Capítulo XII: Simplezas y complicaciones

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Josslyn:

Momentos fugaces, sonrisas pequeñas y gestos impredecibles. A lo mejor solo sea una sentimental que necesita grandemente un incentivo en su vida, pero debo admitir, que cosas así, son las que más me atraen de la gente. Porque ahí no hay buenos o malos, no hay criminales o inocentes, no hay monstruos esperando que caigas para devorarte.

Cuando te pasas la mitad de tu vida juzgando qué es bueno o no, qué contribuye a tu reputación y qué la malgasta, encuentras de todo. Aprendes de la mayoría de las cosas sin vivirlas, solo con experiencias ajenas.

Un sabio diría que la mejor forma de aprender, es mediante los errores de otros. Pero yo les aseguro, que es la mejor manera de equivocarte. Porque aún sabiendo que vas por el lugar equivocado, te arriesgas, quieres probar, te tienta sentir lo que otro sintió.

Cientos de justificaciones se me ocurren ahora, para hacerle creer a mi cerebro, que mis instintos de querer mantenerme cerca de Lucas, no son más que ese sentimiento de ir a por lo desconocido. De aventurarme en un camino, el cual lejos de estar lleno de espinas, ni siquiera contó con rosas en sus mejores momentos.

La oscuridad siempre atrae a la luz y la luz, siempre trae consigo algo de oscuridad. Porque así funcionan, una necesita a la otra para hacerse notar. Pero el problema es, que Lucas y yo no pudiésemos dividirnos en luz o oscuridad, traíamos de las dos. Quizá en mis mejores fantasías, seríamos la balanza perfecta, solo que en los sueños que más degustaba, terminábamos por ser un enorme desastre.

Pero a una cabeza indecisa y un corazón incentivado por moderna literatura ¿quién los frena?

El sol ya estaba a en todo lo alto, solo que me veía incapaz de levantarme de la cama. A lo mejor por el horrible dolor de cabeza, tal vez porque me veía cómoda llenando mi cabeza con pensamientos que nadie comprendería. Pero la cosa era, que estaba totalmente renuente a hacer algo productivo.

Encendí el televisor, que se encontraba incrustado en la pared, frente a la cama y, la simple iluminación de la pantalla, hizo que mis ojos se cerrasen automáticamente.

-Ay, no -me quejé, enroscándome nuevamente entre las colchas.

El dolor de cabeza me aturdía y la sensación de pesadez en mi cuerpo, se volvía insoportable a cada segundo. Cerré los ojos, intentando amortiguar la mala sensación, que provoca una mañana de resaca. Solo que la suerte no parecía estar de mi lado esta vez.

¿Conocen el sonido de la perdición?

Pues yo sí, y ese es el tono de llamada de mis padres.

- ¡Ay no! -exclamé y me puse de pie en dos segundos.

Lo más difícil en este caso no era levantarme, aunque parecía que tenía un mono tocando platillos en mi cerebro, sino encontrar el celular. A pesar de que le oía sonando, no era capaz de diferenciarlo entre el monto de ropa esparcida en el suelo.

El sonido seguía, la voz de Adele, que tanto amaba, llegué a odiarla en segundos. Tantee entre el reguero en mi cuarto, hasta que lo hallé, debajo de mis bragas negras.

¿Cómo llegó eso ahí?

La cara de mi padre, adornaba la pantalla de mi móvil y la verdad, mi primer instinto fue contestarle. Pero como toda una experta en supervivencia paternal, antes de descolgar la video llamada, fui primero a verme en un espejo.

-Jesucristo -se me descolgó la mandíbula, al ver el reflejo que proyectaba el pequeño espejo en el tocador.

¿Qué ha pasado contigo?

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