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Zayn




Nos dimos espacio porque no queríamos usar al otro de muleta. Si íbamos a estar juntos, primero teníamos que ser capaces de estar solos. Volví a enseñar y, cuando no estaba en clase, probaba cosas nuevas.

Durante un tiempo me interesé por el yoga, hasta que me quedé atascado en la postura de la mantis religiosa un buen rato. No se me daba bien pintar ni dibujar. A finales de octubre, mamá y yo fuimos a una clase de baile en barra. No sé qué fue más perturbador: que a mi madre le encantase tanto que siguiera yendo por su cuenta o que fuera diez veces mejor que yo.

Papá no sabía lo que se perdía.

Mamá también se reía más.

Casi había olvidado cuánto me gustaba su risa.

Una noche, a finales de noviembre, me llegó un paquete con un libro y una nota pegada. Se me paró el corazón al mirar la portada y leer las palabras de Liam.

Ahora estoy en Cave Creek, Arizona,
viendo el atardecer con Watson.
Ayer me leí este libro y no dejé de pensar en ti
y en si te gustaría.
Es duro, pero merece la pena.
Oscar.
P. D.: He descubierto que odio el sushi.

Me ha gustado el final,
pero el principio se me hizo lento.
He llorado, pero no es una sorpresa;
lloro con todo.
Lee este,
te partirá el corazón.
Princesa
P. D.: Yo también odio el sushi.

Alex me regaló este por Navidad.
Es mejor si lo lees al revés.
Oscar

No sé por qué te mando este libro,
Ve directo al capítulo cinco.
Es tan bueno que compensa el resto de páginas.
Princesa

Hoy he echado de menos tus latidos.
Oscar

Hoy he echado de menos tus manos.
Princesa

Es 23 de marzo.
Hoy he visto el amanecer en California y lo he pintado.
Te encantaría esto, princesa.
Querría que estuvieras aquí.
Cuéntame algo que debería saber.
Oscar

¿Algo que deberías saber?
Fácil.
Hoy es 4 de abril y aún te quiero.
Princesa

Es 3 de mayo y yo también te quiero.
Oscar

A finales de mayo, preparaba el fin de otro curso. Me sorprendía lo mucho que había cambiado en el último año, cuánto había madurado y todo lo que había aprendido sobre mí misma.

Los domingos por la mañana, mamá siempre iba a la iglesia. Fue una de las cosas que descubrió: con o sin mi padre, todavía tenía su fe. A veces, iba con ella; otras, rezaba por mi cuenta.

Durante el último año también había aprendido que la fe no estaba en un edificio, sino en el corazón de cada uno. Podía ir a una iglesia, rodearme de otros creyentes y unirme a sus plegarias, o cerrar los ojos y encontrar la paz en soledad. Ambas formas eran válidas. Ambas eran correctas.

No había una única manera de creer, había millones de posibilidades.

Ese fue uno de mis descubrimientos favoritos. No tenía que ser la perfecta cristiana para existir en el mundo.

Notas (ZIAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora