A L F A

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Conocía algunos rumores sobre el alumno nuevo. Había escuchado más de una vez a Clyde diciéndole que aquel sujeto era extraño. Cartman también era parte de la oleada de palabrerías, ya que en alguna ocasión el "nuevo" le empujó agresivo. Craig veía los rizos oscuros del chico nuevo cuando éste cargaba la utilería o llegaba un poco tarde al taller. Le parecía alguien calmado, pero Mark siempre estaba a la defensiva con todos.

Jamás le había prestado mucha atención hasta días atrás en que descubrió algo extraño: el alumno nuevo usa feromonas artificiales. Desde ese momento lo ha seguido con la mirada cada vez que lo ve a lo lejos. Justo como ahora. Lo observó atento, apenas vislumbrando el pálido brazo golpeando repetidamente al alfa tendido en el suelo. No era del todo consciente de los gritos preocupados de los alumnos y la profesora, quienes hacían todo lo posible por alejar al chico nuevo de su víctima. Sus pensamientos rondaban exclusivamente en Mark.

Sin embargo, fue obligado a volver a la realidad cuando su mejor amigo le tomó del brazo para interferir en la pelea. El aroma a cacao era pesado, lo suficiente para obligarle a actuar rápido. Sin saber qué hacer, alzó al alumno nuevo y pronto todo su cuerpo entró en alerta. Un golpe resonó en el salón. Craig pronto tuvo el labio ensangrentado y su contrincante respiraba agitado, temblando y con la mirada llena de pánico, cosa que le sorprendió. Estaba seguro de que Mark en cualquier momento rompería en llanto. Pero mientras la mayoría de las personas socorrían al alfa golpeado, Mark salió corriendo del salón. Fue tan rápido y repentino que Craig lo siguió sin dudar.

Pocas veces se deja llevar por su impulsividad y esta vez fue una de ellas. ¿Por qué el chico huyo llorando? Tenía sentido si la culpa lo carcomía, pero lucía tan aterrado que le asustó. Sabía que detrás de él iban otros compañeros del taller, pero se cuestionaba si alguno había notado el terror en los ojos del alumno nuevo.

¿Quién es ese chico y por qué actúa tan extraño?

A L F A

Desde tus altares,
Desde tus tribunas,
empuñando tu centro.
Has ordenado desfigurar
La imagen de mi rostro.

Has intentado borrar mi nombre
de los testimonios.
Pero,
no logras el olvido
de mi existencia.

Su mamá solía decir que Tweek era un niño muy inquieto, carismático, hiperactivo y dulce. Decía muchas cosas sobre él, pero jamás lo describiría como alguien serio. Lo identificaba por su voz parlanchina que resaltaba entre los demás infantes, por su cabellera rubia, alborotada y dispareja que captaba la atención de los adultos y por el dulce aroma a chocolate que atraía hasta al más tímido. Era un pequeño omega que resplandecía por su sonrisa, sus pupilas brillantes y aquel aura inocente que enternecía a la mayoría. Siempre lo nombró su sol y su alrededor concordaba con ese título.

Sin embargo, han pasado más de tres años desde la última vez que Hellen vio a su único hijo. Es probable que, al reencontrarse en una de las tantas fantasías que Tweek tenía, su mamá lloraría desconsolada. Lloraría mares, como tanto decía nana, mientras observa al chiquillo de doce años con cicatrices prohibidas y ojos hundidos. Lloraría como sólo una madre haría al ver la muerte azotando a su hijo.

Tweek suele pensar demasiado en ella. Desde que tiene memoria, muchos pensamientos siempre van dirigidos a su querida madre. En las noches solitarias cuando tenía cuatro años y sus padres debían viajar por asuntos relacionados a la cafetería; durante los primeros días de clases cuando creía que su madre lo abandonaría en el preescolar. Pensó en ella la primera vez que recibió una buena nota, o cuando la lluvia golpeó en la ciudad e hizo que Hellen llegara tarde a casa, teniendo a un niño de cinco años completamente preocupado, acompañado por una niñera que no sabía cómo consolarlo.

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