Capítulo 48: La Muerte Dulce

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Cuando Harry despertó, no estaba en su Sala Común y Alan Rickman no estaba a su lado. Le golpeó la abrumadora certeza de que no seguía en Hogwarts y se apoderó de su corazón un dolor opresor, al no saber, al no querer saber. Al no querer haber despertado... nunca.

Pasados unos minutos de autocompasión silenciosa, se puso finalmente en pie con dificultad mientras recorría con la mirada el lujoso verde y plateado de la habitación de Lord Voldemort. Fue a dar con el frío suelo cuando sus piernas entumecidas no pudieron sostener su peso. No se permitió el lujo ni de volver a caer inconsciente ni de volver a auto compadecerse.

Se concentró en respirar y no desesperarse. Se dijo que el simple hecho de no estar en Hogwarts no cambiaba nada de lo que ya hubiese pasado ni de lo que todavía tenía que pasar. Se concentró en relajarse hasta que pudo ponerse firmemente en pie. Una vocecita en su cerebro le habló en un susurro de la decisión que había tomado y la impotencia se apoderó de él junto con la certeza de que, a falta dematerias primas, le sería imposible llevarla a cabo. Pensó entonces que, fuera de esa triste y demoledora verdad, nada más le importaba ya.

Pero poco después de ese pensamiento se apoderó de él la idea de que, estando en la Fortaleza de Lord Voldemort, se hallaba dentro del lugar más tenebroso, tétrico y oscuro del mundo mágico. Una pequeña chispa de esperanza prendió en su interior, al sopesar que era más que probable encontrar lo que necesitaba entre las reservas de ingredientes del propio Señor Oscuro.

Durante un instante, se reprendió por no haberlo pensado antes, después alejó esos pensamientos y, durante horas, sopesó el modo de arreglárselas para encontrar la alacena de ingredientes y realizar la poción a escondidas, sin descubrirse. Sería harto complicado. Sabía que no era un lince en pociones, que necesitaría mucha suerte, mucho tiempo o mucha ayuda para dar con los ingredientes él solo. También sabía perfectamente que aun en el hipotético caso de conseguirlos, necesitaría algo de ayuda divina para lograr la preparación de la poción. Empezando por un libro en el que encontrase detallada su formulación y proceso de elaboración, pues en el libro de tapas negras y letras nacaradas, sustancias y pociones altamente peligrosas, no había encontrado descrita ni la fórmula exacta de la poción, ni un detalle suficientemente claro de los pasos a seguir para prepararla.

El Gryffindor sabía que aún en el hipotético caso de encontrar tanto ingredientes como instrucciones, necesitaría la ayuda del propio Merlín si tenía intenciones de saber hacerla él sólo. Pero, aun así, era su mejor baza. Tal vez por la simple y triste razón de que era la única que tenía.

Una certeza se apoderó de él al poco tiempo. Una realidad irrefutable: necesitaba ayuda.

Sólo tras miles de pensamientos fugaces pasando a toda velocidad por su mente comprendió quién era la única persona capaz de proporcionársela. Y, desgraciadamente, también supo que era la única persona a la que no podía... pedirle aquello. No podía hacerle eso, no podía obligarle a hacer la poción por él. No a él. A Severus, no.

Sólo entonces pensó en Malfoy; aún sabiendo que no era lo mismo, ni en lo más mínimo, se aferró a la esperanza de que el rubio siguiese vivo, estuviese en el mismo edificio que él y pudiese ayudarle. Era demasiado peso pendiendo de un hilo compuesto por tantas esperanzas. Pero aun así salió de la habitación, con la idea fija de encontrarle costase lo que costase.

El ruido que llegó a sus oídos en cuanto abrió la puerta, fue ensordecedor. Los mortífagos festejaban enloquecidos por todo el lugar. No había un mísero rincón de paz en toda la Fortaleza. Harry sintió que las piernas se le volvían gelatina en el preciso momento en el que el motivo de la fiesta llegaba a su cerebro. No se desplomó al suelo sólo porque unos brazos fuertes le sujetaron desde la espalda. Los brazos de la última persona a la que habría deseado ver en ese momento: Lord Voldemort.

Secuestrado [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora