Capítulo once.

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Carlos abrió la agenda personalizada, que hace un mes había encargado para él y otra a su esposa. Se la entregó, apenas tuvo el paquete en sus manos.

Permanecía inescrutable y solitario en el despacho de su casa. Viviana consiguió un trabajo de medio tiempo, en el jardín de infantes al cual asistía su hija Cristina.

Destapó la cubierta y el olor a cuero impecable, le caló las fosas nasales y la sensación agradable de tener algo nuevo en sus manos lo embargó. Dicha agenda, traía el calendario del año de 1999, junto a un lapicero color dorado, haciendo juego con las letras de la tapa que enmarcaban >Carlos Herrera<. La compró, porque necesitaba donde anotar sus citas, sus próximos proyectos, los castings a los que pudiera asistir y un sinfín de cosas más.

Sin embargo, al tenerla frente a él su primera idea se vio desechada al instante. Sacó la tapa del bolígrafo, y afincó la tinta sobre la línea número uno en la página.

Yo creía que la mujer rubia, era mi alma gemela. Yo pensé que estaba enamorado de ella, que la madre de mi hija era la dueña de mi amor, pero no. Descubrí, aquel día lluvioso en la oficina de Martín, que alguien más aguardaba por mí.

La conexión inexplicable, de estar buscando siempre algo; me golpeó en los ojos, enseñándome una sonrisa blanqueada. Me sentí como en casa, y ni siquiera pasó un minuto cuando nuestras manos se rozaron. Al mirarle los ojos y el cabello, cayéndole en la frente con el fleco, comprendí que ya no tenía que buscar nada. Con esa morena, lo había encontrado todo.

Cerró de golpe la libretilla, y la guardó en una gaveta bajo llave. Suspiró frustrado, en ese momento su corazón era un lío y su relación nupcial dependía de un hilo a punto de ser cortado a la mitad.

Las cosas, luego de la premier hace varias semanas, no fueron mejorando ni un poco. Con Viviana, solo vivían para pelear, tenían sexo, ya no hacían el amor. Sus sentimientos por Virginia, se agigantaron, porque la miraba en cada entrevista que se transmitía en la televisión y suspiraba como tonto, cuando la sonrisa le adornaba su precioso rostro.

No hablaron más, después de aquella noche. Ni un mensaje, ni una llamada, ni personas como Gisela y Martín de por medio, nada. El mar se había secado, en eso tan extraño que ellos denominaban amistad.

Necesitaba con urgencia, desahogar sus penas con alguien. No obstante, solo contaba consigo mismo y su mente ya estaba mareada de escuchar lo mismo todos los días, las veinticuatro horas.

La inventiva de escribir, le ayudó a desahogar su pecho cargado de desasosiego. Y seguiría plasmando sus sentimientos en papel, esos escritos sin sentido que le hablaban de ella.

No podía hablar de amor, porque no se sentía entregado por completo al sentimiento, ni su corazón saltaba lo suficiente cuando la veía, pero percibía una tranquilidad y una alegría inexplicable cada que estaba con ella.

Todavía no caía en el amor, por Virginia Moreno.

Todavía...

Para la actriz, tampoco era fácil no comunicarse con quien le movía el piso. Estar al lado de un hombre, por el cual no sentía más que un aprecio sincero. Sí. Muy detallista, muy amoroso y con esa estabilidad que ella tanto deseaba tener. Con un único detalle: Augusto no provocaba nada, ni una mariposa muerta en su estómago, ni un vello erizado, nada. En resumen, él no era el del bigote y chivera.

― ¿En qué piensas, amor? ―cuestionó Augusto, acariciándole la espalda desnuda con la yema de los dedos. Terminaban de tener relaciones sexuales.

―En como cambió mi vida ―le respondió, ladeando una sonrisa fingida. Se acomodó, quedando boca arriba, y se cubrió el torso con la cobija. Era tiempo de actuar―. Desde que llegaste, he estado más serena y poco a poco mis heridas dejaron de sangrar. Gracias.

H I D D E N ©✔Where stories live. Discover now