B i r t h d a y

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*17 años*

El sol invernal me molestaba, habían corrido las cortinas de mi habitación y eso logró despertarme. Estaba tan frío que ni la luz me convenció para salir de mi cama, estaba cómodo entre las tibias sábanas y la esponjosa almohada que mamá me había comprado la semana pasada.

Era una paz, una tranquilidad amortiguadora.

Hasta que Sana entró corriendo y se puso a saltar sobre mi cama.

-¡Es el día, es el día! -gritaba. Se tiró encima de mí y me destapó. Busqué las mantas con mi mano, pero las había apartado hasta dejarlas al borde de la cama. Genial, ahora debía levantarme.

-¿De qué estás hablando, enana? -le pregunté irritado. Los ojos marrones de Sana brillaban de excitación, algo la tenía muy emocionada. Algo que yo no podía recordar.

-¡Es el día! -repitió. Le tiré del cabello y la boté al suelo. Se quejó un buen rato hasta que al final se quedó callada.

-Ahora que estás más calmada y no estás aplastándome, ¿me dirás de qué bendito día estás hablando?

-¡Es el cumpleaños de Sunghoon! -exclamó.

Claro, era su cumpleaños. Lo había olvidado por completo. O al menos eso intenté.

-¿Y por eso me despiertas? -le gruñí. Sana ya tenía catorce años y aún seguía siendo bastante infantil. Irene cuidaba de ella como si fuera su hija, como Heeseung se había marchado hace ya algunos años a New Jersey para estudiar, consolaba su tristeza en velar por la felicidad de Sana. De cierta manera, eso me gustaba, ni Irene ni Sana sufrían, se tenían la una a la otra cuando más se necesitaban.

-Sí, es que ya es un adulto. ¡Ahora es un hombre! -gritó otra vez. Iba a dejarme sordo antes de que yo cumpliera los 18.

-¿Y qué se supone que era antes? -ambas miramos hacia la puerta, donde Sunghoon se apoyaba en el umbral con los brazos cruzados sobre su pecho. Iba en pijama al igual que Sana, tenía el cabello despeinado y se notaba de lejos que recién se había despertado.

-Eras un hada-le dediqué una sonrisa burlona y él me dedicó una mirada asesina. Tuve una larga discusión con él después de que me regalara a Nana, le expliqué que todos esos años creía que el hada de las galletas me las dejaba frente a mi puerta cada vez que me sentía mal. Le dije que era un acto muy dulce de su parte, pero que no lo hiciera más hasta que se me pasara el enojo por lo de Bisco, que si quería mi perdón unas simples galletas no bastarían. No rechistó y me hizo caso, como todas las cosas que le pedí después de ese día.

-Lo importante es que ahora soy un hombre...

-Y mi chofer-agregué rápidamente. Sana estalló en carcajadas.

Cuando Sunghoon fue a dar su examen para conducir, se puso tan nervioso que terminó por atropellar a las ancianas de maniquí que colocaban en la pista, pinchó un neumático y vivió su primer choque en el que destrozó toda la parte delantera del auto. Seguía siendo el mismo desastre como conductor que a los quince años.

El auto que papá le regaló a sus 16 seguiría estacionado en el porche por una temporada más.

-Al menos tengo auto-me dijo. Entró a mi habitación y se sentó cobre la cama-. Y un pijama decente.

Observé mi pijama, un pantalón y una camiseta con dibujos de vacas. Por las noches hacía frío y en las tiendas no vendían nada más normal que esto. Era mejor que el pijama de Batman.

-Pero yo tengo licencia-duro golpe para Park. Pude ver como se le distorsionaba la sonrisa socarrona que se había formado en su rostro-. Ahora, Sana, largo de mi cuarto... Tú, quédate.

Cásate conmigo ; SungkiWhere stories live. Discover now