El sabor a muerte.

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Horas que sentiste el punto extremo de dolor, de angustia, de ansiedad, de sufrimiento, de miedo, de remordimiento, de todo aquello que reprochabas y Atribuías a todas esas personas que decidieron que eras un saco para desquitar rabia, de todas esas personas que se creyeron con el derecho de meterte en problemas que no eran tuyos, y aunque no quieras, muy al fondo la culpas a ella, lo haces porque si no te hubiera dado eso, si no lo hubiera escondido contigo, tal vez, solo tal vez, no estuvieras viviendo el infierno de ahora.

Pero tu corazón noble no te permite admitir que la culpa la tuvo ella. Así que la sacas de tu mente, y solo culpas a esos que si te hicieron un daño más directo, más cercano, más descarado.

Nadie acudía a tus gritos, porque no pensaron que ya estuvieras por parir, ya que tenías una fecha exacta para hacerlo, unas semanas anticipadas por si el embarazo se adelantaba. Pero nunca imaginaron que tú lo provocarías mucho más adelantado de lo planeado, así que solo atribuyeron tus gritos y lamentos, a tus problemas mentales, creyeron que era una noche más en la que sufrías por tus traumas y no que agregaste a eso el suceso de tener a tus hijos.

Negligencia absurda de los trabajadores del psiquiátrico, estupidez bizarra de su poca falta de empatía, y desgraciados todos aquellos que no te ayudaron.

Hasta que, en medio del grito horrible que emitiste por el desgarro por dentro, alguién entró por la puerta asustándose al instante.

¡Oh por Dios! —corrió hacia tí, pero tú ya no podías siquiera verla, no tenías fuerzas ni de levantar tu cabeza. Sin embargo, la reconociste por su voz.— Collet cariño...

Se arrodilló frente a tí, en medio de tus piernas abiertas y te tomó de las rodillas. Maldecía en voz baja, pero alcanzabas a escucharla en medio de tu pérdida de conciencia.

Cerraste los ojos, pero no dejabas de sentir esos dolores que parecía que te partían en dos, es que ni luchaste anteriormente para hacer fuerza, para pujar y hacer que ellos nacieran. Se estaban asfixiando.

¡No cierres los ojos! —te exigió firme— ¡Eres fuerte, debes serlo ahora mismo! ¡No te rindas!

No querías hacer caso, pero te sacudió el rostro, se puso frente a tu rostro y puso su mano en tu mejilla.

Haz la lucha, por favor, hazla, o si no, todo habrá sido en vano— sus palabras se sentían como calor abrazador en tu cuerpo y tuviste que abrir los ojos—. Es hora.

Comprendiste lo que dijo, y, sin más remedio, levantaste la cabeza y viste como tu vestido estaba mojado, el suelo igual y tú muñeca no cesaba al expulsar sangre.

Cúbrela, bloquea el paso de sangre así como lo hiciste aquella vez con tu muslo. —su orden era insistente, con miedo y ganas de llorar.

Respiraste hondo, y con la poca fuerza que tenías de saber dónde, te incorporaste con tus codos, gritando de nuevo por otro dolor más desgarrador, y así te ayudaste para correrte a la pared, para tener un respaldo.

Cerca de donde dormías, agarraste el borde de tu vestido rosa, y rasgaste hasta obtener un pedazo de tela larga y ancha, la misma que usaste para envolverla en tu muñeca, amarrándola fuerte con ayuda de tu boca, con ayuda de quién te alentaba hasta que sentiste que era suficiente para que la sangre ya no saliera.

—Puja cariño, deja en ellos todas tus fuerzas.

Te preparaste y te quitaste como pudiste tus bragas, buscando obedecer.

Lo que sentías era inexplicable, era mucho dolor para encontrar las palabras, y ni sé diga el que experimentaste cuando abriste bien tus piernas, y diste el primer pujón, haciendo caso también a lo que pedía tu cuerpo. Estabas sintiendo el sabor a muerte, estabas con un pie en la vida, y el otro en la muerte. Estabas sufriendo como nunca.

Ya ni gritaste, tu voz se había ido como el poder de quejarte. Pujaste una y otra vez, sintiendo que esto era lo último que harías antes de irte, porque ya era mucho, era justo irte.

El primer bebé salió, la sensación del primer quejido te hizo levantar la vista, con la cara llena de sudor, lágrimas y dolor. No querías verlo, pero lo tomaste y pusiste sobre tu abdomen mientras seguías pujando para el otro.

Jamás creíste que vivirías esto. Siempre soñaste con hijos para cuando fueras grande, pero nunca unos hijos como los de ahora, ni teniéndolo a como ahora lo hacías.

El segundo salió, pero este no emitió ningún quejido, pero no te diste cuenta de eso. Lo único que hiciste es ver al frente y...

—Lo has logrado, ahora lógrate tú. —estallaste en llanto deplorable, dejando caer tu cabeza a en la pared.

Te diste cuenta que estás hecha una mierda, tanto que solo deseas cerrar los ojos y nunca abrirlos.

—Debes cubrirlos, revisa al más pequeño —ahora era una súplica.

La piel tersa de los bebés se pegaban a tus manos, y si en otras circunstancias fuera, el momento de abrazar por primera vez a tus hijos la hubieras disfrutado. Este no era el caso, evidentemente. No sentías bonito, no sentías nada, solo sentías dolor.

Y en medio de tu delirio, estiraste la mano y tomaste la sábana de tu cama al lado tuyo, y juntaste como milagro a los dos seres para cubrirlos.

El que no se quejaba, seguía sin quejarse y creíste que no lo habías logrado, que él había perdido la batalla por tu culpa, hasta que le levantaste la cabecita y lo sacudiste con desespero.

Su boquita se arrugó, en dolor por el golpe que le diste en su espaldita para que reaccionara, logrando que lloraras aún más por confirmas que si seguía con vida, pero que por poco matabas.

El cordón seguía pegado a tí, ellos seguían conectados a tí y los cubriste. Querías que alguien te abrazara, y junto a tu necesidad y tu agonía, abriste de nuevo los ojos, haciendo que de repente vuelvas a ver todo oscuro, desolado y vacío.

Y solo entonces, te diste cuenta que estabas sola. Jamás hubo alguien contigo, y quién te hablaba era tu subconsciente, el mismo que reconociste, el mismo que ha hecho que llegues hasta este punto.

Así que nadie te alentó, fuiste tú la que te apoyaste. Nadie te dijo que hacer, fuiste tú la que decidió que era lo mejor. No fue nadie la que lloró contigo celebrando el logro, fuiste tú permitiéndote llorar de felicidad.

Siempre has sido solo tú. Solo tú. 




Publicado el 02/10/2021

Hacia lo Prohibido ©Where stories live. Discover now