XXVI

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Dos horas atrás.

Narra Aristeo:

Cuando uno hace un buen trabajo se siente gratificante, eleva nuestros ánimos y mejora mucho nuestro humor. Eso mismo siento ahora mientras camino por las calles de mi ciudad, silbando animadamente bajo la tenue luz de la luna.

Me alegra encontrarme solo y no con esos inmundos humanos, estas horas son perfectas para dar un paseo nocturno. Ya no me conformo con los alrededores de la base, hace mucho tiempo que salgo y entro de allí a mi antojo. Lo bueno es que hasta ahora nadie lo ha notado, ni siquiera el imbécil de Argus. Siempre cubro todas las huellas por donde voy.

Excepto ahora.

Me he tomado un permitido y he decidido divertirme un rato. ¿Cómo? Pues, la respuesta esta en mis manos.

Sujeto los dos bolsos con seguridad y continúo mi camino como si no estuviese dejando atrás una bóveda abierta, un asalto sin armas y tres muertes a mis espaldas. He sido muy condescendiente, me siento orgulloso de mí mismo porque pudo haber sido peor.

La parte divertida terminó, ahora solo queda imaginar la reacción del estúpido propietario de esa bóveda. Me hubiese gustado llevarme todo el dinero que había allí, pero solo alcancé a estos dos bolsos. Me salió demasiado bien por ser algo divertido que se me ocurrió en tan poco tiempo.

Continúo mi camino con una sonrisita triunfante en los labios.

Tengo que deshacerme de esto cuanto antes, ya puedo oír a lo lejos las sirenas de los policías.

Al pasar junto a un callejón, encuentro a un indigente rebuscando dentro de un contenedor de basura. Él asoma la cabeza al sentir mi presencia y sus cejas caen sobre sus ojos al verme con mi uniforme negro y los dos bolsos en mano.

Tal vez no sea tarde para hacer un acto de bien...

—Ten, para que acomodes tu miserable vida —le digo, arrojándole uno de los bolsos a sus pies.

Me marcho de allí antes de que pueda abrirlo delante de mí. No me interesa ver su reacción, que haga con eso lo que quiera, me da igual.

Acelero el paso hasta llegar al puente que estaba buscando. Debajo, sus aguas oscuras esconden la profundidad exacta para tapar la prueba del delito. Arrojo el bolso a sus profundidades y sacudo el polvo inexistente de mis manos con satisfacción.

Una vez hecho el trabajo, sigo mi camino para ir al lugar que suelo frecuentar en la realidad opuesta a esta.

Del otro lado, el sol tiñe el cielo de colores ambarinos, dando lugar a un eterno atardecer. Han pasado muchos años desde que aquí no anochece.

Todo está quieto y calmo. El mundo está sumido en un inquietante silencio del cual yo solo soy un eco. Ni siquiera sopla el viento. Aunque todo eso suene raro, yo ya me acostumbré, he venido casi todos los días durante años para hacer siempre lo mismo.

Entro a la casa donde solía vivir mi yo humano, esa persona que tenía fe en la humanidad, que quería salvar a las personas de su propia autodestrucción.

Menudo imbécil.

Siendo quien soy ahora, me gusta ayudar a que el mundo arda y se cobre todas las maldades que le han hecho, siendo humanos o siendo Raezers. Todos son la misma mierda. Ya nadie aquí tiene salvación.

Ingreso al vestíbulo y por el pasillo me encuentro a quien vengo a ver siempre.

Vincent, mi pequeño hombrecito.

Como todas las veces, tomo asiento en el suelo y me quedo observándolo con añoranza. Muy pocas veces encontré variaciones en sus movimientos, eso quiere decir que Caitlin o Venus anduvieron por aquí. Y antes de que Caitlin dejara este sitio, él parecía estar jugando.

CAITLIN | LIBRO III ~ Realidad EternaWhere stories live. Discover now