capítulo 2

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¿Te atreves a tener un buen argumento contra mí?

Dos semanas antes, River hablaba tranquilamente con su padre en el taller que él tenía. Su padre era dentista, pero también un completo aficionado de series, películas y animes; y, como hobby, hacía figuritas de acción en el garaje de su casa.

Ella estaba muy feliz. Se lo pasaba bien hablando con su padre de la última salida al cine que había tenido o de la próxima película que debería verse. Hasta que, eventualmente, oyó los pasos apresurados de su madre bajando y rodó los ojos con anticipación.

River quería a su madre. Mucho. Pero, si tuviese que describirla de alguna manera, sería con la palabra «Karen». Aunque se llamaba Gerónima, nada que ver.

A veces se cuestionaba si su nombre había sido fruto de una apuesta.

Pero bueno, River sabía que si su madre bajaba al taller, era porque tenía algo importante que decirles. Y a ella no solían gustarle esas cosas importantes. La última vez, un águila llegó volando y se llevó a su tortuga.

Pero ahí estaba ella, con su pelo rubio recogido y su falda de salir incluso cuando llevaban todo el día en casa, totalmente fuera de lugar en aquel garaje. River nunca podría entender cómo sus padres habían acabado juntos, pero lo cierto es que se querían y ya llevaban casados veinte años sin cansarse.

—¡Cariño! —dijo la Landry mayor con una sonrisa, y la Landry menor supo que era su señal para ir a hablar con ella.

—¿Qué pasa, mamá? —respondió mientras se levantaba.

—Bueno, cielo, creo que ya sabes que en un mes es el cumpleaños de tu hermano.

Ay no.

River supo enseguida que esta cosa importante iba a ser incluso peor que la desaparición y posible muerte de su tortuga.

Collin Landry, hijo menor de la familia Landry. Siete años y ya tiene más videojuegos de los que ella se podría comprar en toda una vida. Siete años y ya ha ido a más parques acuáticos de los que ella podrá presumir nunca. Siete años y... y... Bueno, se entiende.

Siete años y es el niño mimado de la familia.

A saber qué querrá este año por su cumpleaños—un huevo de mono, un pelo de Chayanne, la cruz de Jesucristo. Todo posible.

—Sí, lo sé —decidió responder.

—Pues al parecer ahora le gusta la música. Ya sabes, los niños de añora tienen todas esas fases...

«Sí, y cada una de sus fases te cuesta lo mismo que comprar un apartamento», pensó River.

—... El tema es que este año dijo que le hacía mucha ilusión tener música en su fiesta. Y yo le dije, «claro, mi niño, pondremos los mejores altavoces que podamos encontrar». Y él me dijo, «no, no, mamá, yo quiero gente que toque música. En directo» —siguió explicando su madre, poniendo una voz más aguda para imitar al hijo—. Así que ya ves, hija, no sé qué hacer. ¿Tal vez podrías ayudarme con eso? Tú sabes más que yo de esas cosas.

Ah.

Pues ni tan mal.

River levantó las cejas, impresionada por lo que su hermano quería. Ella, obsesa por la música, no se esperaba que su hermano acabase con una afición tan noble. Casi estaba orgullosa.

—Ya sabes, algo como ese tal Omar Montes o Maluma.

¿Sabes qué? Olvídalo, sigue siendo una decepción.

De todas formas, ¿qué case de niño de siete años escucha Maluma? Ella a su edad cantaba el Waka Waka.

Soltó un suspiro largo y bajó la vista.

—Está bien, mamá. Puedo intentar encontrar algo. ¿Cuál es el presupuesto?

Hubo un momento de silencio, y River supo que ahí llegaba la parte mala.

—¿Qué presupuesto? —Preguntó su madre, sinceramente confusa.

River suspiró de nuevo. Era algo habitual en conversaciones con su madre.

—Bueno, si quiero que alguien venga a trabajar a mi casa, tengo que pagarles.

—Pero vienen a tocar música.

—Pues eso.

Gerónima hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.

—Bah, eso no es trabajar. Si se dedican a la música es porque les gusta, ¿no? Pues yo les doy un sitio donde tocar.

La rubia tuvo que tener mucho control sobre su propio cuerpo para no llevarse una mano a la frente.

—Eso... No... No es así como funciona, mamá.

—¿Y por qué no?

—A ver. Si venir aquí no les da dinero ni forma de hacer que más gente los conozca, no hay razón para que vengan. Y no, mamá, un grupo de niños de siete años y sus progenitores no les va a hacer más famosos.

La miró unos segundos, intentando ver si entraba en razón.

—Si no hay beneficio, no vienen. Tocar les cuesta trabajo y tiempo, no van a malgastarlo.

Otros segundos de espera antes de que su madre reaccionase.

—Tonterías.

Esta vez no pudo evitarlo y enterró la cara en sus manos.

—Mamá, a ver, te pongo un ejemplo. Imagina que alguien llegase y le dijese a papá, «oye me gustan tus figuritas, ¿por qué no me haces una gratis, ya que veo que te gusta pasar tu tiempo así?». ¿Tú crees que papá aceptaría?

—Bueno, estoy segura de que si se lo pidiese amablemente...

—No, mamá. No aceptaría.

—Ni de broma aceptaría —añadió su padre desde el fondo del garaje, y River levantó una ceja como diciendo, «¿lo ves?».

Su madre le dio una mirada a ambos y frunció las cejas con molestia.

Mierda, se había enfadado.

—Me da igual, ¿vale? Vas a encontrar a alguien que toque música, lo que sea, en la fiesta de tu hermano, y me lo vas a traer aquí y va a ser genial, ¿entendido? —habló amenazante a su hija. Ya había levantado un poco la voz y hablaba en ese tono de enfado intimidante que solo las madres saben poner—. Y ahora, si tienes tanto tiempo para darme argumentos estúpidos, sube a la cocina y ponte a fregar.

Se giró y subió las escaleras con pasos cargados de rabia.

River se dio la vuelta hacia si padre, que la miraba con burla.

—Suerte, camarada.

—Suerte mis narices, padre basura.

Él soltó una risa y se volvió a girar hacia su mesa sin más que decir.

Claro que River no esperaba encontrarse, tiempo después, con la solución a todos sus problemas. Y, esa solución, tenía nombre y apellido; Rodrick Heffley.

De alguna forma, cuando discutían por la pobre capacidad de actuación del chico, ella se acordó de que más de una vez había oído que tenía un grupo de música. Y un grupo de música malo.

Era perfecto.

Si River lo ayudaba con clases de teatro, entonces él le debería un favor grande. Y más si de ello dependía su nota.

Sorprender a su hermano con un grupo de punk malo, cuando él se esperaba a Maluma, sería la mejor venganza nunca lograda. Espantaría a todos, ella se reiría y, por una vez en la vida, su hermano no tendría lo que quiere.

Y gratis. Todo ventajas.

Además, su madre no podría castigarla por cumplir su encargo. Aunque lo cierto es que incluso si la castigase, habría valido la pena.

Su oportunidad de reírse como nunca antes había llegado.

SHY AWAY || Rodrick HeffleyWhere stories live. Discover now