Epílogo

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Watford City, Dakota del Norte

Quince años después...

Pasta en salsa de queso. Ese era el almuerzo del día. Me había mirado un canal de recetas y ahora preparaba para comer todo lo que miraba en el internet, como toda una señora o al menos eso decía Clyde.

A mi familia le hacía feliz, ¿Qué más importaba?

—Buenos días.

Sonreí al sentir los brazos de Clyde rodearme con su pecho pegado a mi espalda. Me estremecí cuando me besó en el cuello.

—¿Buenos días? —me giré para encararlo y rodeé su cuello con mis brazos. Tenía el cabello revuelto y la barbilla húmeda. No había tomado ducha, pero sí cepillado los dientes— Es la una de la tarde, señor.

—Bueno, estaba cansado —movió los hombros, restándole importancia y deslizando sus manos dentro de mi blusa por el frente.

Clyde era dueño de un hotel de la ciudad, uno de los más importantes. Su padre había fallecido hacía unos cuantos años, así que todo bien y fortuna eran suyas. Al igual que yo, era hijo único. Sin embargo, el esposo que me había conseguido, no era ningún conformista, como yo.

Trabajaba toda la semana, así que su cansancio era tremendo y a veces me hacía sentir terrible, porque mientras me dedicaba al hogar, él solía ser el pilar más importante de la familia.

—Oye, los niños —volvió a besarme el cuello.

—Están jugando a los videojuegos, no van a molestar al menos por una semana —reí.

—¿Qué hay de la bebé?

—Entretenida con las muñecas nuevas —amasó sutilmente mis pechos.

—¿Qué no te bastó anoche?

—¡Por supuesto que no, señora Moldovan!

Sonreí. Era todo un viejo deseoso, pero el mejor hombre del mundo, sin duda.

—Señora Moldovan —me reí, no porque fuese gracioso, sino porque estaba obsesionado con llamarme así.

—¿No te gusta?

—Me encanta —sonrió, volviendo a mi cuello—. Clyde, ya no somos unos jovencitos.

—Pero tampoco estamos viejos —me besó la frente—. Bueno, quizás yo un poco, pero me vuelves loco, mujer.

—En tus cuarenta tienes más energía que en los veinte.

Mentía. Clyde siempre había estado loco por mí, sólo le molestaba.

—Me lo tomaré como un cumplido —me dio un toque en la nariz—. Te amo, iré a darme una ducha.

—Que sea rápido, el almuerzo está casi listo.

—¡Lo que la madre de mis hijos ordene! —me gritó desde afuera de la cocina. Reí.

—¡Ya, ve!

Cuando conocí a Clyde, hacía dos semanas que había cumplido mis veintiuno. Estaba en el cementerio, visitando a Jasper. Clyde llegó unos minutos después a la lápida de al lado, a dejar unas hermosas orquídeas a su madre. Todavía lo recordaba bien.

Luego de ese terrible primer encuentro, hubo muchos más y unos cuantos intentos para salir juntos, pero yo seguía indispuesta a conocer a alguien más o siquiera a abrirme sentimentalmente. Pero Clyde era tan obstinado, que supo que trabajaba en el Golden Lynn y comenzó a hacer costumbre el hecho de almorzar ahí. Hasta conseguirlo, finalmente.

Lo que no nos dicen del amorWhere stories live. Discover now