Capítulo veintiséis.

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Por supuesto, que estar siempre con la actriz, de no dejarla sola.

Estaba dispuesto a hacerle compañía, a quitarse las caretas, total; todo el país y la comunidad internacional se enteraron y se enterarán de lo sucedido.

A esas alturas ya no importaba nada, solo ellos dos.

Ese suceso había quedado tatuado en la historia del séptimo arte.

De imaginarla encerrada en su mansión, vigilada, como si hubiera cometido el crimen del siglo; sin posibilidad de comunicarse más allá que con su hermana. Era una abominación por donde lo vieras, y en esos momentos se estaba cuestionando por qué la decisión de casarse con un político, con el tipito que se hacía sus campañas el mismo en los restaurantes lujosos.

En ese momento, cogió una maleta pequeña y empezó a empacar ropa y algunos zapatos. Iba a la estación de autobuses, a encontrarse con la mujer de su vida.

Cogió su móvil y le marcó a Gisela, para que ella le comunicara a Virginia la decisión.

¿Aló? ―exclamó la mujer.

―Gisela, avísale a Virginia que nos vemos en la estación ―informó, completamente seguro de su decisión.

¿En serio, Carlos? ―inquirió, estupefacta―. ¿No me la vas a dejar plantada?

―No, Gisela. Estoy listo para afrontar lo que venga con ella ―puntualizó, y echó un vistazo por la ventana―. Por cierto, ¿has hablado con ella? ¿Sabes cómo está?

En la mañana fui a verla, Augusto ya se le pasó el coraje, bueno, al menos ya le habla y Virginia puede merodear por la casa ―explicó―. A la tarde, ella se vendrá a mi casa y luego la dejaré en la estación de autobuses.

―Dios mío bendito ―farfulló cansado―. Dile que se lleve su móvil, estaré comunicándome con ella.

Carlos ―llamó Gisela, nerviosa―. ¿Estás seguro que si estarás?

―No sé por qué estás dudando, ya te dije que sí ―espetó, revoleando los ojos―. Nos vemos, avísame cualquier altercado.

Gracias, Carlos. Un abrazo ―se despidió y colgó.

Carlos, pensativo por la situación; optó por relajarse y beberse un café que ya tenía preparado.

Buscó su libreta y una vez más, leyó la carta que almacenó allí. Su corazón ya no podía romperse más.

Entre tanto, Cristina estaba almorzando con una amiga en la cafetería de su escuela.

Algunas chicas se le acercaban, solo para preguntarle si su padre era el actor de las películas. Ella a estaba acostumbrada a esa mierda, de hecho; le fastidiaba el interés con el que sus compañeros la trataban.

― ¿Qué piensas hacer, para juntar a tus padres? ―le cuestionó su amiguita, mientras jugaba con los cubiertos en la ensalada que iba a comer.

―Nada, Jessica ―bufó, alejando su almuerzo intacto. Cristina ya había puesto al tanto a su amiga, de la situación de su mamá y papá―. Mi mamá me ha dejado claro, que no debo meterme en cosas de los grandes. Además, lo platiqué con la psicóloga del colegio y ella me ha dicho lo mismo. ―Se encogió de hombros, y bebió de su jugo.

―Mira, Cristina; yo no sé si te sirva lo que te diré, pero mis padres estuvieron a punto de separarse y yo los logré unir de nuevo ―comentó, con un evidente objetivo.

― ¿Cómo hiciste eso? ―preguntó la niña, con los ojos brillosos en curiosidad.

Jessica, empezó a contarle el problema por el que atravesaban sus padres, y luego detalló el drama que armó para mantenerlos juntos.

H I D D E N ©✔Where stories live. Discover now