XXXIII

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Mientras subo a mi dormitorio, mi cabeza no deja de girar entorno a lo conversado con Dylan. De alguna forma encontró las palabras justas para calmarme.

Me gustaría que la angustia se fuera por completo, pero eso ya es pedir demasiado.

Tomo del vestidor un pantalón oscuro y una camiseta blanca de mangas cortas. Me visto en tiempo récord y me dispongo a hacer lo único que tengo en mente.

Ver a Wilder.

Estuve todos estos días sin responderle un solo mensaje. Ha intentado verme, pero yo rechacé cualquier visita. No quería ver a nadie. Y él respetó mi decisión sin rechistar, dándome el tiempo necesario para sanar.

Sin embargo, ahora me siento horrible por haberlo alejado de esa manera.

Tengo que ir a verlo.

Escapo por la ventana de mi dormitorio sin hacer mucho ruido. Ni siquiera pienso en las consecuencias, solo quiero estar a su lado y abrazarlo.

Pero claro, hay un pequeño detalle. A medida que avanzo por las calles, me doy cuenta que no estoy del todo familiarizada con la dirección de mi nuevo hogar. He ido una sola vez al centro con... Astrid. Yo la seguí a ella y ella me siguió a mí. Llegamos, no sé como pero lo hicimos. Y ahora...

No sabes ni donde estás parada.

Genial.

Intento encontrar alguna señal, cartel o cosa que me resulte familiar, pero no lo logro. Necesito llegar aunque sea al centro de la ciudad, ya allí podría guiarme mejor.

Pregúntale a un humano.

Como si fuese tan fácil encontrar uno a las tres de la mañana...

Avanzo por algunas calles más hasta que al fin encuentro a dos personas charlando bajo una farola rota. Deben tener alrededor de veinticinco años. Uno de ellos, el que tiene un gorro negro, está fumando hierba mientras el otro corta con un cuchillo una jugosa manzana y se lleva el trozo a la boca.

—¿Y ella que te dijo luego? —escucho que el de la gorra la pregunta al otro.

—Me abofeteó —responde, encogiéndose de hombros.

Procuro caminar hacia a ellos a un ritmo normal, peinándome disimuladamente el cabello.

—Eso ya es mucho. —Niega su amigo con la cabeza. Le da una larga calada a su droga y deja que el humo se mezcle con el aire puro y limpio.

Qué asco. Desde aquí siento el olor de esa mierda.

—Ni me lo digas. Solo estuve una noche con su amiga, tampoco es para tanto.

Corta otro trozo de manzana y se lo lleva a la boca.

—Ya ves como son las mujeres, Travis. No aprenden más. Ellas creen que pueden ponernos una correa y controlar cada movimiento que hacemos. Yo estoy harto, por eso me separé de Emma.

—Pero yo no quiero separarme de Olivia.

—¿Qué piensas hacer, entonces?

Su amigo no llega a responder. Su teléfono vibra una sola vez dentro de su pantalón. Sostiene la manzana y el cuchillo con una mano mientras busca su teléfono con la otra.

—Adivina quien es, Dan —dice de pronto con una sonrisa de satisfacción malévola mientras mira la pantalla del aparato.

Mis pasos disminuyen a medida que voy escuchando más de cerca la conversación.

CAITLIN | LIBRO III ~ Realidad EternaWhere stories live. Discover now