Capítulo dos.

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Las nueve de la mañana y la oficina del reconocido productor Martín Alonso, era el punto de encuentro de ambos protagonistas de su nuevo proyecto: Cuando nadie ve. Que se trata, de una mujer a la cual le llueven los pretendientes, pero todos tienen la mala suerte de morir en un intento de conquistarla, hasta que llega otro y la conquista a escondidas de su familia, quienes se interponen a su felicidad.

Carlos leyó el guion en un suspiro, y de inmediato le comunicó una respuesta afirmativa a Martín, quien le dio la misma información que a Virginia. Por otro lado, la antes mencionada, dormía plácidamente en su cama. La noche anterior, se desveló con su hermana Gisela, olvidando por completo su cita del día siguiente.

―No sé qué habrá pasado, Carlos ―hablaba Martín, terminando de ordenar el desastre que tenía ayer. Su oficina ya estaba lista, con inmobiliaria nueva―. Casi nunca es puntual, pero me juró que estaría aquí temprano.

―Llámala, quizá le surgió un imprevisto ―sugirió, haciendo un mohín―. Puedo esperar hasta las once.

―Le voy a dar diez minutos, sino le marco ―propuso, enseñándole algunos documentos a Carlos.

A su vez, Gisela se desperezaba mientras veía a su hermana dormir, con la boca entreabierta y la saliva saliéndole por la comisura. Se talló los ojos y la movió con ligereza.

―Virginia...Virginia ―titubeaba, bostezando―. Virginia.

― ¿Mmm? ―se removía en la cama, buscando una posición más cómoda―. ¿Qué, Gisela? ―masticaba, ininteligiblemente.

―Tienes que salir hoy, ¿no? ―Para ese entonces, ya Gisela estaba de pie camino al servicio y atándose el cabello en una coleta.

― ¡Mierda, Gisela! ―exclamó asustada, levantándose de golpe y colocando la palma de su mano en la frente―. Martín me va a matar.

―Te dije que no era bueno el trasnocho ―riñó, desde el baño―. Ven, dúchate de una buena vez.

Virginia corría descalza y sin prenda alguna, cubriéndole el cuerpo. Entró sin importarle tener a su hermana, sentada en el inodoro y abrió la regadera. El agua templada, le relajó un poco el dolor de cabeza que cargaba.

Gisela se cepilló, se lavó la cara y fue a la cocina a preparar desayuno y conseguir aspirinas.

Mientras el pan se tostaba, se bebió la pastilla y dejó una en el mesón para su hermana.

Arrastró sus pies, hasta el sofá y recogió las dos botellas de tequila, más las conchas de limón seco que quedaron en la mesita del centro.

Virginia salía con el cabello goteándole, y a la vez lo peinaba se acercó al armario y encontró un jean desgastado, un suéter negro y unos tenis cómodos. Se vistió lo más rápido que pudo, se roció perfume y cogió su bolso de mano.

―Voy saliendo ―avisó a su hermana, que permanecía inmóvil, pero con el celular entre la oreja y el hombro―. Gisela.

La mencionada se voltea, haciéndole una seña que se encontraba hablando. Una vez que cuelga, resopla un poco preocupada.

―Mamá se puso mal, Virginia, debemos ir ya ―informó, estrujándose la cara con una mano.

―No puede ser, voy a preparar el auto. Llama a Martín por mí, por favor ―objetó la mujer, tomando del bol las llaves del coche de su hermana―. Te espero abajo.

Gisela asintió, marcando el número del productor y yendo a cambiarse a su recamara.

Le sonó ocupado, así que se planteó esperar unos minutos, para volver a llamar.

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