Capítulo 10

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Viernes, 02 de marzo de 2018

Una luz cegadoramente insoportable.

¡Alín, cuidado!

Luego de aquello... nada.

Abrí mis ojos de golpe, con el pecho subiendo y bajando acelerado y el pulso excesivamente alterado. Mi rostro se contrajo de dolor. Sentía punzadas a ambos lados de la cabeza y un dolor cerca de mis pulmones. Me sentía pesada, como si tuviese el cuerpo cubierto de cemento.

¡Dios mío! ¿Qué me ha pasado?

—Señorita, no se mueva —una voz suave me llegó a los oídos. Una enfermera estaba a mis pies, con unos papeles en las manos—. Ha tenido un accidente, debe guardar reposo.

—¿Accidente? —negué con la cabeza— ¡Oh Dios!

—Señorita, ¿Ocurre algo?

—¡Dios! —ahogué— Yo... sí... —mis ojos vagaron por el techo, intentando mirar hacia un punto en específico—. La chica. Había una chica conmigo, ¡Mi amiga! —una lágrima me resbaló por la sien—. Por favor, dígame cómo está.

—Primero necesito que se tranquilice, ¿De acuerdo? —sus manos apretaron mi brazo, como si tratara de darme ánimo.

¿Ánimo? ¡No!

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No haga eso! —aparté mi brazo o al menos lo intenté— ¿Está muerta?

Mi pulso se disparó con la pregunta.

—Ella está bien. Por favor, guarde la calma.

—No me mienta. Ni siquiera he dicho su nombre.

—Alín Anderson —me dijo, para que pudiera creerle—. He hablado con su doctor hace unos minutos.

Apreté los ojos un segundo. Los dedos de la doctora me quitaron la humedad de las esquinas de mis ojos.

—Todo va a estar bien, bonita —su voz, por alguna razón, consiguió calmarme, aún con mi cuerpo sacudiéndose por el llanto—. Llamaré al doctor.

Salió de la habitación inmediatamente. Quise pedirle que no lo hiciera. Tenía miedo de que no regresara, pero cuando la puerta se abrió y miré al doctor segundos después, cerré los ojos y suspiré de alivio.

—Has despertado al fin —me dijo—. La enfermera me ha llamado, estaba un poco preocupada. Intentó revisarte, pero no se lo has permitido —silencio—. ¿Hay algo en específico que necesites?

Quería decirle que me dolía hasta respirar, pero no quería perder más tiempo o que se preocupara más por mi estado que por darme respuestas.

—Sólo... quiero saber cómo está ella. Alín —aclaré—. Mi amiga. Estaba conmigo en el auto.

Quería sentarme para poder mirarlo directo a los ojos y asegurarme de que no me mentiría, pero en cuanto abrió la boca, supe que aquel era su diagnóstico.

—Ha tenido algunas fracturas, como tú, aunque un poco más graves —explicó—. No llevaba el cinturón de seguridad —hizo una pausa—. No ha despertado aún. El estado en el que se encuentra es delicado, pero estará bien, te lo prometo.

Apreté los ojos e intenté respirar un poco. Estará bien, me dije. Si él lo decía, quizás sería cierto.

—¿Qué fue lo que pasó?

—¿No recuerdas nada? —negué, a lo poco que el dolor me lo permitió.

—Recuerdo la luz de un camión. Creo, no lo sé —divagué—. Luego de eso... no sé qué pasó.

Lo que no nos dicen del amorNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ