del señor, pues yo estaba tan alterada como él, y por eso esperé al socorro de ellos.

Tametzona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora