—¿Seguro?

—No me hagas dudar de mi seguridad porque ya sabes lo que sucede.

Solté una risa nerviosa que Samuel secundó.

—Cierra los ojos.

—¿Qué piensas hacer...?

—Solo ciérralos, tonto miedoso.

Coloqué mis manos a los costados de su cabeza y cerré los ojos, tal como me indicó. Él tocó mis párpados con los dedos para comprobar que yo realmente le había hecho caso, y luego, sus manos volvieron a escurrirse bajo las cobijas.

—¿A qué le tienes miedo? —preguntó.

—No tengo miedo.

—Sí, sí tienes. Estás temblando. ¿No quieres que te toque?

Sus movimientos fueron tan rápidos que ni siquiera atiné a reaccionar. Sentí que lo hizo de esa manera para evitar que yo lo pensara demasiado, y definitivamente lo consiguió. Sus manos se colaron bajo mi ropa interior y comenzaron a tocarme de forma suave, un tanto tímida. Yo sabía que él estaba midiendo mis reacciones y que se detendría en cuanto yo le indicara que no me sentía a gusto, pero esta vez, a pesar de mis nervios, no quería detenerme. Hubiese querido ser capaz de abrir los ojos para comprobar si él estaba tan avergonzado como yo. Quería ver su expresión en ese momento porque, después de todo, ambos estábamos en el proceso de descubrir esta nueva etapa, el problema conmigo es que no me atrevía a salir del refugio que me brindaban mis párpados cerrados.

apoyé los codos a los costados de su cabeza y enterré la cara en su cuello cuando el placer trepó por mi ingle y recorrió todo mi cuerpo. Todo lo que sentía en ese momento era algo completamente nuevo para mí, y no porque nunca me hubiese tocado antes, sino porque esta vez, era Samuel quien estaba haciéndolo.

Todo iba de maravilla hasta que él jaló de mis pantalones para intentar quitármelos. En ese momento volví a permitir que la negativa me ganara, y lo detuve de inmediato.

—Espera, Samuel...

En realidad no tenía ninguna razón específica para detenerlo, mi cuerpo solo se movió por inercia en cuanto leí sus intenciones. Samuel interpretó que por fin sucedería porque yo le di rienda suelta para que lo hiciera, y ahora me sentía un completo estúpido por pararlo de esa manera tan brusca.

Se levantó de la cama y caminó a tientas por la habitación. Se me cruzaron un montón de cosas por la cabeza mientras veía su espalda. En ese momento me di cuenta de que no tenía ni idea de lo que podía estar cruzándosele por la cabeza, y me preocupó muchísimo que malinterpretara las cosas y acabara sintiéndose mal por mi culpa.

—Sam...

—¿Qué?

—¿Te enojaste conmigo?

—No, no es enojo lo que siento exactamente.

—¿Y qué sientes...?

—¿De verdad quieres saber? Pues siento que soy demasiado lanzado contigo. Pero es que yo realmente quiero... —cruzó los brazos sobre el pecho, suspirando. Se veía frustrado —. Estoy harto de contenerme. Quiero tocarte y que me toques, quiero que dejes de verme como una muñeca de porcelana. Soy tu novio, Eli, y no me molesta tener que esperar por ti, lo que me molesta es que no quieras hacerlo conmigo porque sigues viéndome como el chico ingenuo de quince años que conociste hace tres años atrás.

Sus palabras sonaron tan duras que ni siquiera supe qué responderle. En ese momento comprendí que mi problema más grande era que me había quedado estancado en el pasado. Lo amaba con locura y lo deseaba a más no poder, pero le tenía demasiado respeto, y quizás ese respeto era lo que me estaba frenando tanto.

—Lo siento...

—No quiero que te disculpes conmigo. Quiero que veas al Samuel de dieciocho años que está parado frente a ti, y que entiendas que ya no tenemos quince. Aprendí cosas nuevas, maduré y crecí. Y soy tu novio. Y de verdad quiero estar contigo.

Esbocé una sonrisa cuando escuché lo último. Incluso aunque estuviese molesto conmigo, en ese instante volví a ver a ese Samuel decidido que no temía decir lo que sentía en ningún momento. Sí, definitivamente había cambiado, pero su esencia seguía latente, y era lo que más me gustaba de él.

—Yo también quiero estar contigo. Y sí, tal vez te respeto demasiado y por eso no me atrevo a pasar a ese plano contigo...

—A tener sexo, dilo.

Chisté.

—Está bien. Tal vez por eso no me atrevo a tener sexo contigo. Pero no es que no quiera... ¿Y si te hago daño?, ¿y si acaba siendo un desastre?

—No vas a saberlo hasta que no lo intentemos, Eli. Si acaba siendo un desastre probablemente nos reiremos y lo intentaremos otra vez. Hace tres años atrás, tú no permitiste que el miedo te frenara y te plantaste frente a mí para declararte, ¿recuerdas? Lo que sucedió de ahí para adelante fueron puras pruebas, nadie nos garantizó que nuestra relación iba a a funcionar pero al final todo salió bien, ¿por qué esto no? —Sus manos buscaron mi rostro y yo las tomé para guiarlo. Me acarició las mejillas, los pómulos y la nariz —. Los monstruos solo están en tu cabeza, Eli. No vas a hacerme daño, y no va a salir mal, porque incluso si acaba siendo un desastre, va a ser especial solo porque es contigo.

En ese momento recordé la primera vez que escuché esa frase. Fue cuando me quedé a dormir en su casa y al árbol de plátano se le ocurrió pegarme un susto. Samuel tomó mi mano y con esa frase me ayudó a enfrentar mis miedos, y ahora lo estaba haciendo de nuevo. Sí, las circunstancias eran completamente distintas, pero aunque estuviéramos hablando de algo concreto, esa frase iba mucho más allá.

—Los monstruos solo estan en mi cabeza —repetí. 

 

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La subjetividad de la bellezaWhere stories live. Discover now