CAPÍTULO 4

5.5K 204 28
                                    

Eran más de las cinco de la tarde cuando Chiara consiguió despertar. Se quedó tumbada en la cama mirando al techo; no recordaba cuando fue la última vez que se había dormido más de 5 horas seguidas. El recuerdo de la noche anterior surgía confuso de vez en cuando. Recordaba haber estado en el Lux y a aquel baboso borracho y a Ian.
Ian. Pensó en sus preciosos ojos verdes y esa voz profunda que solo recordar le producía un escalofrío. La verdad es que lo había pasado bien; aparte de con Sandra le parecía que habían pasado siglos desde la última vez que se había sentado con alguien a charlar, no por trabajo o por compromiso, solo por el placer de conversar. Y la verdad es que no estuvo nada mal para tratarse de dos desconocidos aunque no creía que se volviera a repetir, seguramente no volverían a verse y además, ahora que pensaba en ello, ni siquiera le había pedido su número de teléfono.
Por fin decidió salir de la cama, se fue corriendo a darse una ducha y se vistió con lo primero que pilló de la silla del salón que tuviera pinta de estar limpio. Ya eran más de las seis por lo que desechó la idea de hacerse algo de comer y se preparó un café bien cargado, si conseguía darse prisa quizás le diera tiempo de pillar algo en el burguer antes de entrar a currar.
Se sentó junto a la ventana de la cocina y buscó el teléfono. 10 llamadas y otros tantos mensajes de Sandra. ¡Mierda! Se había olvidado de llamarla cuando llegó a casa. Leyó rápidamente los mensajes solo para hacerse una idea del nivel de cabreo de su amiga y, a juzgar por la cantidad de mayúsculas y emoticonos de cara roja del último, la cosa era seria. Tenía que llamarla, así que con su mejor voz de niña buena preparada marcó su número:

- ¿Sandra? Hola, guapa, ¿qué tal vas?

- ¡Hombre! Pero si la señorita se ha acordado de que tiene móvil - la voz al otro lado del teléfono le dejó bien claro que seguía enfadada.

- Perdona, tía, se me fue el santo al cielo y cuando llegué a casa eran casi las ocho y me quedé dormida en cuanto puse el culo en la cama.

- ¿Y dónde coño te metiste? La última vez que te ví ibas saliendo por la puerta del Lux con Don Desconocido. ¿Algo interesante que contar? - en cuanto entraba el tema tíos y salseo se le olvidaban todos los mosqueos.

- No, la, verdad es que no hay mucho que contar. Oye, las horas que son y todavía no estoy sin comer nada ¿te apetece que pasemos a comer unas hamburguesas antes de ir a trabajar y ya nos vamos juntas? Así, si quieres, te pongo al día.

- Claro, te recojo a las ocho y media ¿vale?

- ¡Perfecto! Te veo abajo a esa hora. Un beso, guapa.

El plan le venía genial porque le daba casi dos horas para relajarse un rato tirada en el sofá. Se preparó otro café, se encendió la radio y se puso a leer un rato. Le parecía que hacía siglo que no se tomaba aunque solo fuera una hora para ella sola. Además, como Sandra la recogería en su coche se ahorraba tener que coger la moto y, si no ella no tenía otros planes, seguramente se irían a su casa cuando salieran de trabajar.

A la ocho y veinticinco, Chiara estaba ya en la puerta esperando a su amiga. Ni siquiera le hizo falta verla llegar, antes de doblar la esquina, el estruendo de los altavoces de su coche anunciaban a toda la calle que ahí llegaba Sandra. Muchas veces dudaba si Sandra tenía algún problema de oído o se entrenaba para poder luego hablar con los clientes de la disco.

Sandra. La más loca de las amigas que jamás había tenido pero también había resultado ser la más leal. Aunque habían ido a la misma facultad, no fue hasta el último curso que sus caminos se cruzaron. Por supuesto que Chiara conocía a Sandra, no había nadie en toda la universidad que no hubiera oído hablar de ella, pero nunca se habían movido en el mismo ambiente.

Aquel estaba siendo un año duro para Chiara. Las asignaturas del último año la tenían sobrepasada, el TFG le ocupaba la mayor parte de su tiempo y el poco que le quedaba libre lo pasaba con Raúl, su novio del instituto, aunque últimamente solían acabar discutiendo cada vez que se veían. Su único momento de paz era cuando se encerraba en algún lugar tranquilo, se ponía los cascos y se dejaba llevar por la música. Así fue como habló con Sandra por primera vez.

Déjame volar [+18] ©Where stories live. Discover now