Capítulo veintidós.

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Febrero, 2005.

El plató cerró, dejando una hilera de corazones rotos y sentimientos encontrados.

Sí, de eso una semana había pasado, y sin embargo las emociones estaban a flor de piel.

Siempre era así, cada vez que un proyecto culminaba los inundaba la nostalgia y ninguno se libraba de ello.

Ahora era momento para la premier. Virginia admiraba cada avance en el espejo, mientras sus estilistas la maquillaban y peinaban.

Augusto sería su compañía esa noche, aunque trató de evitarlo a toda costa. El hombre se arreglaba en la recamara de al lado, para darle privacidad a su esposa.

El político mantenía una conversación telefónica con su jefe, donde este le advertía sobre reproducirse, puesto que en los últimos meses la reputación de Augusto había caído en un sesenta por ciento, y Virginia tuvo que interceder de manera sutil por él. El sujeto insistía, que la figura familiar ya sea con un hijo o dos, serviría para proporcionarle al pueblo otra imagen más humanitaria del gobernador.

Ha pasado un año, y todavía no has logrado convencerla ―siseó―. No sé qué clase de esposo eres.

―Uno que la respeta, a ella y a sus decisiones. No creo poder hacerla cambiar de parecer, antes ella deseaba bebés, y ahora no ―espetó, furioso y cansado de tanta insistencia.

Suenas como un puto enamorado. Te recuerdo, que esto es arreglado y meros negocios; aunque ella no lo sepa ―recordó con toda la dureza que le salió―. Fóllala y haz que quede embarazada.

―Creo que estoy enamorado, jefe ―reconoció lo que hace un tiempo estuvo sospechando―. Ella es tan sensible, tan tierna y cabeza dura a la vez, respeta este matrimonio y le es fiel a nuestra unión, así haya comenzado con otras intenciones.

¡Puaf! Eres un tonto, Augusto. Tu mujercita te engaña ―soltó, sin saber que era cierto. Él solo lo comentó, para ponerlo de mal humor―. Y eres el único que no se da cuenta.

―No te atrevas a calumniar a mi esposa, por favor ―escupió, sin una pisca de tolerancia―. Y en cuanto a lo de los hijos, lo haré cuando ella se le su reverenda gana. ―Cortó la llamada e hizo algunas respiraciones para controlarse.

En su cabeza rondaban las palabras de su jefe, si bien tenía en claro que su esposa era totalmente leal, ya la semilla de la duda estaba sembrada y debía abrir un poco más los ojos cuando esté con ella y fijarse en su actitud, a ver si determinaba algo raro.

Como si Virginia no supiera disimularlo, usando sus dotes histriónicos.

Antes de irse a buscar a la morena, se relajó y fingió que no tuvo esa conversación tan desagradable.

― ¿Estás lista? ―inquirió, observándola desde el umbral de la puerta acomodar su blazer color perla frente al espejo―. Que hermosa.

―Gracias, querido. ―Se giró a Augusto, y le dedicó su más falsa sonrisa. Las que se reservaba para él―. Vamos.

Llegaron juntos al coche, sonriendo a las cámaras como la pareja feliz del momento; tomados de mano y haciéndoles creer a todos que disfrutaban su amor como casados.

Entre tanto, Carlos terminó de acomodarse la pajarita y peinarse el cabello; Cristina veía caricaturas en el televisor y Viviana comía algún dulce en la cocina, controlando la ansiedad.

Desde el cumpleaños de Carlos, donde quedó confirmado que él estaba con otra, donde su sexto sentido de mujer le latió más que nunca y le certificó aquello que ya sospechaba. Entró en una especie de tristeza, lloraba por las noches, suplicaba amor y comía muchísimo, la depresión le causaba un hambre voraz.

H I D D E N ©✔Where stories live. Discover now