—¿Sabanas sangrientas? —Van logró que Apollonia brincara en su lugar, Rosella negó con la cabeza por lo obvia que podía ser su hermana, el hombre las miro con curiosidad—¿Estamos hablando de tus sabanas sangrientas Rosella? ¿Las que lave hace varios años para que tu padre no supiera que te habías metido con aquel idiota?

Rosella soltó una carcajada al recordar al tipo con el que había tenido su primera vez, un soldado guapo y estúpido, que había durado cinco minutos, una verdadera lástima, porque lucía cómo alguien que podía enseñarle bastantes cosas y en cambio termino debiéndole demasiadas, un orgasmo, por ejemplo, lo único bueno de aquel precipitado encuentro es que había perdido su virginidad y la supuesta debilidad que esta le traía.

—En realidad hablamos de las sábanas de Apollonia. —la menor le pellizco el costado a su hermana.

No quería hablar de eso con Van enfrente, sus mejillas se tiñeron más de rojo y miró hacia otro lado, Van provocaba muchas cosas en su interior, al principio creyó que era un simple flechazo de adolescente, pero el pasar del tiempo le dio un indicio de que no era algo efímero, de hecho, se había descubierto soñando y deseando que él se encargará de manchar sus sábanas, Dios...la sola idea la hacía estremecerse.

Pues a veces los deseos son tan fuertes que nos rompen en maneras agradables.

Van hizo una mueca al tener una imagen mental tan desagradable y Rosella sonrió con diversión al notar la reacción de ambos, pues sabía que su hermana había dejado de ver a Van amistosa o fraternalmente y bueno, tenía su teoría de que lo mismo le ocurría a él, pero no era tan visible cómo en su hermana, de algo estaba segura y era que, la tensión sexual entre ambos iba creciendo lenta y mortiferamente.

—No, Apollonia es muy joven para casarse.

—¡Pero no para manchar sus sábanas de sangre! —la cara del joven fue tan compleja que Rosella no pudo analizarla, había demasiado pasando y a la vez nada por su rostro.

—Bueno si ella decide hacerlo antes del matrimonio, espero no elija a un perdedor. — Dijo fríamente.— En otras cosas, el príncipe Hoseok está en la entrada, así que lo mejor será que bajen para darle la bienvenida.

—¿Y viene insoportable?

—Un poco, tiene cara de fastidio.

—mi favorita hasta el momento, bien, bajaré, Van, ayúdale con el broche de la espalda, lo tiene abierto. —Rosella sonrió con victoria cuando las mejillas de ambos delataron lo que probablemente decían ignorar para no complicarse tanto.

La atracción puede llegar a convertirse en un punto sin retorno.

Un punto dónde estás parado en el filo de un acantilado y tienes tu último momento para retroceder o para caer en una profundidad incierta, pero con una ruptura completa y segura. Rosella sabía muy bien lo peligroso de ese juego y no le interesaba en lo absoluto. La atracción traía sentimientos de por medio y estos solo significaban un punto de debilidad para los enemigos.

La rubia dejó a ese par solos, esperando que se dieran cuenta rápido del juego peligroso en el que estaban envueltos y decidieran el destino de esa atracción, apoyaría a Apollonia en la decisión que tomará. Rosella tomó un largo respiro y se encaminó hacia el recibidor de su villa, donde Hoseok esperaba con los brazos cruzados, el ceño fruncido y los labios en forma de un puchero molesto, debía admitir que joderle la vida, le provocaba mucha diversión, se veía que nunca nadie lo había desafiado en ningún sentido, que era tan mimando y berrinchudo que siempre obtenía lo que quería y ella solo quería quitarle esa actitud si iba a ser su esposo, porque sería visto como una debilidad para la Famiglia, para ella. Su esposo debía ser tan fuerte como ella, frio, cruel de ser posible, Hoseok se veía como un turista tomando el sol y eso no era lo que quería.

La caída de la lunaWhere stories live. Discover now