De rescates y princesas

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Había una vez una caballera llamada Bianca que tenía el vocabulario de un marinero ebrio.

—¡Por qué carajos siempre me tocan las peores cruzadas!, Que me parta un rayo si tengo que salvar a otra princesa una vez más; juro que a la próxima, la asesinaré antes de salvarla y luego lo haré pasar por un accidente —estalló Bianca, indignada ante su mala suerte.

—Dudo mucho que ellas sientan algo mejor por ti que lo que tú sientes por ellas. Después de todo ellas esperan un príncipe. O como mínimo un guapo caballero ¿Y que tienen a cambio? Un marinero grosero reencarnado en una chica de veinte años —dijo Wolf. El pequeño ruiseñor revoloteó sus alas impaciente cerca de su cara, lanzando una ráfaga de aire que agitó el cabello de Bianca sobre sus ojos.

—¡Auch! Detente de una buena vez —Bianca lo fulminó con la mirada, pensando que quizás debería comerse al ave como castigo.

—Deja ya de protestar y manos a la obra. Esa princesa no se va a rescatar sola. Su hada madrina fue muy clara: «Alex tiene que volver lo más pronto posible a Ciudad Real, su ceremonia de compromiso es en un ciclo lunar y su coronación también y...»

El ave siguió parloteando, pero Bianca no prestaba demasiada atención. Sabía a la perfección lo que debía hacer, pero no tenía idea de cómo demonios iba a entrar y salir de la fortaleza que se alzaba frente a ella con un pájaro hablador, un caballo viejo, una armadura que parecía pesar una tonelada con la humedad y el calor, y una princesa asustada y decepcionada; porque cuando viera que no era un caballero el que la rescataba, eso era precisamente lo que iba a sentir.

Suspiró de forma casi inaudible, rascándose la cicatriz alargada que cruzaba su pómulo derecho, en un gesto que hacía cada vez que algo le molestaba. Si no hubiese sido por su honor de caballero, habría pensado que la princesa estaba mucho mejor raptada que en su castillo. Con todas era casi lo mismo: O las casaban obligadas y pasaban todo el trayecto a medio camino entre el agradecimiento y el odio hacia Bianca por haberlas rescatado, o eran de las que creían fervientemente en una idea del amor que solo existía en la mente de quien nunca había sufrido las desventuras de la vida. Ambas opciones le eran igualmente inentendibles e insoportables.

—Vamos Wolf, hay mucho trabajo por hacer. —La caballera apretó las ancas del viejo Rómulo y emprendió el trote hacia el muro de piedra que la separaba del castillo.

Los comerciantes de los pueblos aledaños iban y venían, provocando un gran bullicio en el mercado que rodeaba la plaza central. Bianca frunció el ceño, que para su suerte estaba oculto bajo su casco, dejando ver únicamente sus ojos. Aquello no era normal. Por regla general los castillos donde las princesas eran cautivas estaban abandonados, rodeados de lava, dragones, lobos furiosos, una fosa llena de arpías y toda clase de material de tortura. No llenos de bullicio, mujeres comprando, hombres discutiendo, niños corriendo y perros moviendo la cola mientras comían las sobras de las verduras en el suelo.

No lograba comprender como una princesa estaba cautiva en uno de los castillos pertenecientes al principado de Helis, pero quizás era una nueva táctica de distracción. Con tanta gente yendo y viniendo nadie sospecharía de ese lugar, menos aun si cabía considerar que ese principado pertenecía al reino de Hecanto y por consiguiente dependiente de los mandatos del rey Louis, quien era el enemigo número uno de los raptos innecesarios de princesas. La misma Bianca pasó casi tres jornadas en busca del castillo y aunque una parte de ella dudaba que el sitio fuera el correcto, la evidencia le decía que había llegado a su destino.

Bajó del caballo y se irguió todo lo que su estatura le permitía sacando pecho y adoptando una postura altanera, como cabría esperar de cualquier caballero. Dejó a Rómulo junto a un viejo poste de amarre, un poco alejado del tumulto, pero cerca de la entrada para huir rápidamente si era necesario. Wolf sobrevolaba el lugar. A simple vista parecía tan solo otro ruiseñor volando, pero cualquiera lo suficientemente observador podría notar que ningún pájaro era tan fisgón. Unos minutos después se paró sobre una torre, indicando a Bianca donde debía estar la princesa. Pero era pronto para irrumpir en el castillo; tendría que esperar hasta que todos durmieran y para eso aún faltaban muchas horas. Observó a su alrededor y encontró un pequeño escondite bajo un arco, oculto detrás de un muro. Aunque a varios metros de la torre, era el mejor lugar que pudo vislumbrar y tendría que bastar por el momento.

De Príncipes y Caballeras - Los Seis Reinos #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora